Críticas de espectáculos

The Valley of Astonishment/Peter Brook/XXXII FESTIVAL DE OTOÑO A PRIMAVERA

¿Hasta qué punto no se ha convertido ya el teatro de Peter Brook y Marie-Hélène Estienne en un «producto» de consumo en el campo de la cultura? Eso sí, un producto selecto y exquisitamente trabajado como un bolso de Louis Vuitton o un abrigo de Fendi, hechos para satisfacer la autoestima – ética y anímica, en este caso – de quienes asistimos a sus espectáculos. Y es que, en estos tiempos de discordia, ambos creadores nos convocan para hablarnos una vez más de la inefable condición humana, de su comunión con la naturaleza y de los portentos de la mente. Y siguen conquistando al auditorio con sus relatos filantrópicos.

Así, quienes pisan la escena de El valle del asombro son pacientes y médicos que padecen o estudian la sinestesia, ese mal que permite a unos pocos humanos oír colores, ver sonidos o percibir sensaciones gustativas al tocar un objeto. Un don que, de ser controlable, enriquecería nuestra visión del mundo – como de seguro lo hizo con algunos pintores, músicos o poetas – pero que puede llegar a enloquecernos cuando, sin atención clínica que le oriente, el enfermo lo toma por una percepción natural.

Es el caso de Samy Costas, una mujer que goza de una memoria prodigiosa y puede retener cualquier vocablo: palabras, fechas, números, frases enteras y no importa en qué idioma. Así será capaz de repetir, sin entender el italiano, los versos que encabezan La Divina Comedia original. Cuando el director de su periódico la manda a un centro especializado, Samy les explica a sus doctores que ve las palabras como imágenes y que las va ordenando a lo largo de las plazas y calles de su ciudad natal para recuperarlas más tarde como si regresara de un paseo. Y lo mismo le ocurre con los números, que es capaz de reconocer por su posición en la matriz en la que los ordena al escucharlos. Otros los convierten en figuras: el uno es un tipo bien hecho, el dos, una mujer dispuesta, el siete, un hombre con bigote o el ocho, una señora obesa. Superado por sus capacidades, su director la pone en la calle y tiene que ganarse la vida – por cierto, con gran éxito – exhibiendo sus facultades mnemotécnicas en circos, teatros y platós de televisión. Cansada de tanto trajín, Samy se donará a la ciencia colaborando con sus doctores en el estudio de otros sinestésicos.

El valle del asombro parte de The Man Who, el primer montaje que sobre los enigmas del cerebro llevó a cabo Brook, en 1993, inspirándose en el libro The Man Who Mistook His Wife for a Hat (El hombre que confundió a su esposa con un sombrero) en donde el afamado neurólogo Oliver Sacks narra con cierto humor diversos casos de patologías neuronales. A este montaje siguió otro, Je suis un phénomène (1998), que trata de un tema semejante: la asombrosa memoria de Salomón Shereshevsky, estudiada esta vez a principios del pasado siglo por el neurólogo soviético Alexander Luria. Como se ve, la obra de la que hablamos – en realidad, un completo remake de Je suis un phénomène – viene a fundir ambas historias. Y aún hace referencia a una tercera más lejana en el tiempo, La conferencia de los pájaros, que se puso en escena en Aviñón en 1979 y aporta aquí la moraleja: «… mientras exploramos las montañas y valles del cerebro alcanzaremos el «valle del asombro». Mientras avanzamos con nuestros pies firmemente en el suelo, cada paso nos adentra más en lo desconocido».

No es de extrañar que el espectáculo, así construido, resulte estructuralmente un patchwork, máxime cuando a los fragmentos extraídos de las obras citadas, se le ha añadido ahora un número de prestidigitación un tanto verbenero en el que se requiere la participación del público. En cuanto a la intención de El valle del asombro y siguiendo su pauta acostumbrada, Peter Brook nos quiere embelesar con la complejidad del pensamiento humano. De las incontables neuronas que forman el cerebro no conocemos prácticamente nada, como si de los más de dos millones de pixeles que componen la imagen de una tele HD no pudiésemos ver más que dos o tres. ¡Y con esta ignorancia, parece decirnos el maestro, osamos enfrentarnos al universo! Así, como un gurú, un Tierno Bokar reencarnado, nos lleva el director inglés de la mano al dominio de lo trascendente, la mística y ese oasis de meditación y de paz que un día, aún no fechado, será toda la tierra. ¡Qué lejos está Brook de aquellos montajes arriesgados con los que empezó en la RSC: del Medida por medida shakespeariano con el que, en 1950, se iniciara en la compañía, del Marat/Sade de Peter Weiss que revolucionó Europa en 1964 o de US, un tremendo alegato contra la guerra del Vietnam que, a la manera de su admirada Joan Littlewood, puso en escena en el 66! Incluso antes de su Mahabharata en la cantera de Boulbon en 1985, Brook ya se vio atraído por las leyendas persas, hindúes y del África negra. En ellas encontraba esa espontaneidad, sabiduría y religiosidad que había perdido el hombre blanco. Cientos de espectadores le siguieron sin caer en la cuenta de que estaba al borde del orientalismo del que nos habló Edward Said.

Pero, con todo, lo que no ha perdido Peter Brook al cabo de los años (hoy tiene 89), es su capacidad como artista. Su talento para montar un mundo a partir de la nada – cuatro sillas, una mesa con ruedas y un perchero – es verdaderamente admirable. Como también lo es su forma de tratar a los actores y darles presencia en la escena, sobre la que se mueven como provistos de alas a la par que marcan a la audiencia el ritmo de su respiración. ¡Y con qué delicadeza y cuidado manipulan las piezas del atrezo! Claro que son tres grandes, Kathryn Hunter, Marcello Magni y Jared McNeill, entre los que destaca la primera por su apariencia física – una Madre Coraje en potencia – y la franqueza con la que actúa. La iluminación es obra de Philippe Vialatte y se luce muy especialmente en la escena en la que un paciente pinta en el suelo con una escoba lo que le dice una pieza de jazz. Y los músicos, Raphaël Chambouvet y Toshi Tsuchitori, están a la altura del resto, todos comprometidos con crear belleza.

Termina la función y el público se pone de pie enfervorizado. La magia del chamán todavía funciona.

Octubre 2014

Título: The Valley of Astonishment (El valle del asombro) – Escrita y dirigida por Peter Brook y Marie-Hélène Estienne – Intérpretes: Kathryn Hunter, Marcello Magni y Jarel McNeill – Músicos: Raphaël Chambouvet y Toshi Tsuchitori – Iluminación: Philippe Vialatte – Producción: C.I.C.T. / Théatre des Bouffes du Nord – Teatros del Canal (Sala roja) – Del 23 al 26 de octubre de 2014


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