Teatro y superstición: Macbeth
Ignorante de las modas teatrales, un día dije en un foro: «Esta parece una versión de Macbeth». El asistente me miró con terror y me llevó afuera, dio tres vueltas sobre sí mismo y escupió en el piso. Y me advirtió con desazón: «No se debe decir esa palabra en un teatro… ¡Puede ser terrible!». Me quedé más sorprendido que un intruso en una sociedad secreta.
Mi regreso a los espectáculos en París fue para ver una versión en sardo de la obra de Shakespeare. Llegué a la taquilla y pedí una entrada para ver Macbeth; con inquietud el taquillero me respondió: «Para Macbettu, es una versión en lengua sarda de la obra». Sí, era para una versión realizada por Alessandro Serra con la compañía Teatropersona de la isla italiana de Cerdeña que se presentó en el teatro de Bouffes du Nord en días pasados; el taquillero se cuidó para no pronunciar el nombre maldito. Macbettu, no sé si el cambio de nombre corresponde a la superstición o a la necesidad idiomática del sardo, pero en escena se grita con angustia «¡Macbeeettuuu…! ¡Macbettuuuu!». Ignoro qué hubiera ocurrido si el grito se diera con el nombre original, tal vez el vetusto Bouffes du Nord se hubiera resquebrajado.
La versión de Macbeth por la compañía Teatropersona de Cerdeña es masculina, como en la era isabelina, con una Lady Macbeth encarnada por un actor terrorífico, y unas brujas-actores que son el centro y motor de la acción. Algo maléfico se desprende de esta puesta en escena en la que el mal se posesiona de los personajes principales y los manipula a su antojo.
Macbeth es una tragedia en donde se observa cruel y descarnada la fuerza del destino ante los débiles personajes que somos los humanos. En esta versión la violencia desatada por las brujas se convierte en un aquelarre hipnótico y destructor. El director Alessandro Serra explica en el programa de mano que se inspiró en las escenas del carnaval de Barbagia, localidad del centro de la isla, para realizar su versión, áspera como una montaña mediterránea.
Esta representación del destino en un espacio cerrado me hizo reflexionar sobre la manifestación de las fuerzas invisibles en la escena, desde que se descubrió el teatro hace más de dos mil quinientos años. La Tragedia Griega expuso en un espacio limitado la mecánica del mito y sus consecuencias: en el foro hay una condensación de energía que mata e ilumina a los personajes. A raíz de este espectáculo, releí con azoro y emoción La Orestíada de Esquilo: estupor y asombro ante los oráculos de Casandra que anuncian su propia muerte y la del comandante Agamenón, sin que nadie sea capaz de oponerse a los designios.
Recordé el terrible destino de Edipo dictado por los oráculos, plasmado en la escena por Sófocles, acción que desemboca en la ceguera y el suicidio. Pero lo que quiero destacar es que en las tres dimensiones de la escena teatral, se asoma la luz de una impalpable cuarta dimensión, ante la trémula presencia del público. Quizá eso es lo que despierta las supersticiones que se cristalizan en el nombre de Macbeth. Porque el personaje de Shakespeare es manejado como una marioneta asesina, ya sea porque los presagios de las brujas revelan los deseos inconscientes del personaje principal, ya sea porque anticipan, en una predicción nefasta, aquello que va a ocurrir por los impulsos secretos del personaje.
Alessandro Serra en su versión Macbettu se inclina por el poder inefable del oráculo que destruye a los que se asoman a sus predicciones. Las brujas son el motor de la obra, los personajes su combustible. Los espectadores asistimos a este aquelarre que solo el teatro puede ofrecer, en la derruida escena del Bouffes du Nord que a tantos fantasmas ha convocado desde su rescate.
Enrique Atonal
París, octubre 2021