Todo pasará
En el ínfimo trozo de universo que tenemos la osadía de presumir como conocido, y en el escaso tiempo consciente que viviremos en él, aunque no necesariamente durante nuestra existencia, pero si en la sempiterna existencia del universo, todo lo que pueda pasar, pasará, incluso lo más descabellado será posible. Incluso lo más descriteriado según nuestros cánones actuales, aunque no tenga ninguna posibilidad de concretarse, en los miles de millones de años por delante, la multiplicidad de factores incompatibles necesarios para que un cierto hecho suceda, si llegarán a combinarse como para que lo irracional hoy, sea posible en un distante mañana.
En el mundo del arte, desde siempre la ciencia ficción ha cumplido el rol de ser una pitonisa adelantándose a su tiempo y prediciendo un futuro completamente improbable, que a la postre fue real.
Viajes al espacio en tiempos del vapor, relaciones sociales entre habitantes de diferentes mundos cuando ni siquiera en la tierra podemos convivir con nosotros mismos, manejo del tiempo para adelantarnos o retroceder en nuestra propia historia y tener la oportunidad de modificarla cuando el tiempo siempre escaso en nuestra sociedad contemporánea nos mantiene en un estado de stress constante.
Todo pasará, y no solo en el sentido de su ocurrencia, sino también porque lo que hoy es una realidad, dejará de serlo.
Ya no nos alimentamos de carne cruda a menos que sea como una opción de alguna cocina gourmet, no nos abrigamos con pieles porque los animalistas han creado conciencia, ni nos movilizamos a caballo a menos que estemos participando de algún deporte ecuestre.
Si lo imposible puede ser posible en un tiempo indeterminado, ¿por qué a veces nos parece que nuestros propios sueños, por simples que estos sean, nunca se realizarán?
Creo que la sociedad contemporánea gradualmente ha ido modificando y acelerando los procesos naturales en función de sus necesidades poco pacientes, y cuando algo no es posible ahora, ya, es motivo de inmensa frustración.
Si bien es cierto, los tomates son un fruto de temporada, nos hemos acostumbrado a comerlos durante todo el año; en verano muy sabrosos y en invierno, con gusto a nada, pero, eso sí, muy bien presentados en las góndolas de los supermercados.
Ya no se siembra cuando se debe sembrar, ni se cosecha cuando se debe cosechar respetando los ciclos de la naturaleza. Agua, luz artificial, clima controlado, abonos, pesticidas, pasan por alto los procesos naturales con el fin de producir en épocas trastocadas para obtener un mejor precio de venta.
¡Todo es para ahora!
¿Cuándo fue que perdimos la paciencia?
Esa paciencia tan necesaria a la hora de escuchar a quien difiera con nosotros, como para llegar a consensuar en una justa medida intermedia.
De cierta forma, todos en su metro cuadrado de existencia tienen absoluta razón en función de sus intereses particulares.
Los inconvenientes se producen cuando esos intereses pisotean sin contemplaciones los intereses del otro, y cuando digo el otro, ese otro es cada vez más la naturaleza.
Todo lo que pueda suceder sucederá, y nuestra extinción como especie es un hecho.
No es necesario acelerar los procesos como para llegar a nuestro fin.
Y lo estamos haciendo.