Tragedia y casa familiar de diseño. Ibsen House de Simon Stone
Vives en un lugar provincianizado, una ciudad de provincias. Aquí el título de Grotowski: Hacia un teatro pobre, es como un mandato literal de la precariedad. También hay quien, desde una postura esencialista, defiende el teatro que se puede hacer sin más medios que una buena actriz o un buen actor y una silla, o incluso sin silla. Por aquello de que la necesidad aguza el ingenio. Un tópico falso y tan esclavizador como aquel de la letra con sangre entra o parirás con dolor.
Qué gusto cuando, por fin, salgo de mi país (Galicia) regionalizado y de mi ciudad (Vigo) provincianizada y llego a una capital como Lisboa y a un teatro como el Dona Maria II. Un teatro, el TNDMII, que me permite ver un espectáculo tan impresionante como Ibsen House, de Simon Stone y el Internationaal Theater Amsterdam. Un elenco amplio de once personas y una auténtica casa montada sobre el escenario, con todo su mobiliario.
Esto, así, de primeras, ¿qué significa? Pues que este montaje viene de un país y de una ciudad que invierten en artes escénicas. Y una buena inversión como esta, para que no sea un gasto vacuo, necesita, indefectiblemente, de un proyecto y de un equipo con mucho ingenio y tesón. El dinero invertido también se traduce en dedicación, en tiempo de trabajo. Y un espectáculo como Ibsen House no se hace en unas semanas.
La protagonista de Ibsen House es la casa, en sentido literal, diseñada por Lizzie Clachan, como lugar real de la acción y como testimonio de la misma. Pero también en sentido metafórico, como construcción y sede de una de las instituciones más antiguas de la historia: la familia.
Una casa que trasciende el concepto de escenografía, como dispositivo que suele camuflar el escenario para crear una ilusión. Una casa que miramos como real aunque, en determinados momentos, vaya girando para que podamos ver diferentes perspectivas y escenas, que acontecen en diferentes espacios de esa casa.
Ninguna casa real gira. ¿O sí? Pero gira el planeta tierra, sobre el cual las casas se anclan, igual que pasa el tiempo y, en cierto sentido, también gira. El tiempo gira porque todo acto suele tener sus consecuencias y éstas nos retrotraen al tiempo anterior, en el que fueron causadas o engendradas. El efecto boomerang.
La interpretación actoral es tanto o más impresionante que la casa que alberga esta historia. Con Aus Greidanus jr,. Bart Slegers, Celia Nufaar, Claire Bender, David Roos, Eva Heijnen, Fred Goessens, Hans Kesting, Janni Goslinga, Maarten Heijmans y Maria Kraakman, tenemos la impresión de estar ante los propios personajes, que se van configurando a medida que se desarrolla la historia. La interpretación es tan fina y magistral que desaparece como procedimiento teatral para producir la sensación de que las actrices y los actores son los personajes. Para explicarlo mejor: es como si los músicos, al tocar, desaparecieran, ellos y sus instrumentos, para convertirse en pura música.
Parece como si nos se tratase de unos personajes escritos por Simon Stone e inspirados en los de Ibsen, a los cuales el elenco actoral se aproximó al interpretarlos. Parece como si los personajes fuesen ellas y ellos.
Esta realidad de la casa y esta complejidad tan real de los personajes introducen un nuevo concepto de cuarta pared (de ilusión de realidad). Una nueva concepción de la cuarta pared, refinada, que nos da una especie de hiper-realismo, y, al mismo tiempo, es teatral, plástica, espectacular. Porque el movimiento giratorio de la casa, así como los carteles luminosos que indican el mes y el año de la acción en los diferentes saltos temporales, así como la presencia de los técnicos, montando la casa en la segunda parte, mezclados con los personajes, ponen en evidencia el propio dispositivo teatral. Así que, por un lado, tenemos una cuarta pared y, por otro lado, y de manera simultánea, tenemos esa convención consciente, esa evidenciación de lo teatral.
Hay una utilización preciosa de la evidenciación sutil del artificio, para que esto adquiera, dentro de un plano posdramático y material (más allá de la propia ficción), un nivel metafórico que refuerza y enriquece el sentido de la obra. Ese es el caso de la rotación de la casa o de la intervención de técnicos de escena, en la segunda parte, cuando la reconstruyen después de un incendio, cuyas causas veremos en la tercera parte, titulada infierno.
Ibsen House es una perturbadora saga familiar, en la que asistimos a las quiebras de varias generaciones. La pieza consigue desplegar la complejidad de la historia de esta saga familiar, semejante a aquellas de las tragedias antiguas. Un relato complejo que suele escaparse de la síntesis del teatro y de los formatos actuales de una hora u hora y media y que, sin embargo, es el punto fuerte de la novela o del cine. Artes, estas últimas, que, según mi opinión, permiten un mayor despliegue y ahondamiento en los embrollos y matices de un relato y unos personajes.
No obstante, en Ibsen House, la complejidad del relato y de los personajes se extiende durante tres horas de espectáculo, a través de saltos temporales y, como ya he señalado, de una interpretación impresionante por parte de las actrices y actores.
De Ibsen, Simon Stone, recoge ese estilo de novela en diálogo dramático. También el peso de los antecedentes y del pasado, el aura heroica de las mujeres, los errores y rigideces masculinos, las tramas personales y afectivas, cruzadas con el mundo de los negocios… Y personajes que nos recuerdan a los de Ibsen: el constructor, el alcalde, el hijo asombrado por el padre, el joven soñador e idealista…
En el seno de esta saga familiar, que es reflejo de una familia actual occidental, vamos asistiendo atónitas/os al desvelamiento de capítulos traumáticos y a errores que acaban desembocando en la tragedia.
Stone consigue hacer una tragedia hoy, cuando algunos filósofos importantes, de la modernidad y la posmodernidad, después de la Segunda Guerra Mundial, habían declarado la muerte de la tragedia.
Un genero, el de la tragedia, no solo finiquitado por las aberraciones descomunales del Holocausto y de las guerras del siglo XX, sino también por una sociedad capitalista y de consumo, cuya promiscuidad impide la creencia en instituciones como la familia, el amor, etc.
Sin embargo, Simon Stone, gracias a la inversión del Internationaal Theater Amsterdam, se permite trabajar con la acumulación y con el tiempo, para lograr la erupción trágica. Acumulación de confrontaciones y traumas, de promesas, de sumisiones, de concesiones erróneas para aguantar e ir tirando, hasta que toda la mierda revienta.
Esto no se consigue en un espectáculo de hora y media y tampoco desde la precariedad en la producción. Para llegar a la tragedia es necesaria la acumulación y el tiempo a ella inherente. Ese tiempo que nos permita ligar cabos y que, gradualmente, nos haga sentir el peso del fatum, provocado por acciones erróneas que parecen escaparse de nuestro control, como acontece al personaje de Cees Kerkman, el constructor.
En resumen, Ibsen House es un espectáculo impresionante y monumental, que hace de la tragedia algo que nos puede ser próximo e incluso familiar. La misma proximidad que existe entre la felicidad y el abismo tenebroso. Aunque la casa sea de diseño, quizás no te libras.