Críticas de espectáculos

Una ‘¡Ay, Carmela!’ flamenca

«¡Ay, Carmela!», basada en el texto del dramaturgo valenciano José Sanchís Sinisterra (que recibió el Premio MAX de las Artes Escénicas 1999), es la última propuesta de la bailarina, coreógrafa y actriz extremeña Manuela Sánchez Sánchez (Compañía Artextrema Producciones), con la que sigue aumentando sin parar su singular repertorio sobre espectáculos de teatro/flamenco –que suponen el hallazgo admirable de creaciones propias y recreaciones de distinguidos textos clásicos- montados con elencos de artistas de la región capaces de fusionar en valioso conjunto escénico los ingredientes artísticos del cante, del baile y la actuación.

«¡Ay, Carmela!», es una obra conocida que de por sí es de una belleza y una grandeza que la han convertido en un clásico de la dramaturgia española contemporánea y que, seguramente, sea el texto más representado con miles de funciones de un autor vivo español desde que fue escrita en 1986 (según datos de la Sociedad General de Autores). Fue estrenada con éxito en Zaragoza por la compañía Teatro de la Plaza -en noviembre de 1987- bajo la dirección de José Luis Gómez, quien también interpretó el papel de Paulino junto a Verónica Forqué que principió el papel protagónico de Carmela. Espectáculo que tuve la suerte de ver en marzo del año siguiente inaugurando el Festival Internacional de Teatro de Bogotá.

La obra de Sanchís, que también tuvo una adaptación cinematográfica
-dirigida por Carlos Saura- y recibió 13 Goyas, cuenta la historia de una pareja de artistas cómicos (de una modesta compañía de «varietés a lo fino», según enuncian) que durante la Guerra Civil española (1936-39) ameniza la vida de los soldados republicanos en el frente. Pero que por descuido en un viaje van a parar a la zona franquista, donde caen prisioneros en plena contienda, viéndose obligados a representar para sus tropas una parodia contra la República (como única manera de salvar sus vidas). Un espectáculo que choca de lleno con la ideología de los cómicos. La trama, combinación de humor y tragedia, se construye como un gran flash/back –que permite que el espectáculo continúe sea como sea- a partir de los recuerdos de los dos personajes en un trayecto de la muerte a la vida que realiza Carmela desde el más allá para aparecerse a Paulino, el narrador de la historia, y evocar juntos aquella realidad de víctimas en la conflicto de las dos Españas.

Ay Carmela
Ay Carmela

La adaptación de Manuela Sánchez es bien respetuosa con el contenido del texto de Sanchís, si bien ha reducido los diálogos a lo más esencial para poder sumar en la función algo que ella domina, el cante y baile flamenco, que resalta una nueva realidad estética. Pero en su propuesta de teatro/flamenco también está la Carmela -de la canción popular que da título a la obra- materializada con su verdad, su vitalismo, su pasión y su valentía reivindicativa, ahora exhibiendo heroica ese rictus trágico y notoria ironía cómica en el «climax» de las letras de los palos flamencos adatados -a ritmos bailables de jaleos extremeños, garrotines, bamberas, tangos republicanos y otros- de la época, introducidos metafóricamente en el espectáculo para ilustrar con belleza y satíricamente ese drama doloroso que fue la Guerra Civil Española.

La puesta en escena de Pedro L. López Bellot cumple con la austeridad que propone Sanchís del «teatro pobre» -de Grotowski- carente de escenografías y con el uso mínimo de elementos de utillería (sólo se utilizan en escena una gramófono, una maleta y una garrafa pequeña de vino), para poner énfasis en la creatividad de los dos actores protagonistas, acompañados de un cantaor y un guitarrista flamenco (reflectados en la ficción por el gramófono). López Bellot logra un trabajo funcional de armonioso encadenamiento entre las escenas de teatro y del baile -que refuerzan la eficacia visual del texto- en una convincente atmósfera de tragicomedia con aires de costumbrismo bélico y sonatas de la tradición cómica española. En la dirección de actores alcanza cotas altas llenando de organicidad los roles, en el difícil equilibrio entre el humor y el drama, donde hay desgarro, buenas caricias a la sentimentalidad, radicalidad ética, ternura y emoción en el resultado.

En la interpretación, Manuela Sánchez (Carmela) y Fernando Ramos (Paulino) responden fenomenalmente -con solvencia y entrega- al esclarecido juego escénico que brinda López Bellot. La primera, teatralmente está mejor que nunca en réplicas de una Carmela que es divertida, brillante y descarada, un ser sin sofisticaciones, sin prejuicios. En la parte de los números de bailaora, exhibió sus virtudes de arte flamenco con dominio de todos los estilos, con recursos visuales insólitos en sus coreografías, donde hay ambición y hálito creador capaz de cautivar al público con prestancia de verdadera «estrella». Debo decir, que en una parte álgida de la función, la Sánchez produjo una catarsis orgánica, visceral, con una hermosa guajira, luciendo castañuelas y abanico, derrochando su prodigiosa energía en un espectacular taconeo, por el que parecía manifestarse ese duende o espíritu de flamencura fronteriza extremeña/andaluza (de Monesterio).

El segundo, Ramos, demostró su excelencia como actor. Perfecto en su papel de un Paulino cagón, que se adapta a cualquier circunstancia guiado por su instinto de supervivencia. En la función el actor fue capaz de transmitir al personaje un humanismo pícaro y a la vez patético, convirtiéndose en maestro de ceremonias mañoso tanto para recitar a Federico de Urrutia como para cantar y bailar el pasodoble «Suspiros de España», sin pestañear.
En el apartado musical, se lucen al cante Chiqui de Quintana acompañado por la guitarra de Manolín García, transmitiendo emocionalmente con ritmos acompasados y vibrantes del flamenco la belleza expresiva de las canciones.
La representación, en el teatro del Palacio de Congresos de Villanueva de la Serena, recibió largos y encendidos aplausos del público.

José Manuel Villafaina


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