Una pena honda
Nosotros no hacemos psicoanálisis, me dijo una maestra polaca tras haberle contado que llevaba cuatro días trabajando en sala con una pena honda.
Una pena honda que había aparecido de forma instantánea y que intuía llevaba dormida mucho tiempo en mi pecho. Una pena honda que portaba consigo la violencia del brote que asoma entre la tierra y la ternura de la vida recién llegada a un cuerpo de carne. Una vida honda a flor de piel.
¡Ay Dios mío! Vosotros no hacéis psicoanálisis y ¿Qué voy a hacer yo con esta pena honda que se me despertó? Seguir trabajando, me dije. Atravesar los ejercicios y las propuestas sin obviarla, aceptándola, porque era una pena, si, una pena muy honda, pero estaba tan viva, era tan real, tan palpable, tan comunicable que… ¿Cómo no bailarla en el espacio y respirarla para transformarla en canto supremo donde el cerebro no trabaja y una es fiel a lo que sucede en su cuerpo?
No hay tantos momentos u oportunidades así, donde esos colores anidados en los recovecos del alma puedan salir a la superficie y expresarse a sí mismos en forma de grito, canto, palabra o gemido. El grupo en este sentido es poderoso. Sirve de catalizador de emociones. El trabajo de un compañero puede reverberar y resonar en el interior de uno, despertando los interiores dormidos, los recuerdos olvidados, la sabiduría antigua, la alegría del niño, dando lugar a nuevas revelaciones en forma de movimientos nunca vistos, sentimientos desconocidos, voces nuevas que uno emite, perdones nunca dichos.
«Nosotros no hacemos psicoanálisis». Ya. Y, entonces ¿qué es esto que hacéis? ¿Abrís a las personas en canal o dejáis más bien que sus capas vayan cayendo con amor y paciencia hasta que aflora lo de dentro, eso que comunica con otros seres humanos sin necesidad de hablar, eso que hace que se produzca el encuentro real con otro ser humano? ¿Cuántos de vosotros diríais que habéis tenido un encuentro real con otro ser humano en esta vida? Un encuentro real en el que has mirado a los ojos de otro ser y has sentido que has sido visto, que te ven, que realmente te están viendo, por dentro, los adentros, más allá de las máscaras sociales y mentales y artísticas y personales o profesionales.
Desconozco exactamente qué busca el actor con su trabajo de desnudez del alma y su categoría de atleta de las emociones pero intuyo que tiene que ver con la necesidad de comunicación pura, de encuentro real con otros seres humanos. Porque solo en ese lugar profundo donde sobran las palabras y el organismo pulsa libre y sin constricciones, hay ausencia de miedo y presencia de una paz gigante.