Un acto de amor
Día 42 de confinamiento y el ánimus por los suelos. “Saca la magia”, me dice en ese momento Flora Paradiso (sé que muchos y muchas no la conocéis, pero creo que estaréis de acuerdo conmigo en que tiene un nombre tan bello que merece ser nombrada). “Saca la magia”, me dice la Paradiso apelando al ánima, y aunque lo veo imposible en ese momento, al día siguiente decido impartir una clase de danza a dos almas en cuerpos chiquititos. Y ese acto me devuelve la fe en el encanto de la vida; me devuelve el amor por el rigor y la constancia que permiten descubrir una disciplina e ir desplegando nuestro potencial al máximo.
Al día siguiente, me llega una imagen de la mano de Borja Ruiz, maestro. Se trata del mandala de arena: una creación delicada que se construye, precisamente, a base de rigor, disciplina y amor por el descubrimiento del sentido de la existencia. Esos mandalas se barren, literalmente, en cuanto han sido acabados. Se soplan, “bluff”, y donde había una creación exquisita, ya no hay nada. O sí: lo que queda es un espacio vacío, un espacio negativo en el que poder empezar a construir de nuevo.
Esto es parecido a lo que nos recuerda el teatro cada vez que acabamos la función y el público se ha ido: el elenco se retira al camerino y se viste de civil, la escenografía se levanta, los filtros y los focos se retiran, el suelo del escenario se barre y “aquí no ha pasado nada, señores y señoras”. El espacio del teatro vuelve a convertirse en un lienzo en blanco o en una superficie vacía donde dibujar nuevas ficciones.
Lo mismo ha ocurrido en el plano de la vida cotidiana con el Covid 19. Hemos soplado la realidad de cada día para dejar, afuera, un espacio vacío, mientras nos refugiamos en el adentro. Nunca la casa había cobrado tanto sentido como refugio para la privilegiada ciudadanía europea, aunque las realidades de otros seres humanos sepan muy bien desde hace tiempo, hasta qué punto cuatro paredes y un techo situados en el lugar adecuado son sinónimo de protección contra las inclemencias vitales.
En este periodo de confinamiento, creo que hemos aprendido que un hogar es mucho más que cuatro paredes y un techo, como bien explica John Berger en su libro: “Y nuestros rostros, mi vida, breves como fotos”.
“El hogar no está representado por una casa, sino por unas costumbres o una serie de costumbres. Por muy transitorias que parezcan en sí mismas, la repetición de estas costumbres ofrecen mayor cobijo, mayor protección que cualquier otro tipo de alojamiento».
Esa serie de costumbres que tejen los mimbres del hogar se han modificado, como tiernamente explica Paul B. Preciado en su último artículo escrito desde París con conexión parental directa al norte de Castilla y titulado: “La imposible dedicatoria”. Apuesto a que cada uno/a de vosotros/as puede mencionar, al menos, una conexión que ha llevado a cabo durante el confinamiento que no hubiera tenido lugar si no hubiera sido por los momentos que corren. Me refiero a un encuentro que, a pesar de que no se hubiera dado en las circunstancias propias de la vieja normalidad, sí que está profundamente vinculado a los anhelos largamente aplastados por la Reina de la vieja era Pre-Covid: la Prisa.
En mi caso, logro conectarme con gran facilidad, en un encuentro on-line, con uno de mis referentes desde hace años: Doña Jean Shinoda Bolen, pensadora jungiana y activista por los derechos de la mujer y de la tierra. En dicho encuentro, Jean Shinoda Bolen habla de lo suyo, como es menester, conectándolo de forma absolutamente pasmosa, por su sencillez, con el momento que estamos viviendo. Es lo que tienen las Sabias: “Estamos ante un momento liminal”, nos dice (“Mierda”, pienso yo, “¿Qué es liminal?”, me pregunto, al igual que hicieron, seguramente, más de la mitad de las personas que estábamos escuchándola en vivo en ese momento). Jean no tarda en contestar a la pregunta que se había hecho espacio en nuestros cerebros: “Un espacio o periodo liminal es aquel que se encuentra entre lo que ya fue y lo que será”, nos dice. “Un periodo en el que no se puede dar marcha atrás para volver a la situación anterior y en el que aún no has llegado a una nueva situación”. “Un buen ejemplo de estado liminal es el canal de parto”, nos dice. “Es el momento en el que el bebé ha salido ya de su refugio en el vientre materno, al que no puede volver, iniciando un trayecto peligroso, que puede acabar mal o puede acabar bien, en caso de que logre asomar su corona a la nueva realidad que le espera afuera”.
Durante este periodo de tránsito hemos pasado por muchas fases anímicas mientras mirábamos por las ventanas, asomados a una realidad vaciada. Y la sensación de fin del mundo ha sido grande, a pesar de la red de trinos que las aves cantoras han tejido de balcón a balcón.
Hoy, domingo 3 de mayo, día 50 de confinamiento y víspera de inicio de la desescalada, podemos pasear, correr y acompañar a nuestros hijos e hijas en la calle, bajo un cielo azul de justicia. La realidad estrictamente confinada de hace dos semanas comienza a parecer un sueño velado. Cada vez será más lejana la sensación de irrealidad de la realidad que hemos vivido. Convendrá, por tanto, si vienen tiempos peores de nuevo, recordar estos versos que parieron al mundo los integrantes del Equipo de Respuesta del Covid, de Belfast, Irlanda, en pleno auge de la pandemia:
Cuando salgas de casa y veas las calles desiertas,
los teatros* desiertos, las estaciones desiertas,
no te digas a ti misma: “Esto se parece al fin del mundo”.
Porque lo que estás viendo es amor en acción.
Lo que estás viendo, en ese espacio negativo,
es el gran cuidado que nos profesamos mutuamente,
estamos cuidando a nuestros abuelos, a nuestros padres
a nuestras hermanas y a nuestros hermanos,
a personas que nunca conoceremos.
Hay gente que perderá su trabajo por esto.
Algunos perderán sus negocios.
Y algunos perderán hasta su vida.
Más razón aún para que nos tomemos un momento,
cuando salgamos a la calle de camino a la tienda
o cuando estemos viendo las noticias
para mirar a los ojos a ese vacío y
maravillarnos de todo el amor que lo sustenta.
Deja que te llene y te sostenga.
Esto no es el fin del mundo.
Estás, probablemente, ante el mayor acto de solidaridad global
que vayas a vivenciar nunca.
*En esta traducción libre del inglés, me he permitido poner “teatros” donde ponía “estadios”. Sabemos bien, quienes nos dedicamos a esto, que debemos reivindicar nuestro espacio y nombrarlo todas las veces que sea necesario, aunque también sepamos, con fiereza que, por mucho que nos olviden, seremos capaces de hacer teatro, como bien acaba de decir Eugenio Barba, “hasta en el mismísimo infierno”.