Tocar cartón
¿Se acuerdan de la película El show de Truman? ¿De aquel personaje que nació y vivió dentro de un gran programa de televisión, en una suerte de Gran Hermano superlativo? Si se acuerdan de la película quizá recuerden también la escena en la cual el bueno de Truman, con la firme sospecha ya de que su mundo era un enorme plató, se monta en un barco y decide llegar a los confines de su universo, hasta que finalmente choca contra el horizonte, que está hecho de cartón. Detengan su pensamiento por un momento, y llévenlo a los últimos sucesos que copan los noticiarios y las comidillas de barrio. ¿No les da la sensación de que nosotros también empezamos a chocar contra cartón?
Todo comienza con una burbuja y un cuento de terror en el que la moraleja, según los que hoy siguen teniendo más posibilidades que nadie, es que el resto vivimos por encima de las nuestras. A partir de ese momento sabemos que nuestro bienestar era de cartón. Una ilusión efímera costeada con créditos imposibles que se ofertaban a espuertas.
Desde entonces, a medida que nuestros derechos se cercenan a la misma velocidad con la que el bolsillo se ahueca, intuimos con mayor certeza que esta democracia, que antaño hinchaba tantos pechos y llenaba tantas bocas, tiene, en realidad, urdimbre de cartón. Para muestra estos gobernantes de tres centavos, aupados por una mayoría que les vota por unas ideas, que después cambian en pequeña comandita, para acabar haciendo lo contrario de lo que prometieron. Cómo será la cosa, cuánto se habrán acostumbrado a alimentarnos con engaños y palabrería vacía, que para desmentir las acusaciones recientes acerca de los sobresueldos, al jefe de la barraca sólo se le ocurre decir que ese tema es falso, sin adosar a la negación ninguna prueba que lo demuestre. Si miramos a su alrededor, incluso a los que se oponen frontalmente, la impresión no mejora, aunque la apariencia lo contradiga. Declaraciones de cartón, exigencias de cartón, tertulias de cartón, promesas de cartón. Y sobre tanto cartón, la agria sospecha de que no hay voluntad verdadera para cambiar la situación desde la raíz. Que por mucho que se corten las ramas, las que vengan detrás seguirán creciendo torcidas.
Los peor pensados sugieren que este sistema que nos desampara, tiene recursos para embotar la atención de sus ciudadanos cuando la situación se pone fea, pero resulta que esos embriagadores de masas como la prensa rosa, la televisión o el deporte han demostrado también ser de cartón. El yerno modélico del rey, era de cartón. Ana Rosa, esa presentadora casi más famosa que los famosos de los que habla, y a la que le dio por escribir una novela, era una escritora de cartón. Aquella pitonisa de televisión que se relacionaba con los muertos de ciertas celebridades, era de cartón. Lance Amstrong y su prodigioso ejemplo de superación americano, era de cartón. Y junto a él, varios grandes ciclistas y deportistas de otras disciplinas también eran de cartón. Y por si esto fuera poco, hace unos días, a este paisaje acartonado se le ha unido una serie de partidos de fútbol que parece fueron amañados.
Quizá el grado de corrupción y fraude con el que opera la sociedad donde vivimos ha sido siempre así, y lo que realmente ha cambiado sea el hecho de que ahora simplemente somos más conscientes de ello porque se detecta más. Lo ignoro. Pero el caso es que a pie de calle nunca hemos vivido con tal sensación de desconfianza y descrédito hacia un sistema que devuelve podrido aquello que se le ofrece. Si nuestro desengaño saliese a bolsa alcanzaría máximos históricos.
Hablamos de cartón para evidenciar la falsedad y degeneración que nos rodea, curiosamente en un espacio sobre Artes Escénicas, donde trabajamos para que la imaginación haga el viaje en sentido contrario, para que artefactos de cartón y madera, en vez de revelarnos un presente inmundo, nos transporten a lugares mágicos que la cotidianidad no sospeche. Ese camino de doble sentido que ofrece el cartón, revela la tensión de fuerzas opuestas con la que estamos obligados a trabajar en la actualidad. Denunciar las injusticias que a nuestro alrededor se cometen sin ambigüedades, sin espacio para más ingenuidades y, al mismo tiempo, que ello no implique renunciar al inocente misterio del arte.