Críticas de espectáculos

Un festín de emociones conmovedoras

La compañía teatral Trakalá Teatro, con sede en Villanueva de la Vera, estrenó en esta localidad cacereña el conocido drama popular ‘Bodas de sangre’ de Federico García Lorca, realizando cinco funciones consecutivas durante la pasada semana –con llenos de público- en el Auditorio Municipal, bajo la dirección de Pedro Antonio Penco.

Trakalá Teatro, nacida hace siete años, es fruto del arrobo creativo de Penco, veterano actor y director teatral, uno de los fundadores -junto a Javier Leoni- de la conocida compañía extremeña Suripanta Teatro (surgida en la Cátedra Torres Naharro del Centro Dramático de Badajoz en los albores del primer lustro de 1980). Penco en los últimos compases de su carrera artística ha cosechado éxitos individuales dirigiendo espectáculos, tales como «Cyrano de Bergerac», «Don Juan Tenorio» y «Hipatia de Alejandría» (representada en el Festival del Teatro Romano de Mérida). En este último septenio, Penco que reside en la encantadora ciudad de la Vera, ha dedicado su pasión y vasto conocimiento a forjar la impronta creativa de Trakalá Teatro, a través de cursillos, arduos ensayos y la realización de diversos montajes, destacando este último de «Bodas de Sangre».

Sobre este conocido drama popular en tres actos, síntesis de realismo y poesía, que ha sido ampliamente representado en España y América Latina (tuve el privilegio de presenciar el montado con su propia visión, bellísima, del baile y cante flamenco por Antonio Gades en 1974 y también otro magnífico interpretado por la compañía mexicana Teatro de las Américas Unidas, con la icónica actriz Carmen Montejo en un Festival Internacional de Teatro de Puerto Rico, en 1976), se trata de una obra maestra del teatro español escrita en 1932 por el autor granadino, donde la pasión, los celos, el odio, el despecho y la venganza impregnan las páginas de la trama, basada en hechos reales (un crimen pasional acaecido en un cortijo almeriense, que tiñó de sangre un día de fiesta). Con «Bodas de sangre», García Lorca buscó plasmar la dificultad de amar en libertad y de poder elegir a quien amar sin ataduras ni prejuicios. Curiosamente, para muchos, esta obra significó un presagio del inicio de la Guerra Civil Española en 1936.

La puesta en escena de Pedro Antonio Penco fue un ejemplo de plenitud. Abordó el texto con una precisión de fidelidad notable, introduciendo ligeros arreglos de estilo y una visión personal que, empero, estaban en armonía con la esencia lorquiana. Se podían identificar elementos que forman parte del sello estético del director, como eran las bellas composiciones estéticas en las escenas de amor entre La Novia y Leonardo. Sobre el escenario, enmarcado por un fondo de viscales de esparto que evocan las áridas pitas de Almería, logra un trabajo sombrío, hábilmente arropado por la luminoténia, la composición musical y un vestuario popular que arrastra un luto eterno.

Pero sobre todo brilla en su prosa poética, que susurra como un verso guiado por una culminada dirección de actores, en una atmósfera teatral que se convierte en una melodía, una canción de emociones en la que el ritmo, la fluidez y la sensualidad de las palabras de los actores acarician el alma del espectador. Las tensiones familiares de los personajes resplandecían como astros en su danza cósmica, intensificando la tragedia con emociones desgarradoras. Este fresco de sentimientos y circunstancias, en el que las pasiones y el dolor fluyen como ríos, está labrado con maestría, lo que consagra el espectáculo de manera excepcional.

En la interpretación, saltó a la vista la total entrega y calidad de un elenco compuesto por diez actores, quienes demostraron, al desplegar sus recursos dramáticos, líricos y plásticos, la precisión y seriedad que requiere toda tragedia. Todos lograron un trabajo orgánico, visceral, convincente y agotador en sus diferentes roles de personajes, dando una lección de lo que significa el amor por el teatro. Belén Caperote, en el rol de la madre implacable y trágica, atrapada en su destino, demostró su genio dramático de tensa fibra. La altivez, el orgullo y la potencia estremecedora con la que habla sobre su tragedia es sin duda uno de los puntos fuertes de la función, un homenaje a la fuerza clásicamente femenina que aquí no gana combates pero aguanta tormentas.

José E. San Miguel (Leonardo) y Javier Bruzos (El novio) dotados de la presencia escénica necesaria que requieren sus personajes de carácter sobrio y violento, transmiten en sus acciones una energía poderosa, conformando a la perfección el tono grave y elevado del arte trágico, profundo, intenso y racional. Laura Palma actúa con tremenda fuerza en el personaje de La Novia, modulando sus movimientos y gestos con precisión, como envuelta en un cendal mágico, lleno de pasión y de voz grave matizando los diálogos. Simpática, convincente, versátil resultó Petri Cantos (la criada), la alegría y la calidez con la que cuida a la novia la llenan de vida y humanidad. Y ajustada, con una maña no exenta de emoción contenida, logró su papel Ana González (la mujer de Leonardo). Correctos también estuvieron los trabajos de Mario Jorrin (el padre), Teresa Peinado (vecina y suegra), Jacinta Delgado (la luna) y Silvia Zukernik (la mendiga).

La función, que atrapó al público desde el principio hasta el final, manteniéndolo durante las dos horas de duración con un silencio hierático, recibió muy cálidos aplausos (con bastantes ¡bravos! incluidos).


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