TITIRILANDIA 2001 SIGUE HASTA SEPTIEMBRE EN MADRID
Del 14 de julio al 16 de septiembre.
TITIRILANDIA 2001, se apunta un gran éxito.
Este año que me ha tocado veranear en Madrid, he asistido, varias veces, a un teatro, cuasi desconocido, de un género, no suficientemente valorado, como son los muñecos, el guiñol, las marionetas del llamado Festival de Títeres «Titirilandia 2001» entre las frondas del Retiro madrileño.
Por Pablo Villamar Entrando al «Reti», por la entrada de la Puerta de Alcalá, (no es indispensable la falda almidoná) descubrimos un mundo que el madrileño poco sabe disfrutar. La vegetación, los árboles centenarios, auténticos pulmones para el ser (ya ve usted, conocemos más los hospitales con amigos entubados, que esto) las plantas, las flores de unos jardines impecables, la banda sinfónica municipal, tocando los domingos…pero (y a lo que va dirigido está crónica) es a un espacio, según entras a la derecha, antes de llegar al estanque, al otro lado de la música, con sus gradas en semicírculo, su entrada gratuita y donde, a partir de las 7,30 de la tarde se va a desarrollar un espectáculo ínsólito, que bien pudiera ser el de la corte de los milagros de Paris, sólo para niños, pero que está lleno de adultos, bien porque no quieran dejar sólos a los pequeños, o porque los padres y los abuelos de ahora sean más inteligentes que los de antes y no se quiren perderse una función como ésta, renovada cada semana a la que llaman «Titirilandia 2001».
Todos los que hemos sido niños alguna vez, (algunos todavía lo somos) quisimos tener un guiñol, como entonces se le llamaba, para hacer nuestro teatro en casa, aunque luego, a la hora de hacernos mayores, se nos olvidara, como cuando dijimos que queríamos ser policías o militares, y después se abominó de la mili hasta pedir su supresion. Ahora le preguntas a un niño de seis años qué quiere ser de mayor y te contesta «obrero», y eso yendo al colegio desde los tres años. Si le preguntas el por qué, te responde que por las altísimas grúas que usan, por los camiones que hacen el cemento o recogen cascotes, por los andamios, o porque les ven taladrando el suelo, todo lo cual resulta fascinante. Y si sigues indagando te contestan con mucha seriedad: «porque al obrero nunca les faltará trabajo». También hay otros que no quieren crecer, y para seguir con el privilegio de ser niños toda la vida, Lo contrario que nos sucedía a nuestra generación, que estábamos deseando ser hombres, mayores de edad y que nos creciera el bigote.
Nosotros, los padres, asistíamos al teatro infantil con condescendencia, como un género menor, y porque disfrutara tu hijo o descansarras tú de él. Otras veces, estábamos tan ocupados, que ni eso podíamos, y dejábamos a los niños con la chacha, y volvíamos a recogerlos, diciendo frases
distraidas, como si en vez de niños fueran idiotas. En la profesión teatral, yo entre ellos, tuvimos una etapa en que nos dedicamos al teatro infantil, hasta que nos cansamos. Sólo Garcia Lorca, alma infantil por antonomasia, se preocupó de hacer textos y tomar el teatro de guiñol en serio, como una auténtica manifestación artística.
El tiempo ha ido pasando, y con él, los conceptos y las costumbres. Y con el tiempo, unos esforzados paladines, han seguido, en la trinchera de lo imposible, luchando por hacer un nuevo teatro de títeres, con la ilusión de ser considerados artistas y llenar el vacío que anhelaba un público que iba a ser el recipiendario. Con humildad, sin importarles la categoría, o que les llamaran titiriteros, satisfechos de su oficio, tan antiguo como el juglar, yendo de pueblo en pueblo, donde se les recibía con alegría sana, no exenta de su pizquita de lástima. Bueno, pues todo eso pasó a la historia. Se realizó el milagro. Y lo que en principio eran personajes sin espíritu con el único objetivo de propinarse palos, porque eso hacía reir a los niños, se ha convertido en una poética, en un auténtico género teatral, con su libreto, su argumento, su estructura; empleando los recursos de la técnica moderna, y los que se dedican a este trabajo, tienen a orgullo su profesión, la han dignificado, la han extraido del tabladillo de feria, para subir a teatros de verdad, a certámenes, a festivales. Para dejarnos a todos un poco anonadados y otro poco avergonzados por no haber caído en la cuenta hasta ahora.
«Tirirlandia 2001», se nutre principalmente de grupos de Madrid, pero también se ha convocado a muchos que residen en otras Comunidades y también al extranjero. El primer espectáculo que ví era italiano, pero se entendía perfectamente. También hay anunciados de la República checa y de Argentina. Digamos que ya es internacional. Y tiene su teatro fijo, en el Retiro, muy cerca de la Puerta de Alcalá, (la de Victor Manuel y Ana Belén («ahí está»), con graderío y «escenario» fijo, al aire libre, con su clientela segura, aborratado siempre, y la ilusión en la espera, con los preparativos de los actores, y de que si empieza o no empieza, no por ellos, si no por el público que llega con mucha antelación para coger sitio. Digamos una vuelta al teatro químicamente puro.
Con «Titirilandia 2001» ha quedado abolido para siempre el teatro de guiñol a la antigua usanza, para dar paso a un género de alta envergadura, en que el texto, la narración, los avatares de los personajes, multiplicados por un sin fin de manos, llegan, en muchos momentos, a la perfección, a la función redonda, cuidando los detalles más nímios, que a nosotros, los veteranos, deformados del teatro convencional, nos ha zarandeado la conciencia de presumir de directores, cuando un público tan exigente como el infantil, se fija y se recrea, con pequeñisimos objetos que cobran vida ante sus ojos, y que en el teatro de adultos, ningun profesional le hubiera hecho el menor caso.
Con palmas y silbidos de satisfacción, por parte de chicos y grandes, sigue adelante hasta 16 de septiembre, este auténtico Festival de muñecos, para todos los públicos, y que patrocina, como era de rigor el Excmo. Ayuntamiento de Madrid.
PABLO VILLAMAR