Un viaje onírico en danza teatro por La Veronal
La capacidad evocativa de los paisajes que abre el cuerpo y su movimiento es una de las grandes potencialidades de la danza teatro.
La simultaneidad disforme y heterogénea de la acción coreográfica, la acción lumínica, la acción sonora, la proyección de textos, etc., sin establecer una hegemonía o una unidad focal y semántica, colabora en la fulguración de esos paisajes multifocales, polimorfos, ambiguos, polisémicos… convirtiéndolos en seductores poemas escénicos.
LA VERONAL es una vena del cuerpo por la que fluyen pasajes de ensueño. La compañía catalana, dirigida por MARCOS MORAU, está construyendo una especie de decálogo de obras en las que, a decir de Irène Filiberti, topografía y coreografía resultan análogas. «Suecia» (2008), «Maryland» (2009), «Finlandia» (2010), «Rusia» (2011), «Islandia» (2012) y «Siena» (2013) parecen, según indican los propios títulos, un tour en el que geografía espacial y coreografía humana se conjugan.
Del 15 al 18 de abril de 2014 LA VERONAL ha estado programada, con su espectáculo «RUSSIA», en el Théâtre National de Chaillot de París, donde pude verlos por primera vez el día de su estreno en la ciudad del Sena.
He de reconocer que «RUSSIA» de LA VERONAL me hizo despegar de la butaca y consiguió sumergirme en una especie de viaje fascinante y extraño por atmósferas de gran impacto sensorial.
«RUSSIA» se articula en movimientos abstractos y angulosos, que tienden a un cierto expresionismo y que se imbrican con las voces amplificadas (gromeló ruso, lamentos, interjecciones…) y se acaban de matizar con las actitudes y las expresiones faciales en su máxima elocuencia y misterio. A esto hay que sumar una voz en off narradora, las músicas incidentales de carácter cinematográfico de North Howling y los temas de Tchaikovski y Stravinski, también las frases proyectadas. Todo este conglomerado traza los indicios de la historia de un viaje iniciático.
Un periplo emprendido por una pareja, formada por Andrei y Nina, desde la villa de Tula, en pleno corazón de la Rusia europea, hasta el lago Baikal, que es el más profundo del mundo y que está situado en el sur de Siberia, a unos seis mil quilómetros del punto de partida.
En esa travesía danzada, además de los protagonistas, aparecen figuras, entre inquietantes y cómicas, como el oso pardo o el militar armado. Resuenan los ecos atmosféricos del cine de Tarkovski y Kieslowski: esa extrañeza que todo viaje produce sobre uno mismo. Un trayecto abierto a paisajes en los que podemos encontrar restos de nosotros mismos, trozos dispersos.
El viaje está en el movimiento, en la fisicalidad, en la soledad de los cuerpos recubierta por la piel y proyectada en la mirada en busca de ti (de nosotros). El viaje está en una huida del miedo para ir al encuentro de no se sabe qué.
«Nos relations n’existent pas parce qu’on le veut, parce qu’on le souhaite. Elles n’existent pas parce qu’on veut en tirer du plaisir. Elle existent parce que nous avons peur.» (Andrei Tarkovski)
En el texto que aparece caligrafiado en el espectáculo se puede leer: «Los temblores son órdenes del cerebro para que el cuerpo se mueva y no se congele. […] El frío quema. […] Morir de frío. Se le llama muerte dulce.»
Para no morir de frío, paradójicamente, Andrei y Nina viajan juntos al lago Baïkal de Siberia. Su epopeya pasará por momentos tétricos y tenebrosos hasta llegar a la luz. Toda una metáfora en movimiento a través de los efectos escénicos: la nieve, los sonidos, las músicas… las figuras desconcertantes del contexto ruso, los encuentros sorprendentes…
Afonso Becerra de Becerreá.