Una mirada subjetiva
Si ustedes leen lo que ha publicado Carlos Be en nuestra revista ARTEZ de este mes, encontrarán una mirada al off madrileño realizada desde sus propias entrañas. El autor y director catalán y su compañía The Zombies Company, han sido en los últimos años activos y constantes en las experiencias más atractivas de ese movimiento teatral madrileño. Protagonistas destacados, incluso ha habido momentos con cuatro o cinco espectáculos en diferentes salas durante semanas o meses. Por lo tanto su reflexión tiene un valor importante, porque demuestra que al menos ellos, han llegado a un límite, se encuentran en un proceso competitivo, sin apenas proyección artística, sin posibilidades de mantener con dignidad la profesión y con pocas esperanzas de un cambio.
Las últimas frases es mi interpretación de lo que dice Carlos Be, pero que de alguna manera va en el mismo sentido, porque sin haber estado de manera continuada en Madrid debido a mis constantes viajes y mi ubicación fiscal y redaccional en Bilbao, sí que he seguido el devenir de este fenómeno más o menos de cerca. Y aquí, y en otros lugares, he dejado escrito mi opinión, la sensación de que se estaba ante un fenómeno espontáneo que llevaba a un suicidio profesional, que se instauraba la miseria como un hecho insalvable, que se trabajaba sin protección de ningún tipo y sin ambiciones estéticas. Que muchas salas eran unas paredes que metían todo lo que aparecía sin otro criterio que el que quisieran trabajar en condiciones leoninas. Bueno, todo lo que ustedes saben y que se repite en otros lugares de la tierra donde este fenómeno crece y crece, pongamos que hablo de Buenos Aires.
La semana anterior he estado yendo en Madrid al teatro cada día, con jornadas dobles. Con la excepción de estar en la sala Francisco Nieva del CDN y una experiencia para un espectador solo en el María Guerrero, el resto ha sido en salas de diferente capacidad y modelo de gestión. Vivo a cincuenta metros de Nave 73 y desde que abrieron había estado una vez, en esta semana he visto tres espectáculos, uno de ellos en horario de vermú el domingo. He estado en la mi entender más consolidada, con un modelo a imitar, Cuarta Pared, y en las recientemente abiertas Sala Trovador y Mínima.
Salvando estas últimas, que tuvieron un público reducido, pero suficiente, en todas las otras funciones presenciadas había magníficas entradas, es decir público que ocupaba más del setenta por ciento de las plazas disponibles. Algo que se puede deber a muchas circunstancias, estaciónales, de coyuntura, de espectáculos tan especiales como fue la función única de Las Poderosas en Nave 73. Pero una sensación de acompañamiento bastante satisfactoria. ¿Podemos deducir de ello que hay un resurgir y que vuelven los ciudadanos a ir a los espectáculos teatrales que no forman parte del discurso oficial? Ojalá. Viendo Reikiavik de Juan Mayorga, lleno total, Txema Viteri, gestor del Teatro Calderón de Valladolid, comentaba que sigue siendo muy desigual la presencia de públicos. Unos llenos absolutos, y unos fracasos demoledores. Públicos diferentes.
De las cosas que señala Carlos Be, lo más significativo es que probablemente el fallo de gran parte del off sea que no ha logrado crear unos públicos constantes y fiables y que se nutre de los propios profesionales. Es cierto, acudir a estas salas es reencontrarse con viejos amigos, con profesionales nuevos. Y este detalle, si no fuera por lo que tiene de falta de públicos libres, de ciudadanos que les guste, no sería un mal síntoma. Cuando me enfrento con jóvenes educandos, siempre les digo que una de las mejores maneras de aprender en teatro, es viendo teatro. Y noto a muchos que sienten una desafección por el teatro sospechosa.
En fin, pensemos mejor qué hacemos con tantas salas, si son fruto de un proyecto artístico o de gestión de un espacio teatral con proyección, o es una solución de emergencia para unos pocos. Es difícil pedir coherencia y proyectos a estas salas cuando los teatros institucionales no dan señales de ello, más bien de un oportunismo trufado de amiguismo, pero como no vamos a cejar en nuestro empeño, hablar, pensar, proyectar, mirar hacia el futuro nunca viene mal, aunque sea analizando el presente con dureza para no caer en conformismos que no llevan a nada más que al aplazamiento del desastre.