Un mensaje en una burbuja
Recordaba aquellos tiempos gloriosos en los que algunas revistas dedicadas al teatro, de las realmente existentes, teníamos cada año una deliciosa carrera por ser los primeros que publicáramos el Mensaje Internacional del Día Mundial del Teatro. Es más, en ocasiones peleábamos por ser quienes aportáramos la traducción “oficial” al español y, en nuestro caso, durante muchos años era la traducción al euskera que aparecía en la página oficial junto a traducciones a decenas de otros idiomas de todo el mundo. Un orgullo.
No hace tanto de ello. Era cuando el Instituto Internacional del Teatro, ITI en sus siglas en inglés, dependiente de la UNESCO era una institución que tenía una vitalidad considerable. Me refiero a los años noventa del siglo pasado. No estaba en su esplendoroso saños sesenta, setenta y principios de los ochenta, pero todavía mantenía unas estructuras firmes, delegaciones por todo el mundo que aportaban propuestas y eventos y formaba parte de una especie de supra estructura mundial en donde no mandaban, por así decirlo, los grandes teatros, las grandes corporaciones, sino que se mantenía dentro de un discurso que consideraba a la cultura y por ende el teatro como un bien común, colectivo, al servicio de las sociedades donde se realizaba.
Gobiernos destructores de los valores culturales, crisis internacionales, económicas y políticas, fueron desmembrando los organismos internacionales, empezando por la ONU, siguiendo por la UNESCO y en ese debilitamiento, por lógica, todas las secciones que protegían actividades singulares y peculiares en cada zona del universo, fueron convirtiendo al ITI en una mueca, resumiéndose a canalizar los diversos mensajes de todos los géneros de teatro que se han ido incorporando, con buena lógica y justeza, a este mes de marzo que junta a la primavera en nuestro hemisferio con ese descubrimiento anual de los medios de incomunicación teatral por hacer de ese día un acto folklórico, un ritual de los lugares comunes.
Tendremos que ser comprensivos y celebrar que, al menos ese día, se hable del Teatro en términos globales, comunales, apropiados, aunque les cuesta destacar su valor intrínsecamente cultural e identitario y se tienda a ir por los asuntos de la espuma de lo mercantil, los datos y las estrellas de la televisión que alumbran de vez en cuando los escenarios. Si hiciéramos una encuesta a todos los que se llenan la boca cada año con el famoso mensaje internacional, no sabrían decir ni quién lo ha escrito, ni qué significa ese día, ni la institución que lo patrocina. Es la inmediatez actual, del consumo rápido. Es más, en teoría existe un ITI español, con sede en Madrid, pero yo que tengo un carnet antiguo, hace décadas que no mantengo contacto con el mismo. Ni quién está al frente del mismo. En tiempos cercanos, cada ITI local hacía su mensaje propio. Antonio Gala era un asiduo. Y algo que he echado en falta: era de “obligado” cumplimiento leer el mensaje al final de cada representación. O al principio, dependiendo de la estructura de la obra. La última vez que lo escuché fue hace diez años, en Almería dentro de una Jornadas de Teatro del Siglo de Oro, y lo recuerdo porque era un texto de Augusto Boal, que tuve el honor de traducir y hasta discutir un verbo con él por correo electrónico. Formaba parte del ritual. Lo mismo que durante muchos años, escribía en el periódico vasco donde siempre escribí, un artículo en el día del teatro diciendo que era imposible cumplir con el ritual de leerlo en una representación porque no existía ninguna. Quizás ahora, excepto en las grandes capitales, se podría escribir lo mismo cada año, si no cae en viernes, sábado o domingo el 27 de marzo.
Dejamos de correr, de interesarnos en su traducción porque nos costaba mucho contactar con el ITI y recibir el texto original a tiempo. Ahora lo repetimos, como los otros dos o tres días mundiales de otros géneros específicos teatrales y sigue siendo, cuando lo publicamos, uno de los artículos más visitados. Es decir, no hay líneas claras de información directa con el ITI.
Este año, por casualidad, dos personas me han comentado el mensaje como si fuera algo que no aportaba mucho. Llevo tratando con estos mensajes desde hace más de cuarenta años, los ha habido realmente deslumbrantes, pero si a cualquiera de nosotros nos encargaran escribirlo, pensando que tiene que servir para la India, el Oriente Próximo, África Central, el mundo anglosajón, Iberoamérica, el teatro mercantil y el de aficionados, sin señalar a las instituciones políticas locales en sus dejaciones, nos pondrían en una situación de estrés que seguramente nos bloquearía, nos dejaría escorados hacía los tópicos, el lenguaje poético recalcitrantemente inocuo y el canto a la vida a través de este arte que lleva ejerciéndose desde la noche de los tiempos sin necesidad de teorías ni de más celebraciones que su misma existencia. Por eso se hacen estos mensajes realizados desde una burbuja personal o sectorial. Intentando ir a la esencia de lo que sería un teatro sublimado, para intentar lograr un consenso fuera de cualquier arista.
Por ello aplaudo los gestos, aunque sean muecas, que disfruto con los reportajes de los medios hechos a caballo de lo coyuntural, pero a todos los que crean que si existe un Día es precisamente porque tiene algún problema el asunto señalado, les pido que hagamos de nuestro cada día un mensaje rotundo, explícito, para que exista Teatro cada día, en cada rincón, como muestra de nuestra existencia. ¡Viva la Vida! ¡Viva el Teatro!