Zona de mutación

Teatro trance

compacidad-porosidad

 

concentración produce en el tono expresivo de una actuación un efecto introspectivo. El signo sale de ‘adentro’, casi generando un efecto de trance. Por el contrario, ‘prestar atención’ significa mirar afuera, pero más que un descentramiento es una ex-centración. Actor concéntrico actor excéntrico. Concentrado-excentrado, adentro-afuera. Tenemos el hábito de llamar concentración a lo que es en realidad compenetración (insight), una manera precisa de ejercer los mecanismos volitivos, y con ello, la conciencia. El efecto tonal que se produce en la excentración resulta evocativo. Es el efecto de mirar ‘más allá’. Es que la mirada al no asentarse en nada próximo, se disuelve de manera abstraída. Produce un estado evanescente. Prestar atención a lo que está fuera de uno, es abstrayente. El efecto de lo concentrado es la compacidad, esto es, la calidad de lo compacto. En física se diría, es una situación de ‘alta masa’. Que produce una gran densidad. Ahora, poner la atención a distancia, oxigena, airea, aliviana, porosea dicha densidad. Recordemos cómo un átomo se forma más de vacío que de solidez material. La presunta solidez la establece la velocidad orbital del electrón alrededor del núcleo. Un objeto de baja masa es sólido y concreto pero en él predomina el vacío y también el vértigo que le provee la calidad de lo tangible y concreto. El actor todo el tiempo lleva su línea de trance o compenetración de su propio centro, al centro de lo que está fuera de sí. La ductilidad para oscilar, fluctuar por esa línea de atención, es la gama tonal que define la empatía, la presencia actoral. Ese flujo, es literalmente una cuerda floja en la que el actor despliega sin red de seguridad, toda su destreza. Como decir, saber concentrar y saber excentrar es una música del alma en la que el actor se prepara a lo largo de su vida, en un aprendizaje que no culmina. Concentrar-excentrar es el recorrido de una amplitud mental, un factor ineludible de la creación. Administrar ese flujo, es lo que hace que un actor sea su tono. Ese tono será fruto de su maestría. La concretez de su accionar, (equivalente a la velocidad del electrón) en su fluidez, hará de las calidades y cualidades artísticas, materia que orbita alrededor de un núcleo objetivante.

el personaje como posesión

Quizá vengan a cuento las notables implicancias que tuvo y sigue teniendo para el teatro la película «Les maitres fous» de Jean Rouch, donde la acción física decolonial no sólo se ejerce como diferencia efectiva, revelándose además de imposible manipulación. Ni las influencias que podrían acreditarse a Peter Brook, a Grotowski, al Living Theatre, certifican el acceso al secreto técnico cosmogónico del clan filoteatral retratado en dicho film, lo que aparecería como lo más cuestionable del develamiento de Rouch. Decir trance, es describir el efecto sin entender la causa, para lo cual habría que internarse en ‘el éxtasis sin fe’ (Javier Álvarez) de los celebrantes africanos. Uno presupone la poderosa auto-alienación que permite esos efectos, de ojos dados vuelta, de epileptoides babeos, de frenesí extracotidiano, de una trasposición a un plano casi transhumano.

Rouch confesó que al filmar este acto, también estuvo en trance, lo que llevó a pensar en un ‘cine-trance’ como, al menos de enmarcamiento, acá decimos ‘teatro-trance’.

El grado cero del teatro occidental es el que a lo largo de dos mil quinientos años encuadra los procesos democráticos griegos con los democráticos de ahora, y cuyo sesgo más notorio se mide por la secularización que podría verse entre y a lo largo de los puntos Esquilo-Brecht. La estratificación milenaria, a priori, dibuja como imposible la deculturización que implicaría para Occidente desmontar su formidable sistema de representación, ya como tecnocracia, ya como instrumentalización subjetivante. La tecnocracia representacional como dispositivo de culturización. La película etnográfica ‘Los maestros locos’ de Jean Rouch muestra a los actores rituales en un estado de trance que sólo es posible por una consagración que sin duda funciona por el acople inmediato a su Todo cultual, la suspensión de la separación que favorece la posesión sin mediaciones ni ruidos intermedios. Se intuye que más que un cuerpo que se prepara, se des-prepara, se desmantela y se muestra sacrificialmente disponible (al menos por lo que dura el acto). El trance místico es un transporte, un viaje; el de los actores africanos de la secta Hauka en la citada película, revela la influencia sobre el concepto de Grotowski en aquello de: «más que poseer el personaje hay que ser poseído por él». Dicho film emplaza una ‘antropología inversa’ donde son los negros los que comandan el juego, transgrediendo lo que la situación colonial imperante no permite. Este paganismo religioso-estético, extemporáneo como pocas cosas que pudieran verse hoy, pone en cuestión la estructuración de los procesos de subjetivación devenidos de las técnicas de actuación que más o menos orquestadas, cocinadas y sistematizadas, se implementan en las escuelas o talleres de formación que conocemos. Es verdad que en el acto de los Hauka hay una instrumentalización del culto, una reconducción de las ancestrales técnicas chamánicas de trance, hacia fines que se adivinan como de una potenciación moral. Celebrarlo permitiría la resistencia político-social y la resiliencia de orden física, que sólo brota de una disposición de espíritu que hace posible superar la puntual ignominia, en nombre de una valorización trascendente de lo humano, donde el sociodrama, en el sentido de terapéutico-catártico, aparece desbordando lo estético-cultural. El punto de enantiodromia del teatro, deducibles de los viajes ‘in illo tempore’ y los avances progresivos y de dirección opuesta de la cultura occidental, hacen pensable el contacto donde el Ouróboros muerde su cola y una cosa puede mutar a la condición de su antípoda. Para esto, pienso, se imponen metodológicamente más las visiones de deculturización que las de creciente racionalización, aunque haya un punto en que ambas deban mutuamente sintetizarse, enseñarse entre sí como ‘maestros locos’.


Mostrar más

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba