Todo lo que obviamos
Ha muerto Manuel Pérez Aguilar. Fue una de las primeras personas que entendió que la gestión en el ámbito de las artes escénicas forma parte sustancial de su propia existencia, que en una buena organización se deben poner en paralelo y con el mismo valor la parte artística y la gerencial. Desde los años setenta, con iniciativas privadas que ayudaron a aglutinar lo que entonces llamábamos Teatro Independiente, hasta sus aproximaciones institucionales de grado ministerial, su labor debe considerarse como importante o muy importante. Pongamos en valor que formó parte del equipo que consolidó el INAEM y varias de las instituciones subyacentes existentes. Su deriva posterior, esos saltos a la privada y vuelta a la gestión pública, forma parte de una historia nunca explicada de nuestra idiosincrasia, la de intentar que prevalezca nuestras ideas a las realidades cambiantes. Fue maestro de una pléyade de gestores, productoras, distribuidores. Llevaba años en silencio, apartado del primer plano, seguía escribiendo, pensando, elucubrando sobre todos estos asuntos y sería oportuno recopilar algunos de esos escritos por si pudieran ser fundamentales para las generaciones actuales, tan faltas de cuerpos teóricos sobre la organización de las unidades de producción, los teatros públicos y un largo etcétera.
Porque el día a día, el vértigo de la rueda de producción, exhibición, resultados cuantificables y demás asuntos de esa visión chata y neoliberal de nuestra actividad necesita, a mi entender, de un repaso de sus cuestiones básicas, de mirar con calma, profesionalidad y ganas de aprender, a otras realidades muy cercanas de estas organizaciones, de su dotación presupuestaria, de sus objetivos a corto, medio y largo plazo, de la relación de la creación (si quieren le llaman producción) y su entorno, la creación y mantenimiento de públicos.
No es una retórica, es una pragmática. Es revisar ese ordenamiento, la función de las unidades de producción o teatros nacionales, el uso adecuado dentro de un proyecto global de los teatros de titularidad pública. Sé que muchos de quienes siguen estas homilías se toman a cachondeo esta insistencia. No importa. Mientras me quede un poco de aliento para teclear y componer estas piezas, insistiré en recordar a los presentes la necesidad de cambiar, para mejor, nuestro sistema de educación, creación o producción, exhibición, distribución pensando no en los gremios, sino en el valor cultural y extensión a toda la ciudadanía del bien común cultural.
Se trata de revisar los criterios que fundamentaron en los años cuarenta del siglo pasado un movimiento europeo, fijarse en la organización de las artes escénicas en centro Europa, la calidad de sus teatros, con compañía fija, sus programaciones tan llenas de variantes en formas y formatos, su relación con los públicos porque es un placer asistir a esos teatros rodeados de tres generaciones y un largo etcétera. Sí, lo admito, es iniciar una revolución, es cambiar radicalmente de idea fuerza. Estabilidad, no itinerancia constante. Racionalidad estructural, frente a improvisación y gestión frenética para conseguir una actuación. No es nada fácil, ni inmediato. Es una tarea de fundamentar estas posibilidades consensuadas, poner de acuerdo a todas las Comunidad Autónomas, cosa nada fácil, explicar los pros y contras a todos los intervinientes en el proceso e ir dando pasos, paulatinamente, pero empezando ya, para que, en cinco, siete, diez años, exista una cartografía diferente.
Por razones obvias, esta entrega la he escrito en un estado de emociones acumuladas. Es un claro homenaje a Guillermo Heras y Manu Aguilar, recordando las horas que pasamos hablando de estos asuntos, los acuerdos tácitos y los desacuerdos manifiestos y sonoros.