Hace una semana terminó el noveno festival internacional de narración oral de Zacatecas, un evento sobre el cual escribimos una columna la semana antepasada, apelando a registros que tenemos en la memoria, a los comentarios de personas que han asistido en los últimos años en calidad de observadores o de participantes, y a la lógica del desarrollo de aquello que consideramos bien planteado; pero la experiencia directa que tuvimos durante la realización de esta última versión, nos mueve a modificar algunas opiniones que consideramos necesario compartir con nuestros lectores, porque comprendemos el gran esfuerzo económico que hace el Instituto Zacatecano de Cultura para garantizar la calidad de este festival, que, como dijimos en nuestra columna anterior, es uno de los más importantes del país azteca, opinión en la cual nos mantenemos.
Una de las observaciones sobre las que más énfasis hicimos fue la del manejo de las relaciones internas del festival, no porque nos hubiésemos propuesto hurgar, porque nuestro sitio estaba en el II FORO DE LA LENGUA, sino por la notoriedad que muy pronto tuvieron éstas, porque no pasó un solo día sin que se produjera un incidente de desacuerdo entre quien tuvo a cargo la dirección artística del festival, la señora María Eugenia Márquez, y la delegación mexicana de excelentes narradores orales que tuvo la suerte de participar de esta fiesta verbal, pues con muchos de ellos, a última hora, rompió, de manera unilateral, acuerdos hechos con anterioridad.
Nos hemos detenido en esta observación, porque nos parece inexplicable que en un país como México, que ama como el que más lo propio, alguien, quien por cuya condición de gestor cultural debe asumir la responsabilidad de generar actos de integración, además de los de promoción de la cultura vernácula, haya pasado una buena parte del tiempo, hostigando con observaciones que rayaban en la grosería, a los de su país, provocando de esa manera una interferencia en la generación de relaciones de éstos con los invitados extranjeros, pues por los contenidos de los hostigamientos, parecía que quien dirigió artísticamente el festival deseaba cortar de raíz cualquier intento de integración entre nacionales y extranjeros, quizás porque su interés no sea hacer un festival sino aprovechar el espacio para ampliar sus relaciones públicas y teme que la injerencia de otros, lo impida.
Un evento de narración oral, según nos dicta la experiencia, porque llevamos conduciendo uno hace 27 años, es una ocasión privilegiada para hacer integración, intercambio cultural, y ampliar el conocimiento, y por eso advertimos una notable escasez de espacios para desarrollar cualquiera de estas estrategias, y con lo cual, el conocimiento que los de afuera pudieron aportar a los de adentro, y viceversa, si se dio, fue deficiente y no debió trascender más allá del registro fotográfico de rigor, hecho también a las volandas, porque no estaba inscrito en el plan de acción del festival una sola actividad orientada a facilitar la integración, tan útil para hacer que un evento deje huella y memoria en unos y otros.
La proyección y sostenibilidad futura de cualquier actividad también depende del buen manejo de las relaciones con el entorno del mismo, léase, con los connacionales, y por ello sugerimos, con el debido respeto, a su organizador, el Instituto zacatecano de Cultura intervenir más en el diseño de políticas internas de desarrollo del festival, y en la selección de los participantes, para garantizar la generación de relaciones entre propios y extraños, y facilitar un intercambio de saberes, experiencias y proyectos, que dejen enseñanzas y sirvan al mismo tiempo para promover la gran riqueza histórica y cultural de la muy peculiar ciudad de Zacatecas.
Un evento cultural es un espacio dentro del cual debe reinar la armonía, para que fluyan en paz la integración, la interculturalidad y el intercambio de conocimientos, y para conseguir lo cual su dirección debe estar en cabeza de quien demuestre equilibrio emocional y solidez de objetivos.
