Tres años/Juan Pastor/Teatro Guindalera
Teatro del amor al teatro
¿Escribir sobre la complejidad de la felicidad humana o sobre los problemas sociales contemporáneos? ¿El arte por el arte o el arte de lo social? ¿Decir la palabra ‘amor’ y redimir las demás miserias o descubrir precisamente las contingencias que subyacen a cualquier pretendido esencialismo? La eterna diatriba es planteada de nuevo por Jaime y Gregorio, dos de los cinco personajes que habitan la adaptación de Juan Pastor de Tres años, cuyo montaje acaba su andadura de más de ciento treinta representaciones la próxima semana en La Guindalera de Madrid. Y se diría que ese dilema, el de la pureza artística o el compromiso, es formulado y respondido mucho más allá del texto original de Chejov y que permea toda la puesta en escena e incluso toda una visión del teatro que el equipo de dirección de esta sala lleva adelante.
En un contexto en el que cada vez se hace más complejo articular las propuestas artísticas con la situación social general y con los diversos ataques al mundo cultural, Guindalera se ha convertido en un espacio de referencia para el mundo teatral madrileño y su público. La coherencia de su apuesta, la fe en su estilo, se manifiesta noche tras noche en cada uno de los detalles que acogen al espectador desde que cruza la puerta de entrada. El ‘gusto teatral’ del que habla su eslogan se descubre como el entusiasmo por el trabajo minucioso, por una orfebrería teatral hecha oficio más allá de las rentabilidades. Y esa misma actitud es la que se respira durante sus montajes.
Porque en Tres años, como en sus obras anteriores, cada palabra, cada gesto, cada ruptura, cada caída, refleja un modo de hacer teatro: aquel que acompaña al espectador, que lo guía por un camino en apariencia ya transitado en otras ocasiones (una historia de amor, en este caso, o más bien una historia sobre el amor…), descubriéndole que en ese gesto, en el de volver a hablar de la felicidad, en el de descubrir los pequeños matices de las relaciones humanas, hay toda una política de fondo. No se trata de mirar hacia atrás para redescubrir a Chejov, sino de mirar hacia el presente –hacia el público, hablándole de tú a tú a un metro de distancia, como hacen los actores en esta función- descubriendo todo lo que Tres años puede decir hoy de nosotros mismos, haciendo explícito ese desafío, sin ocultar todo lo que puede suponer una puesta en escena como esta en los tiempos que corren.
La historia de Alejandro y Julia nos sumerge en la España de los primeros años treinta, en el cambio entre una ciudad de provincias y la capital, en la evolución de una relación matrimonial llena de encuentros y desencuentros, y sobre todo en una reflexión flotante a lo largo de todo el espectáculo acerca de los aspectos y los caminos hacia la felicidad, hacia el amor, o hacia algo que se parezca a cualquiera de ellos. Los tópicos que podrían englobar a los personajes –con un vestuario y escenografía que nos llevan a la época referida- se disuelven por completo en una continua puesta en cuestión de los estatus, de las clases sociales, de las seguridades emocionales, que acompaña en sus acciones y en sus palabras a los personajes de la obra. El espectador no encuentra obstáculo para dejar que su atención se vaya con ellos, tremendamente cercanos, absolutamente cómplices con la mirada del público. Las escuchas internas, las miradas, los juegos de entrada y salida, bastan para hacer partícipe al que está sentado en su butaca. Incluso serían innecesarios algunos de los gestos hacia la platea que recibimos de los actores, pues su sola disposición en la interpretación alcanza de sobra para crear un círculo de empatía que se mantiene firme durante la hora y cincuenta minutos de representación.
La habitual calidad de José Maya y María Pastor, referentes absolutos del Teatro Guindalera, el gran trabajo de Alicia González y José Bustos, manteniendo en sus múltiples registros el tono que va trabando el avance de la pieza, y la impresionante presencia escénica de Raúl Fernández, hacen prever que el próximo proyecto de la sala –con su doble sesión en los Teatros del Canal en los meses de diciembre y enero- conseguirá llamar la atención del público madrileño que aún no se ha acercado a ver su trabajo: Odio a Hamlet, de Paul Rudnick, y La larga cena de Navidad, de Thornton Wilder, con dirección de Juan Pastor, subirán a escena con buena parte de los actores que han hecho de Guindalera un espacio de calidad singular.
Tres años – Dramaturgia y Dirección: Juan Pastor – Intérpretes: José Bustos, Alicia González, Raúl Fernández, José Maya y María Pastor – Teatro Guindalera – Madrid – Hasta el 1 de Diciembre de 2012.
Julio Provencio