Títeres Etcétera lleva ‘El retablo de maese Pedro’ al Teatro Real
‘El retablo de maese Pedro’ es una ópera para títeres de Manuel de Falla puesta en escena por Enrique Lanz. Se trata de una coproducción de Títeres Etcétera con el Gran Teatre del Liceu, Teatro Real, Teatro de la Maestranza, ABAO-OLBE, Ópera de Oviedo, Teatro Calderón, y con la colaboración de la Junta de Andalucía. Las funciones tendrán lugar en la Sala Principal del Teatro Real de Madrid los días 23, 24, 25, 26, 29 y 30 de enero.
Manuel de Falla contaba que de pequeño jugaba a representar con marionetas aventuras de Don Quijote para su hermana menor. Este era un personaje querido y familiar para el niño gaditano, antes de convertirse en el célebre compositor español. Por eso, cuando la princesa de Polignac le encargó en 1918 escribir una obra breve para orquesta de cámara, Falla le propuso el Capítulo XXVI de la Segunda Parte de la novela cervantina como argumento de su ópera, y sugirió además montarla con títeres, pues ese capítulo narra «la graciosa historia del titerero».
La acción tiene lugar en una venta manchega donde Maese Pedro y su ayudante, el joven Trujamán, ofrecen una función de títeres para los huéspedes. Entre los espectadores se encuentran Don Quijote y Sancho Panza. Los títeres representan «el retablo de la libertad de Melisendra», un romance medieval que cuenta cómo Don Gayferos rescata a su esposa Melisendra, prisionera por los moros en la ciudad de Sansueña (antigua Zaragoza). Don Quijote, al observar la escena, metido de lleno en la acción y queriendo hacer justicia, desenvaina su espada cuando los amantes huyen y son perseguidos por los moros. Pero los gestos del valeroso hidalgo sólo consiguen destrozar el teatrino y los muñecos del titerero.
Para el estreno de ‘El retablo de maese Pedro’ en París en 1923, y luego en Sevilla en 1925, Manuel de Falla contó con diferentes colaboradores, entre ellos su amigo Hermenegildo Lanz. Este artista quería y admiraba profundamente a don Manuel, y guardaba con celo todo lo relacionado con él. Así, conservó desde la partitura y las cartas con los consejos de Falla, hasta las plantillas con las que confeccionó las figuras, los bocetos de los mecanismos de los muñecos, o la lista de materiales que necesitó para construir el teatrino y las marionetas.
Enrique Lanz siempre ha jugado con títeres, y creció admirando los muñecos, dibujos y bocetos de su abuelo Hermenegildo, entre los que estaban los que este hiciera para ‘El retablo de maese Pedro’. Por eso para Enrique Lanz el nombre de Manuel de Falla y las notas de su retablo quijotesco han sido siempre un referente cercano. Tal vez por esa familiaridad, es sólo en la madurez de su carrera que ha decidido llevar a escena esta obra. Y hoy lo hace con marionetas gigantes, como un monumento dedicado a Cervantes y a Falla.
De Cervantes toma Lanz el recurso del teatro dentro del teatro, el juego entre niveles de realidad, de universos confundidos. El autor de El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha creó el personaje Cide Hamete Benengeli, quien –según la ficción literaria– creó gran parte de la historia de Alonso Quijano, el célebre hidalgo manchego que –apasionado por las novelas de caballería– creó a Don Quijote de La Mancha, quien a su vez creó el personaje de Dulcinea, dama a quien dedicarle sus honores. La ficción y la realidad en la obra de Cervantes están constantemente confundidas, distorsionadas por la imaginación de Don Quijote, y esta idea es el pilar del espectáculo de Enrique Lanz. Su puesta en escena teje un continuo juego de capas de realidad, de sorpresas visuales, de trampantojos, de ilusiones de verosimilitud trocadas.
Para su partitura Manuel de Falla emuló la mezcla de estilos literarios que utilizó Cervantes, y compuso su ópera a partir de músicas de diferentes épocas y estilos, combinando notas antiguas, folclóricas, litúrgicas o de vanguardia. Lanz se basa en esta idea y fusiona también estéticas, materiales e iconografías medievales y barrocas, inspirado además de la expresividad del arte africano o del art brut.