Tomate
Esta semana escuchaba en un programa de televisión dedicado a la huerta, que a los tomates hay que castigarlos un poco para que tengan buen sabor, que hay que maltratarlos regándolos de manera escasa –últimamente me da por refugiarme en todo tipo de espacios televisivos de divulgación para evitar los ataques de ansiedad que me genera el manejo de la crisis económica por parte de los medios-.
Permítanme que mezcle tomates con artistas y desazones personales, pero dichas palabras me hicieron pensar en una idea extendida y que se repite como un mantra entre los profesionales del sector. Estoy harto de escuchar que éste va a ser un gran momento para el arte, pues el artista necesita trabajar en condiciones duras como las que estamos viviendo para que su creación no nos sepa a tomates de supermercado.
Puestos a hablar de muletillas, también hace tiempo que se viene hablando de selección natural –que no cualitativa-. También me tiene superado. Se dice que producimos excesivamente y que no podemos asumir dicha producción. Se insiste en que el estado ha sobreprotegido al artista. Se habla de la racionalización del mercado y se nos propone como modelo la gestión –o se proponen ellos mismos directamente- éste o aquel ejemplo privado, ejemplos que, paradójicamente, no dejan de estar siempre asistidos de manera más o menos directa por ayudas públicas.
De igual modo se redunda en las cualidades del modelo anglosajón –tan lejano y matizable-, e incluso en el latinoamericano, este último por familiarizado con las crisis. Está claro que las políticas culturales las imprimen las escuelas de negocios, los mercados, los públicos, los gestores, mandan todos menos el artista, cada vez más atacado de síndrome de Estocolmo.
Unos y otros nos repetimos que hay que aprovechar el momento y reinventarse, pero principalmente replantearse estrategias y diseños de producción para convertir al artista en súper empresario y al arte en súper producto comercial. Por lo que se refiere a la actitud, tenemos que estar todos en positivo, no lamentarnos y trabajar como chinos. Como decía Alejandro Casona, «Llorar, sí; pero llorar de pie, trabajando; vale más sembrar una cosecha que llorar por lo que se perdió.» Lo que se perdió…
¿Se han dado cuenta, también, de la ola de ‘romanticismo’ peligrosísimo que recorre tertulias pero sobre todo proyectos? El asociacionismo y el mundo amateur están de moda. ¿Qué pasa con tantos años de lucha por el reconocimiento de la profesión? El profesional trabaja cada vez más por amor al arte y el creador regresa a la bohemia, pues la actividad artística no deja de ser una necesidad física. Qué abominación la nuestra, estamos malditos por pasárnoslo tan bien con lo que hacemos. Ya ven.
Ni refugiándose en la horticultura uno se puede sacar de la cabeza esta sequía. La verdad es que -y por mucho que lo planteado hasta aquí sea muy matizable, e incluso esté equivocado- no le veo ninguna cara positiva a esta situación. No a estas alturas. Hace mucho que dura y más que se quiere hacer durar. Ya basta de castigos y maltratos.
Hasta aquí el tomate.