Una cita en el Tortoni
Cada cosa tiene su gracia y cada lugar su encanto, pero existen lugares que van más allá del encanto, porque conservan una magia que hace del tiempo algo que permanece y fluye simultáneamente, y se convierten por eso en espacios imposibles de olvidar, porque son referentes obligados de la historia de un lugar.
Estos son los espacios que por su capacidad constante de mantener a buen recaudo los acontecimientos históricos que suceden dentro de ellos y a su alrededor, se convierten en el punto de encuentro de quienes buscan hacer historia, con la seguridad de que allí se hallan dispuestos los secretos que encarnan dicha búsqueda.
Estos sitios poseen la capacidad de mantener fresco el pasado, no como pieza de museo, ni como una forma de convocar la nostalgia, ni siquiera como una estrategia para ganar prestigio acumulando recuerdos y años, sino porque de esa manera establecen un vínculo con el devenir, muy necesario para comprender la utilidad de caminar sobre los pasos dados por otros, no para imitarlos, sino para entender cómo y porqué fueron dados éstos.
El Tortoni, un bar emblemático de Buenos Aires, es uno de esos sitios que posee la magia que hemos descrito, y al que adicionalmente es preciso concederle la virtud de haber dejado permanecer, circulando con su aire interno una parte importante de la historia cultural de la ciudad, y adonde por esa razón la palabra, cuando entra, actúa con propiedad, se siente cómoda y fluye con autonomía porque reconoce este lugar como su morada de siempre.
Tal vez, pensamientos u opiniones similares a los expresados en los párrafos anteriores llevaron a Betty Ferkel, narradora oral argentina, a crear un espacio para que quienes algo tienen qué contar, lo hagan en la misma bodega del subsuelo de este bar, adonde otrora compartieron Jorge Luis Borges, Benito Quinquela Martin, Alfonsina Storni. Raúl González Tuñón, por mencionar solo algunos nombres que nos permiten asegurar que allí siempre ha estado entrando y saliendo la palabra que crea e imagina.
En ese lugar, adonde seguramente debieron escucharse, tarareadas, las primeras notas improvisadas del tango caminito, porque también iban allí Juan de Dios Filiberto y Carlos Gardel, Betty encontró el espacio ideal, con recuerdos, que no han envejecido porque son noticias sobre las cuales aún se habla, para concertar, desde hace once años una cita, el tercer viernes de cada mes, con quienes desean escuchar sus historias.
La propuesta de contar en el Tortoni la inició Betty como integrante de un grupo que en su momento se identificó con el nombre de Grupo de Cuentos y Encuentros, y pronto se convirtió en su obsesión, convertir este sitio, considerado como un destino obligado de porteños y turistas, en un lugar para difundir la narración oral.
El Tortoni. Aseguran Betty Ferkel y otros narradores orales que han sido tocados por su magia y comprometidos por la intimidad de la bodega del subsuelo, que genera un sentimiento de complicidad con algo prohibido e ignoto, es el mejor lugar para contar historias, porque allí no hay que forzar la memoria, debido a que existen en el ambiente muchas sugerencias de historias de diversa temática, y a que la palabra ha hecho allí una notable pasantía.
-El lugar tiene algo de mágico, y una energía especial que lo convierte en único- aseguran muchos de quienes allí van a escuchar historias.
A partir del mes de mayo Betty Ferkel programa espectáculos unipersonales y grupales que han tenido un éxito que los habilita para trascender la puerta del Tortoni, y en el mes de diciembre, época en la cual la conciencia crítica se vuelve más laxa, se programan contadas de quienes recién se atreven a ejercer el oficio, quizás, para darles como regalo de navidad la oportunidad de salir de allí convertidos en auténticos narradores orales, después de bautizarlos como tal, en medio de una ceremonia pagana.
Brindar dicho espacio a otros narradores priva a Betty de vez en cuando del que abrió, hace once años, para cumplir su sueño de contar en donde ella sabe muy bien que la magia es una gran aliada; pero hace el sacrifico de dejarlo a otros, porque desea ver llegar el momento en que quien se siente a una mesa del Tortoni, también pueda decir:
-Mozo: servime un cuento, por favor.