Mirada de Zebra

Teatro y poesía. Puentes de lenguaje

En boca de espectadores más o menos especializados y ciertos profesionales, es frecuente escuchar la palabra teatro junto con la palabra poesía. A algunos puede parecerles una asociación algo pedante y arcaica, sin embargo, es habitual adjetivar una puesta en escena como poética, valorar la calidad poética de un texto teatral, estudiar la poética de una acción, hablar de objetos poetizables e, incluso, se puede catalogar un teatro como teatro poético como marca de tendencia. En estos casos pareciera que lo poético se convierte en una de las opciones estéticas del teatro, en uno de los caminos a seguir para alcanzar belleza (empleo esta palabra con el grado máximo de subjetividad).

 

A continuación, más que hacer una revisión histórica de la relación entre poesía y teatro, lo cual requeriría de todo un domino entero en internet, pretendo señalar los puentes que pueden tenderse, en términos de lenguaje, desde la escena hacia la poesía (en esta dirección y no en la opuesta). En otras palabras: analizaré brevemente los caminos por los cuales el teatro se poetiza y no los mecanismos para teatralizar la poesía.

Resumidamente se puede hablar de cuatro puentes principales:

1-. La palabra poética

Si nos remitimos a los periodos incipientes del teatro hablado o cantado, podríamos decir que la palabra escénica nació poética. Ya sea en el teatro de la Antigua Grecia o en las grandes epopeyas asiáticas (Mahabharata es la referencia) el lenguaje se caracteriza por una elevada retórica, rebosante de recursos estilísticos literarios. Siempre considerando el término poesía en su sentido más amplio y salvo excepciones infructuosas (las peores versiones del naturalismo, por ejemplo), desde aquellos orígenes clásicos hasta la actualidad la palabra en escena nunca se ha desprendido de esa cualidad poética. El teatro, como espacio de arte no cotidiano al tiempo que condensador de la vida, siempre ha necesitado un lenguaje sintético pero también elaborado por medio de ricas evocaciones. Un dato nada casual que confirma lo dicho, es el hecho de que los grandes dramaturgos, hoy ya eternos, fuesen igualmente poetas. Aquí los nombres se amontonan: los grandes dramaturgos griegos, Shakespeare, Calderón de la Barca, Beckett, Brecht, Müller… Incluso hoy, cuando la figura del dramaturgo-poeta está en extinción y las tendencias teatrales son tan diversas que sería imposible recapitularlas todas, la palabra no es sino parte de una estética activada por los resortes de una poética particular.

2-. El cuerpo y la voz poética

Desde que la danza rompiese con la sujeción a los códigos clásicos del ballet y el teatro con la necesidad de una interpretación naturalista, las opciones del cuerpo como valor artístico se han multiplicado. El cuerpo pasó de ser un medio, que hasta entonces sólo buscaba reproducir ciertos patrones de movimiento (en el caso de la danza) o ser un vehículo para la creación verosímil del personaje (en el caso del teatro), a convertirse en la materia principal que construía el drama. En múltiples ramificaciones de la danza y del teatro contemporáneo, el cuerpo es papel en blanco donde se imprime poesía. Un cuerpo solo en un espacio vacío guarda hoy día toda la potencialidad del arte escénico. El cuerpo es geografía, es metáfora, es emoción contenida, un campo semántico entero que sólo se necesita a sí mismo para establecer una comunión artística con quien observa.

Una transformación similar, en pos de una poética propia, la encontramos en el uso de la voz. Por tiempo herramienta entrenada sólo para transmitir fielmente las palabras del dramaturgo o encorsetada en las reglas del bel canto, grandes investigadores del s. XX permitieron que la voz alcanzase nuevos territorios creativos. La voz se exploró como fuente del caudal emotivo, como atmósfera capaz de evocar espacios y tiempos, y también como narración concatenada de sonidos. Se redescubrió, en definitiva, la capacidad de crear una poesía a través de la voz, aquella sólo se percibía a través del oído. Si bien en la actualidad, debido a la preponderancia de la imagen sobre el sonido, parece haberse relegado el uso poético de la voz a un plano secundario, una exploración tal puede verse en los trabajos de Roy Hart, Grotowski o Meredith Monk, por citar las referencias más conocidas.

3-. La imagen poética.

Hay teatros que son poesía visual (y no poesía que se hace visible). La definición es clara: no se trata de teatros que partan de una poesía escrita para después trasladarla a escena. Más bien a la inversa: son teatros que crean espectáculos componiendo una dramaturgia de imágenes original que, si tratásemos de describirla objetivamente, sólo podríamos hacerlo a través de la poesía. El surrealismo en sus injertos escénicos, el posterior teatro del absurdo en su vertiente menos nihilista (¿la imagen de Winnie enterrada en la arena, en Los días felices de Beckett, no es acaso poesía que sólo lee el ojo?) o maestros del teatro de imágenes como Wilson, Kantor o Lepage, son claros ejemplos en este sentido. Dado que la actual es una época marcada por la comunicación en imágenes, no es de extrañar que las tendencias contemporáneas cuiden minuciosamente el lenguaje visual de sus montajes hasta el punto, muchas veces, de suplantar el rico universo semántico que, tradicionalmente, se le asignaba a la palabra.

4-. La dramaturgia de pulso poético.

Desde que el teatro se volviese narrativo -emancipándose de los rituales que amalgamaban en un todo música, canto, danza, amén de otras artes-, durante más de dos milenios el teatro ha estado sujeto a la necesidad de contar historias con inicio, desarrollo y final. La mencionada corriente surrealista de principios del XX, que tejía las creaciones emulando los saltos narrativos de los sueños, o la entrada de las Artes Plásticas en escena (happening, perfomance y demás variantes de origen norteamericano), fueron tendencias que rechazaron abiertamente el uso de un hilo conductor como eje básico de la coherencia creativa. Actualmente gran parte del teatro contemporáneo, que tiene sus raíces en estos movimientos artísticos, reivindica una escena compuesta no por una narración hilada, sino por una concatenación de acciones que no necesariamente guardan una relación de causa-efecto. Se da entrada a los saltos dramatúrgicos, a las asociaciones más inesperadas, a la conectividad entre diferentes artes y diferentes temas. Es una dinámica creativa que se conecta mejor con el pulso de la poesía que con el de cualquier otro arte; por cuanto la poesía, al tratar de expresar abiertamente el complejo mundo interior de los seres humanos, juega más con las imágenes que se vuelcan desde el pensamiento y desde la emoción que con la elaboración de historias.

No pocas veces se escuchan vaticinios sobre cómo será el teatro del XXI: si recuperará su esencia ritual, si seguirá la inercia del desarrollo tecnológico, si se automarginará como vía de escape para el entretenimiento, si seguirá alzando el puño político… De lo que no cabe duda es de que, en un sentido o en otro, mientras sea un espacio estético, siempre será poético.


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