Negro & negro

Un festival como promesa

Un festival no es solo una programación. Es un rito. Es una conversación entre diferentes, entre culturas, entre tiempos. El arte se vuelve semilla. Cada función es una carta a los que fuimos, y un legado a los que aún no son. Cuando el arte pasa por el corazón, deja de ser pasado: se convierte en futuro, y late.

Hay palabras que resuenan como un eco en el pecho. Palabras que no se agotan, que no se cierran, que son al mismo tiempo pregunta y respuesta. Una de ellas volverá a ser nuestro faro, nuestra guía: legado.

Legado es lo que queda cuando todo parece haber pasado. No como algo quieto, dormido, empolvado en la estantería del tiempo. Sino como algo vivo, palpitante, que se mueve con nosotros y a través de nosotros. Un soplo de los que estuvieron, una promesa para los que vendrán. Una llama que no se apaga, aunque cambie de mano.

Hay historias que nos fueron contadas al calor del fuego. Largas veladas de anarquismo puro. Clandestinidad ideológica en noches de invierno con luchadores por la libertad, la tolerancia y la revolución social y política. Utópicas enseñanzas que no sabemos cuándo asumimos, pero que el cuerpo recuerda. Gestos que imitamos sin saber de quién los heredamos. El legado cultural y social no es un monumento: es una danza. Es la manera en que una civilización se cuenta a sí misma y se transforma al hacerlo. Es esa coreografía invisible que une a las generaciones.

Los escenarios como caminos hacia y desde las raíces. Un susurro antiguo resonará entre luces y telones. Seremos testigos de lenguas que se creían perdidas, de rituales que vuelven, de tradiciones que no piden permiso para renacer. Porque el arte escénico no solo crea: revela lo que ya estaba ahí.

Un legado como huella de las creencias, normas, espiritualidad o valores de las culturas indígenas que creen que a través de la representación de estos rituales antiguos, profundamente arraigados en las culturas, existen propiedades para sanar energéticamente su medio ambiente, y a ellos mismos. Si no fuese exactamente así, si por lo menos, para conocerlos y entenderlos más claramente.

Huellas que dejan marcas que el tiempo no borra. Personas, eventos, luchas, decisiones tomadas… todos inscriben su rastro en el libro inmenso de la historia, de la intrahistoria como decía Unamuno. La «historia callada» que transcurre al margen de los grandes acontecimientos históricos. La vida cotidiana, silenciosa y profunda del pueblo. La verdadera esencia de un país se encuentra en su intrahistoria, en las vivencias diarias de las personas comunes. Y el arte —ese espejo movedizo— que se encarga de volver a reflejar sus páginas.

El legado es, citando el libro “Legado. Antología Benéfica” de Rebeca Fernández Román, como la herencia del alma. Miradas hacia atrás no con nostalgia, sino con hambre de verdad. Que traigan al presente voces silenciadas, heridas abiertas, luces que aún guían en la niebla de la desmemoria. Porque cada acto escénico es también un acto de memoria. Y recordar es elegir qué no deberíamos dejar caer en el olvido.

No todo lo que se hereda tiene nombre ni forma. Hay legados que no caben en archivos ni en vitrinas. Son miradas, decisiones, gestos pequeños que transforman la vida de alguien para siempre. Una madre que enseña a resistir sin levantar la voz. Un maestro que siembra la clase de interrogantes. Un amigo que, al partir, deja un silencio demasiado largo. Un espectáculo que te remueve las entrañas. En los escenarios se contarán también esas historias, esos aprendizajes, esas pérdidas que florecieron y se marchitaron alguna vez. Porque el teatro, la danza, la palabra… todo eso también puede ser un abrazo que sigua abrigando cuando ya no se esté.

Y este será nuestro testamento. Cuando el final llegue permanecerá lo que se intuye, la última voluntad, lo que se disponga. El intento humano de permanecer, de dejar una huella más allá del cuerpo. Un gesto poético: decidir qué parte de uno seguirá caminando en otros. Porque todo lo que legamos, para bien o para mal, dibujará el mundo que esta por llegar. Será una semilla que perdurará y será una responsabilidad cuidarla y hacerla crecer para que al final el festival, un festival de promesa se convierta en una nueva realidad.


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