Trayectoria
«¡Dime la trayectoria! ¡La trayectoria!» gritaba al teléfono. La mujer reaccionaba así ante la llamada que le informaba que su esposo, torero de profesión, acababa recibir una cornada de incierto desenlace. Con angustia fotogénica, ideal para una primera plana de revista del corazón, y ante la presumible sorpresa de quien se encontraba al otro lado del teléfono, la esposa se desgañitaba exigiendo saber el recorrido del asta por el cuerpo del torero. No quería saber si sangraba mucho o no, si podía mover los brazos o no, si estaba consciente o no. Necesitaba conocer la trayectoria de la cornada, pues era este dato el que le daría una idea certera sobre el estado y pronóstico de su marido. No lo he dicho aún, pero resulta que la esposa del torero era cirujana. Conocía el percal.
Llegan fechas donde el calendario exige mirar atrás, hacer balances, analizar lo acontecido para proyectar un futuro que salga al paso de los socavones que se abrieron durante la actividad reciente. Y antes de comenzar con cualquier retrospectiva, lo primero que a uno le sale es gritar «¡La trayectoria! ¡Que nos digan la trayectoria!». Que nos digan la trayectoria de la cornada que nos están asestando. Que nos digan en qué estado quedarán los órganos afectados. Que nos digan cuántos órganos vitales más van a punzar. Durante cuánto tiempo más seguirán embistiendo con el cuerno afilado.
Aunque muchos así lo quisieran, el dolor ni nos vuelve ingenuas a las personas ni nos borra la memoria. Sabemos de la gravedad de las medidas que se están tomando, intuimos su repercusión a largo plazo, la imposible vuelta a unas condiciones de bienestar que ahora suenan a lujo pero que en su día fueron derechos luchados y adquiridos. Sin más estrategia que el viejo truco de repetir mentiras para que, con el beneplácito de nuestra indiferencia, se conviertan en verdad, nos quieren hacer creer que Sanidad, Educación, Investigación y Cultura son actividades a sacrificar a costa de un supuesto bien común que, en realidad, sirve para camuflar intereses de una casta minoritaria. Bajo el caos, y con los recortes como bandera, hay una ideología neoliberal, clasista y excluyente intencionadamente orquestada.
Con todo, pese a la desorientación que produce esta cornada que parece no haber topado hueso que la detenga, es posible mantener la cabeza fría y cuantificar ciertos daños, al menos en materia de Artes Escénicas, que es lo que nos toca. La merma permanente de los presupuestos en cultura, con la puntilla de la subida del IVA, ha borrado del mapa festivales y programaciones, escuelas, compañías y proyectos artísticos afines. Aquellos que sobreviven lo hacen reinventándose, poniendo torniquetes a la sangría, tratando de equilibrar con pasión lo que la economía no sostiene. También hay quienes, gracias al ingenio y el talento, se vuelven afanosos pescadores de río revuelto y relanzan sus proyectos con mejores bríos. Son la excepción saludable de una situación cada vez más frágil cuyo resultado no engaña: somos menos y con menos recursos.
Por si fuera poco este peaje económico que afecta a todos los eslabones de las Artes Escénicas, este 2012 que por fin despedimos nos saludó con una noticia tan perniciosa como injustificable: el hecho de que el Tribunal Supremo anulase los grados en las Enseñanzas Artísticas. Como consecuencia, se establece por ley que la Música, la Danza y el Teatro no tendrán grado universitario y se entiende por discernimiento que tales disciplinas son estudios de segunda. Se hipoteca así, con un simple mazazo, el futuro de la siguiente generación de artistas y sus educadores.
Aquí, en el País Vasco, hemos tenido nuestro capítulo particular en esta historia de las enseñanzas superiores. La licitación de las obras que iban a hacer posible la construcción del Centro para acoger enseñanzas de Teatro, Danza y Escenotecnia, se ha paralizado. Nuevamente queda truncada una aspiración que en su desarrollo cuenta con la ilusión y el apoyo de los diferentes sectores de la escena, pero que a la hora de la verdad, cuando hay que rubricar definitivamente el proyecto, la posibilidad se esfuma por razones difíciles de explicar.
Viene un nuevo año, pero todo indica que el cuerno seguirá su curso. Que nos digan pues la trayectoria que va a seguir. Estamos dispuestos a cosernos las heridas con aguja e hilo, si hace falta. No abandonaremos el ruedo escénico así como así. Y es que sucede que el teatro, por mucho que las circunstancias vengan aliñadas con veneno, además de nuestro oficio, es nuestro placer.