Una habitación en India
Una reseña de la última creación del Teatro du Soleil
In memoriam de las pequeñas víctimas de Manchester
El caos y cómo organizar esta visión del desorden, podría ser una tarea del teatro desde su invención; es la pantomima nocturna que alivia los ardores del día, como las pinturas rupestres hacían más grato el refugio natural de la tribu. La representación, en todas sus formas, busca encontrar una clave para organizar la rudeza de la vida. Las edificaciones han cambiado, los terrores nocturnos también, pero el hombre sigue teniendo miedo, ahora de sí mismo y de su capacidad destructiva.
El mundo está encerrado en el aposento de su conciencia, aunque en el caso de Una habitación en India, presentado en la Cartoucherie de París, el espacio tenga un gran ventanal hacia el público. La intimidad irrumpida por situaciones que no controlamos. Y el mundo ha entrado en una peligrosa espiral que puede terminar en una catástrofe total.
Una habitación en India el último espectáculo de Ariane Mnouchkine se asoma a este caos desde la suavidad de una amplia morada tropical del sur de la India. Calor, responsabilidad y miedo. La obra es descosida, porque nuestra realidad ha perdido sus puntos de anclaje; la obra es múltiple, porque nuestras realidades se entrecruzan con los puentes de la información instantánea; la obra es confusa, cual reflejo de nuestro tiempo. Y en esa habitación puede ocurrir cualquier cosa, porque estamos en un escenario, porque traemos en nuestra cabeza realidades dispersas que no encuentran un cauce definido, porque es El Gran Teatro del Mundo.
Nuestro tiempo ha acelerado el desorden, pero no hay tragedia porque ya no hay héroes, sólo quedan farsantes. Y Ariane Mnouchkine se adentra en el mundo fársico ayudada por la dramaturga Hélène Cixous para revisar todos los males de nuestro tiempo y terminar con una pregunta fundamental: ¿Para qué sirve el teatro?
Y ante un panorama como el que aparece en esta Habitación en India podríamos asegurar que para nada. Pero cuando termina de mostrarse este calidoscopio humano y salimos de la sala con las palabras finales de Chaplin en El Gran dictador, podemos asegurar que aún es la ventana por donde entra un rayo de sol de esperanza… El espectro de Shakespeare-Mnuchkine habla y se lamenta por no haberse reído de los tiranos. Chejov aparece también ante la invocación del personaje de Cornelia, la directora asistente, para hablar de sus proféticas obras. En esa habitación aparecen todos los conflictos de nuestro tiempo, los domésticos, los religiosos, los sirios, los iraquíes, los parisinos, los de la India, en pocas palabras, la humanidad.
Babel por la cantidad de idiomas en escena; repertorio teatral, por los estilos presentados; impresionante compañía, por la cantidad y diversidad de los actores; creación musical por la versatilidad del sonido, decorados que vienen y se van como el soplo de los sueños. La escena es un caos en el que se representa teatro tradicional tamil, pantomimas anti Daesh (el grupo terrorista islámico que domina parte de Siria e Irak y que amenaza Europa), escenas cotidianas en la India, la tragedia de Alepo y la vivencia personal de Cornelia, personaje frágil, doble escénico de Ariane Mnouchkine que por primera vez expresa directamente sus preocupaciones, y repite la acuciante pregunta: ¿Para qué sirve el teatro?
Pues el teatro sirve para esto: divertirnos, sentir miedo y meditar. El todo desde la tribuna del espectador.
Porque me faltó hablar del miedo en la sala: cuando se despliega el negro estandarte de Daech, yo, como espectador tuve miedo y por mi mente pasó la tragedia del público que con toda alegría e inocencia asistían a un concierto en el Bataclán de París un siniestro 13 de noviembre de 2015 fecha evocada en este barroco espectáculo. Sin que yo supiera lo que iba a ocurrir en Manchester, unos días después de ver la obra.