Zona de mutación

Trickster

Pocas veces nos detenemos a mirar, observar, cómo algunos datos culturales aquilatan, sintetizan, condensan, una carga casi develatoria del sentido de lo humano. Al menos desde una perspectiva cultural. Pensemos en el caso del ‘doble’ (doppelganger) y también en el del ‘trickster’. Quizá en las escuelas no dibujamos un interés nítido sobre ellos, toda vez que los mismos quedan subsumidos en las características generales de un género, una tendencia, una época. Pero sólo intento hacer un par de comentarios sobre el segundo, el trickster. No será raro observarlo como carácter general, autónomo, particularizando su sentido dramático, cual es, la del gracioso, el embaucador, el tramposo. Introducido al drama o la tragedia, como fuerza oxigenadora y hasta liberadora. Podríamos citar aquí, por caso, al Crispín de La Vida es Sueño o al Lazarillo de Tormes. A veces, esta fuerza dramática vital, ha alcanzado para superar las formalizaciones imaginarias y así arremeter con potencia biográfica propia, o al menos con una leyenda de desarrollo acabada detrás, autoabastecida de estructura, sin necesidad de ser funcionalizable a ninguna obra específica. Puede ser el caso de Till Eulenspiegel, ese fascinante personaje popular de la cultura alemana, de Arlequín, de Juan el Zorro de Canal Feijóo, en Argentina. Los historiadores dan cuenta de que el ‘trickster’ es un personaje de la narración oral y del arte dramático, propio de todas las culturas, lo suficientemente arcaico como para caminar el ‘entre’ lo visible y lo invisible, lo consciente y lo inconsciente, lo oscuro y lo iluminado. En la tierra americana, desde antiguo, se lo vio manifestarse en ‘El Güegüense’, como una de sus máximas expresiones. Estando como en territorio natural más allá del bien y el mal o entre el sadismo y el masoquismo, resulta resguardado en el ‘entre’ amoral de lo inimputable, habilitando una reacomodación ética a base de una posterior decisión consciente que reordena las fuerzas morales del mundo. Pero sin el ‘trickster’, este proceso no ocurriría y cuando ocurre, queda un dejo en el espíritu humano de esa extraña teriomorfia de una doble pertenencia: un poco animal, un poco humano. Consciente, pero habitado por la sombra y la certeza de un trasfondo. La pureza y su ‘fuera de escena’ (lo obsceno, según lo define D. H. Lawrence). La “figura de una sombra colectiva que demuestra que la sombra personal es derivada de una figura numinosa colectiva” (Jung). La certificación de una otredad, capaz de escindirse de uno y echar a volar hasta escandalizarnos de nosotros mismos, haciéndonos cubrir el rostro con las manos. Aún hasta lo tenebroso, como bien lo ejemplifica un tétrico, aunque graciosamente desmitificador trickster: el Schmurz, ese inquietante no-personaje de ‘Los Forjadores de Imperio’ de Boris Vian. Mientras tanto, su funcionalidad dramática es por un lado la de un agente ‘aligerador’ de las situaciones densas o bien un liso y llano agente de un humor corrosivo y crítico, que encarna el deseo primal de los seres humanos, lo que somos pese a credos y doctrinas, normas y sacramentos, o más allá de ellos. Su virulencia se entiende malévola o polimorfa si lo decimos freudianamente, lo que lo pone inevitablemente en el centro del público, quizá porque allí se hace pregnante y pasa a representar en el espacio colectivo, ese deseo profundo y primario. Es como que deseamos que el tramposo se salga con la suya, que el Coyote logre dar de una vez con el Correcaminos. Lo apasionante es que lo que rodea al personaje, torna imprevisible, subversivo. Es por esto que uno piensa: toda Revolución es inevitable que empiece con una gran carcajada, con un gran sarcasmo que bien podríamos rastrear en la plástica del cómic: el Guasón y su poder de hacer de Batman y Robin, dos pazguatos.

El nombre inglés alude quizá a la universalidad de este personaje expresado en mil resoluciones plásticas y rastreables: en varias de las máscaras del teatro de Bali, en el chino, en el amerindio, etc. Por su malevolismo se diría que encarna el daimón griego, o bien a figuras que nuestras tradiciones rescatan ya como duendes cuando no directamente como ‘El Duende’. Obvio que no da para decir el diablo a secas, nada más que porque asume algunas características que son propias de él. Aunque es claro cuando las vemos campear en el espíritu y las encarnaciones del carnaval, en los bufones, en los bobos, en los payasos. Es espíritu burlón o espíritu maligno, incluyendo hasta lo tenebroso que se ríe de la circunspección hipócrita de los humanos normales. Dramáticamente tiene un efecto catársico. Antes de las bajadas morales, era propio hacer un barrido espiritual a base de trickster. De allí que lo rescatara Jung para su estudio de los arquetipos, para llamar la atención de cómo el trickster es capaz de hacernos conscientes de la precariedad humana, resaltando que lo único importante es vivir.

 

 


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