Traficantes de sombras
Hay traficantes que van recorriendo diversas tierras relacionándose con distintas gentes y realizando acuerdos artísticos. Acuerdos sobre sombras, sobre apariencias, sobre sensaciones, sobre espectros, sobre «imaginaciones» de carne y hueso. Nos movemos en un medio que va en contra de la lógica, y de los convencionalismos de la economía, que va contra el sentido común. Un medio absurdo, capaz de producir en sus agentes la misma desesperación e impotencia que sufrían los personajes kafkianos de «El Castillo», por ejemplo. Un medio excesivamente reglamentado para medir y valorar productos etéreos. Un medio donde el producto existe únicamente en el momento en que se representa y que obligatoriamente cada vez que se representa es un producto diferente, distinto, desconocido. Nunca puede adquirirse lo que se desea y es imposible saber jamás que es lo que se ha adquirido.
Trabajamos con esas sombras que deben ayudar a que la vida sea menos gris, que deben ayudar a acceder a una realidad más alta, secuestrada en lo más profundo de nuestras conciencias. Traficamos con sombras que deberían alargarse lo necesario para facilitar una revolución integral de las personas, sombras que deberían tener una proyección que superara las renovaciones estéticas o políticamente correctas. Sombras diseñadas por un pensamiento libre de la vigilancia de la «razón»; diseñadas por un pensamiento no contaminado por la ideología dominante y lejos del pensamiento único creado por los poderes políticos y/o económicos. Sombras que ayuden a que no piensen por nosotros.
La industria de las artes escénicas tiene unos pilares de escayola, unas paredes de adobe, un tejado de paja y un contenido de ilusiones, sueños y pasiones. Hay que conseguir que nos oigan en un mundo que no escucha; hay que conseguir emocionar a gentes que viven con la armadura puesta; hay que hacer reír a aquel al que la vida le ha dado la espalda, hay que propiciar el libre pensamiento y ofrecer herramientas para la autocrítica y la reflexión. Hay que llamar la atención de las personas cuando se tiene algo que contar y hay que saber retirarse a tiempo.
Tanto las sombras como los traficantes juegan en el mismo equipo. Si no se entiende que todos juntos debemos trabajar para que las sombras inunden al público primero y a la sociedad después, nos equivocamos. Más aún en tiempos revueltos cada colectivo, desde su responsabilidad, debe encontrarse con el otro y propiciar dinámicas que hagan que las artes escénicas recuperen en la sociedad el espacio que les corresponde.
En el fondo y al final, se encuentra el público. Convidado de piedra que sustenta toda esta industria de papel. Público que muchas veces da la espalda al teatro y no quiere escuchar lo que éste le dice. Pero público que también lo mantiene y lo sustenta desde hace muchos siglos como un bien irrenunciable para la Humanidad. El público es nuestro objetivo y nuestro confidente. No lo sustituyamos, dejemos que hable pero démosle también los instrumentos y las posibilidades para que hable cada vez con más criterio.
Los versos calderonianos vienen de la mano cuando Segismundo dice:
«…
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño:
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.»
Al final cada uno representamos el papel que nos ha tocado en el reparto de la vida pero, por favor, señoras y señores, hagámoslo con altura.