Teatro y sociedad
Envidio, sí, a esos países europeos con tradición teatral, donde los espectadores acuden vestidos de modo elegante; no ostentoso, pero sí con un vestuario que se saca del armario para esas ocasiones que exigen un cuidado de las formas. ¿Costumbres burguesas las que se practican en países de Europa central y del Este? Me da igual, pero ante todo signo de respeto y de expectación para acudir a algo extraordinario (o que puede serlo) ¿Perspectiva de viejo? Quizás, pero me alegra que la mucha gente joven que también acude en esos países, otro motivo de envidia, también cuide su vestimenta, acorde con su edad.
Este pensamiento me invadió, cuando un día entre semana y no coincidente con el estreno acudí al Teatro Español de Madrid para asistir a Los cuentos de la peste de Vargas Llosa que, con la remontada de toda su obra teatral, pretende atesorar más méritos para un Nobel, que merece, pero no por su teatro. El escenario, una gigantesca plataforma que cubre el patio de butacas, con un caballo disecado, un artilugio central a modo de fuente, pozo, lugar de juego, y una bancada corrida que acota el espacio y separa público de actores. Escenario central que se contempla desde los palcos. Éste es el espacio de Vargas Llosa y los cuatro grandes actores, que le sacan las castañas del fuego; pero también es la pasarela del «todo Madrid» antes de comenzar la función.
Acostumbro a ir al teatro con tiempo, no para leer el programa que nunca ojeo hasta que llego a casa para ver la coincidencia o no entre realizaciones e intenciones, sino para impregnarme de la atmósfera y cortar con el quehacer anterior. De ordinario, no hay demasiada gente que me haya tomado la delantera. Por ese motivo me extrañó la cantidad de personas que ocupaban la sala uno. Perdón que se paseaban por la pasarela del escenario para ser vistos en una cita a la que no se puede faltar.
Tiros largos, trajes y corbatas, caras poco habituales en el teatro; políticos, jueces y fiscales, empresarios ¿me habría confundido y me encontraría en el Real? Había que lucir el palmito, de ahí los largos paseos por la pasarela, las detenciones saludando a algún conocido que atisbaban en el palco, las conversaciones que se alargan cerca del caballo para que «me vean que estoy» (ven como el caballo disecado tumbado sobre la escena, señores críticos, cumplía una función, ser fotografiado tras un posado de un/a ilustre). Y fotos con móviles, por supuesto antes de empezar el espectáculo. Ningún ingrediente eché en falta para retrotraernos a esas descripciones de novelistas decimonónicos o de los plumillas de los periódicos en los ecos de sociedad que recogían los diarios en la noche del estrenos, hasta los años 60 del pasado siglo.
Vargas Llosa sale pausadamente, se planta frente a un atril y lee el dramatis personae de su recreación Boccaciana. Un ¡oh! hacia lo sublime, unos suspiros de complacencia, ojos saltones admirativos se posan en la galante figura del escritor, que con pausa e intención presenta y se presenta, gustándose. Me evito la reseña de Los cuentos de la peste, porque lo más importante sucede al margen de una función, donde Pedro Casablanc, Marta Poveda y Oscar de la Fuente sacan las castañas del fuego. Un gran acierto toda la parafernalia vargasllosiana a la que se ha prestado Joan Ollé, si sirve para interesar por el teatro al ilustre cultureta, presto a engalanarse para las grandes ocasiones. «No. El autor, no firma al acabar la función», oigo que le dicen a una señora que porta un libro de Vargas bajo el brazo. Tal vez, acuda a la salida de artistas con otros, para que el autógrafo en el programa de mano.
Prosigo con el teatro y sociedad (o empresa). Magnífica idea de Inditex para un celebración propia, subvencionar a los Entremeses de Cervantes, que Gómez ha remontado en La Abadía. Cabe objetar que podría haber puesto un ápice de creatividad para que el espectáculo se quedara en un mero ejercicio de desempolvar. Pero está bien y además a Gómez no se le puede distraer del magno proyecto en el que está embarcado, La Celestina, donde José Luís incorporará este personaje.
Y más de La Abadía. Los Entremeses cervantinos abrirán el festival de internacional del Teatro Nacional Húngaro, a mediados de abril, una vez que Oliver Py es una figura non grata en ese país, y no les vale Hacia la alegría. Desconozco qué artículo publicado en la prensa francesa a irritado a los húngaros, pero me alegra que una compañía española vaya con un texto de nuestro patrimonio. Y todo gracias a Inditex.
José Gabriel López Antuñano