Tranqui, ya vendrá cuando venga
Esa flaca paliducha vestida con túnica negra y capucha, esa que nos pone el pijama de palo, que nos apaga la tele, que nos sube al ascensor para arriba o lo más probable, para abajo, la que nos prende la luz al final del túnel, la enviada por el más allá, la parca… la que en un lenguaje más poético la llaman el ángel de la muerte o antes, el cancerbero, la muerte, llegará cuando llegue.
Empujar los límites constantemente, no asegura una muerte prematura ni cuidarse en extremo, una larga vida. Es cierto que existe un valor estadístico, pero somos sólo un dígito en una estadística de miles, de millones…
No creo que a nadie le interese en demasía cuidarse en extremo como para llegar a ser el muerto más sano del cementerio.
En mi experiencia como piloto de parapente, y además, llevando pasajeros, he visto y vivido de todo, de lo bueno y de lo malo, de la dicha absoluta a la más negra de las penas.
En una ocasión llegaron a volar como pasajeros, una pareja de una madre joven y su hijo adolescente. Yo volé con el hijo y un colega con su madre. En vuelo se puede conversar sin ningún problema y el hijo me contó como a su madre le habían diagnosticado un cáncer terminal y de común acuerdo habían decidido vivir todas aquellas experiencias que mucha, quizás demasiada gente no vive por temor a la muerte, a pesar del hecho indesmentible, que al menos estadísticamente, nadie muere. Tenían una especie de check list con buceo, paracaidismo, parapente, salto en elástico, alas delta, rafting…
Durante el vuelo se gritaban cosas hermosas, nada trágico, felicidad pura, y al momento de aterrizar, ella tropieza y se caen. Una caída ridícula sin absolutamente ninguna consecuencia. Nosotros íbamos un par de segundos atrás, por lo que vimos todo y el le grita a ella:
«Buena vieja… quieres irte antes para el cementerio».
Yo no dije nada, pero mi primera impresión fue la de pensar en lo cruel del comentario.
No se bromea con la muerte, y mucho menos con alguien que de cierta forma está condenada al saber el plazo limitado, pero después de un rato me di cuenta de mi error.
Ante la certeza de la muerte próxima, solo quedan 2 alternativas; pasar el resto de los escasos días llorando amargamente y de pasada amargarles la vida a los afectos más cercanos, o disfrutar al máximo en compañía de los seres queridos.
Ellos, me dieron una lección inolvidable al haber optado por la opción de vivir a plenitud sin dejar espacio a los «¿y si?».
Todos sin excepción, dejamos de hacer cosas por un temor infundado a la muerte.
En mis años de piloto chofer, llegué a catalogar los tipos de pasajero en base a ese temor que todos tenemos como una herramienta instintiva de protección.
Están aquellos sin ningún temor; disfrutan del vuelo en niveles variables, ñero para ninguno es una experiencia trascendental como lo es para quienes no solo tienen temor, sino que mucho miedo. Entre ellos existen aquellos que logran vencer su temor y de manera anti natural corren hacia el vacío para luego darse cuenta de lo maravilloso de no solo disfrutar de la naturaleza, sino que de cierta manera, llegar a ser parte de ella al valerse del viento para mantenerse en el aire y ver la vida desde una perspectiva diferente. Al aterrizar, eran las personas más plenas que jamás vi y sin duda la experiencia, sobre todo la de haber superado sus miedos, los marcaría de por vida.
Por otro lado, existen aquellos incapaces de superar sus miedos. En 25 años solo me ha tocado presenciar esta situación 2 veces. Nunca, nunca, he visto caras tan amargadas por la frustración de ver como otros pueden y ellos no. Sin duda la experiencia de haber sido incapaces de superar sus miedos, los marcaría de por vida.
No tiene por qué ser en un deporte considerado de alto riesgo, pero la vida está llena de desafíos, peligros latentes y por ende, miedos.
La adrenalina nos mantiene vivos; vivamos.