Un médico en la sala
Un pasado uno de abril, acudí al retorno de “L’última trobada” a Barcelona, en la sala Villarroel, obra dirigida y protagonizada por Abel Folk, acompañado esta vez por Anna Barrachina, anteriormente por nuestra recordada Rosa Novell. Bien pues, aposentada ya en mi butaca y dispuesta a tomar notas como siempre hago, la obra iba discurriendo en este re-estreno condal de una manera particularmente especial que yo iba atribuyendo a la emoción por el reciente adiós a Novell. Ya pasada media hora aproximadamente, Folk aparece en escena, abatido se sienta en el sillón de atrezzo y se dirige al público explicando que se siente absolutamente mareado y con incapacidad para seguir la obra, que tras unos días de alta fiebre, creía poder seguir adelante pero que le resultaba francamente imposible. Acto seguido veo subir al escenario a su esposa, quién le ayuda a abandonarlo y tras dos segundos de desaparecer oímos con desgarrado tono en voz de ella: “Un médico en la sala, por favor, ¡un médico en la sala!”. Cuatro largos segundos más tarde, vemos andar un pequeño hombre que camina hacia bambalinas. El equipo disculpa la indisposición y nos invita a abandonar la sala dando instrucciones para una siguiente representación, nos explican: “…Abel lo ha intentado pero cuando no es posible, no es posible”. Es muy lenta la marcha del público. Esperábamos alguna breve noticia tipo “….no se preocupen…., es simple agotamiento…., todo está bien….” Pero ese comentario no existió. La situación era delicadamente tensa, y no cabe reclamar nada. El buen hacer del equipo hizo que la situación fuera lo más tranquila que podía ser una situación nada normal como ésta. Ya al salir, reconocí que el médico de la sala es amigo de un amigo mío y me explicaba que tras esa fiebre tan alta tenía una deshidratación importante y de ahí un pequeño desmayo que tuvo antes de llegar al vestuario, osea, que nada grave en términos médicos. Al día siguiente, nota de prensa en la que se nos informó que se suspenden las representaciones durante las fechas de Semana Santa por el ingreso de Abel Folk en el hospital por una pneumonía.
La voz, y su comentario: El desgarro de su mujer para reclamar un médico fue tan verdadero como verdadero estaba resultando ese teatro al que acudimos, de ahí la posible incredulidad entre algunas personas. La tensión era absolutamente la misma. La tensión que atrapa tu cuerpo, tu mirada y tu oído en lo que está pasando. Veamos lo positivo, hay actores, obras, montajes que saben atrapar ese desgarro de realidad y en el espejo de la realidad verdadera, uno puede llegar a no saber qué lado del espejo es el verdadero. ….y esto es magia, pura magia teatral. Una magia que merece mucho más respeto, por parte de administración y agentes culturales, del que está recibiendo. Respeto plasmado en opciones más de presente y de futuro, con inteligencia, sensatez y sensibilidad.
La anécdota, y su comentario: Las últimas personas en abandonar la sala, reticentes ante lo que estaba pasando, éramos cada vez menos, y entre ellas estaba una joven pareja sentada a mi lado. Ella resultó ser una chica recién licenciada en periodismo que se quiere dedicar a esto de las “críticas teatrales”, que yo prefiero llamar “valoraciones escénicas”. Le pregunté si ella se dedicaba o se había dedicado a alguna de las artes escénicas, léase aquí danza o música o teatro o claqué o canto coral…. Ella me dijo que no. Insistí si en la facultad les recomiendan, al querer dedicarse a esto, que se acerquen a este mundo pero probando lo que es subir al escenario, y-me-con-tes-tó-que-no. No lo entiendo. Pretender ser corresponsal de guerra viendo las noticias internacionales por internet desde casa, es imposible ¿verdad? Ser cardiólogo sin conocer antes las bases generales y en vivo de la anatomía humana en los primeros cursos de medicina, es imposible ¿verdad? Así pues, me pregunto porque no se cree necesario vivir unos años de tu vida, siendo profesional o no, lo que es el escenario, lo que es la formación y los ensayos, el montaje y desmontaje, los nervios, el aplauso, etcéteras tantos que son imprescindibles para saber respirar al compás del actor, del músico o del bailarín que aporta tanto en escena, es más, incluso para discernir mejor las tomaduras de pelo, que las hay. Creo necesaria esa vivencia de años para la transparencia de la valoración, sabiendo discernir el gusto propio versus la técnica, valoración que aún siendo siempre subjetiva, se sustentará sobre el respeto a la profesión a través de esa escritura periodística e incluso por el análisis más objetivo. Respeto plasmado en opciones más de presente y de futuro, con inteligencia, sensatez y sensibilidad.
La coincidencia, y su comentario: Pasan los años, muchos, es más, en concreto matizo que hablo de treinta y cinco años, hablo de cuando yo era una niña de once años y empezó mi afortunada ruta teatral como espectadora acudiendo con mis padres a ese Festival Grec’80 de Barcelona sin censura, me llevaron a los montajes llamados adultos, puesto que la etiqueta todavía ahora yo tampoco la entiendo (será este tema para otro escena silenciosa). Bien pues, quiero mencionar el hecho que en la sala no había nadie menor de veinticinco años, y no sé si esto es coincidencia de ese día o que todavía la segmentación de públicos, también por parte del público es excesiva. Yo creo más bien esto último. Por lo tanto no me acaba de encajar lo de tanto estudio de públicos y campañas no-resolutivas por parte de falta de riesgo, e incluso de responsabilidad, por parte del mismo público.
La reflexión, y su comentario: Tras el incidente de Abel Folk, me gusta insistir en la reflexión acerca de la generosidad de actores, músicos y bailarines con su trabajo en directo (y trapecistas, cantantes…). Claro que todos los trabajos son en directo, pero pocas son las profesiones que exigen y otorgan tanta tenacidad cotidiana. Fiebre, brazo en cabestrillo o tras un funeral cercano, el artista escénico no está quince días ni una semana ni dos días sin faltar a su cita con el público. Ya sé que esto se ha comentado otras veces, pero recordarlo me parece bueno. Que Abel Folk literalmente se desmaye en el escenario, otra vez celebra la exquisitez energética de nuestros artistas. ¡Pero cuidado, que también he conocido funcionarios del espectáculo!, tanto en escena como en los ensayos, pero allá ellos, hoy cada vez caben menos divismos. Esa entrega hacia el espectáculo es lo que me gusta recordar cuando se hace oscuro, silencio y empieza. Cada actuación es única, en tres dimensiones y personal… y todavía ahora encuentro a faltar ese respeto hacia esta profesión.
Por cierto, Abel Folk regresó a la sala Villarroel al cabo de cinco días de permanecer ingresado pero ya está en escena, ¡¡y cómo está en escena, ese monstruo de actor y director!!