Velaí! Voici!

Tópicos y teatro

¡Qué difícil nos resulta escapar de los tópicos! Esos lugares comunes del pensamiento sedimentados a lo largo del tiempo por la tradición a base de clichés repetidos.

Tópico, cliché, estereotipo… repetición-variación de comportamientos e ideas sobre asuntos o personas.

Recientemente, en una red social en la que se pueden pescar algunas tendencias y expresiones del momento, un actor formulaba: «Hoy soñé que hacía teatro contemporáneo, rollo bailando sin camiseta y tal.»

Velahí un tópico que asocia el teatro contemporáneo, no sin fundamento, a la danza y a la mostración del cuerpo sin esconderlo a él, ni al actor o actriz, bajo la referencia de una ficción imaginaria (un personaje).

De esta manera, los tópicos también actúan, en algunas ocasiones, yendo directamente a las esencias o extremos de aquello que representan. Blanco o negro, sin escala de grises y sin otros cromatismos. Aunque si tiramos del hilo acabe por dibujarse todo un arco iris de posibilidades al respecto. En este sentido un tópico puede ser el receptáculo en el que se condensa o sublima la complejidad.

Si nos vamos al polo complementario u opuesto del cliché del «teatro contemporáneo» viajamos hacia el del llamado «teatro clásico». Donde «clásico» se asocia a una miríada conceptual alrededor de lo «canónico» o al período de mayor plenitud de una civilización o cultura, según la RAE, y a aquellas obras que se erigen en modelos dignos de imitación.

También se asocia a una tradición culta. Y, en una acepción un poco más corriente, el adjetivo «clásico» se relaciona con aquello que no se aparta de lo tradicional, de las reglas establecidas por la costumbre y el uso, por lo típico. O sea, aquel teatro de estética más conservadora y, por tanto, que ostenta también unos valores más continuistas e incluso carcas.

Así, frente al tópico del «teatro contemporáneo» más rupturista, innovador y heterodoxo, «rollo bailando, sin camiseta y tal», estaría el tópico del «teatro clásico» más anclado en viejos paradigmas, más ortodoxo y, por supuesto, bajo la hegemonía de un logos (palabra) que ordene y someta el movimiento y la acción, que vista al cuerpo. Por ahí recalamos en el puerto del teatro entendido como el arte de la declamación y aparece ante nosotros el lugar común del «teatro de capa y espada», o el teatro, con reminiscencias museísticas, de decorados pintados e histriones envueltos en togas, hasta el extremo del cartón-piedra.

Cuestión de gustos y educación (porque el gusto se educa) acercarse a una orilla o a la otra, ambas adulteradas por la hipérbole de las generalidades. Aunque lo más recomendable y verosímil, quizás, sea nadar entre las dos veras. Porque el enorme continente de las artes escénicas abraza un amplio mapa de horizontes teatrales siempre complejos y placenteros.

Afonso Becerra de Becerreá.

P.S. – Soy consciente de que esta reflexión es muy discutible. Discutámoslo. Celebremos lo discutible y dejemos lo indiscutible para quien necesite parapetarse en ello.


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