Una piedra en el zapato
Todos los días de la semana camino más de media hora desde donde dejo estacionado mi auto hasta la oficina donde trabajo. Aunque podría estacionarlo en alguno de los subterráneos del edificio, a propósito, lo hago relativamente lejos porque así camino para disminuir un poco el sedentarismo contemporáneo de oficina y no terminar como demasiados deportistas de fin de semana jugando al futbol con el pulgar paseándose de manera histérica por los botones del control remoto.
Hace unos días, de pronto comencé a sentir una piedra dentro de mi zapato. La sentía como una roca gigantesca, aunque estoy seguro de que no media más que uno o dos milímetros, pero molestaba demasiado.
Mi primera reacción fue sacarme el zapato para liberarme de la incomodidad, pero en un acto seudo masoquista, preferí seguir caminando con la molestia.
Es increíble como un pequeño desajuste en nuestra rutina nos hace potenciar los sentidos. El tacto de mis pies no solo sintió cada vez más la roca dentro del zapato, sino que las diferencias de textura del pavimento se hicieron evidentes y los desniveles antes desapercibidos se transformaron en la topografía antes ignorada del pavimento. También comencé a fijarme en la distancia recorrida, comparándola con la por recorrer. No voy a poner en el mismo nivel la piedrecita bajo mis pies con el silicio flagelante de algunos fanáticos religiosos, pero algo debe haber ahí.
Con este devaneo no quiero dar a entender que la incomodidad o el dolor, sean los únicos capaces de despertar nuestros sentidos, pero si al menos dejar establecido que la mejor forma de incentivarnos a mirar más allá de nuestras narices es salir de nuestro metro cuadrado de confort.
Por supuesto que, al menos para mí, la mejor manera de sacudirme la modorra del día a día, es un viaje, ojalá a un destino completamente desconocido, pero lamentablemente no es algo que se pueda hacer a cada momento.
En mi caso, mientras camino a veces me pongo audífonos para escuchar música o simplemente me centro en los ruidos de la ciudad, a veces me dedico a percibir los olores, ya sea el aroma de las flores o lo desagradable de la polución, trato de no comer siempre lo mismo y de vez en cuando me auto flagelo con un ataque de comida rápida y grasa directo a la vena.
Con la comodidad del no pensar que otorga la rutina, a veces es difícil encontrar alternativas. Difícil pero no imposible, eso si se tiene la voluntad de hacerlo.
Encontrar el o los estímulos que nos permitan ampliar nuestros horizontes son tan personales como lo es una piedra en el zapato. Cada uno debe encontrarlo. No es fácil, pero si no se experimenta arriesgándose al fracaso, jamás se encontrará, claro está que una vez encontrado, las posibilidades que se nos abren son muy cercanas al infinito.
Y si de zapatos hablamos, cada uno sabe dónde le aprieta el zapato, por lo que es mejor comprarse los del tamaño adecuado y buscar otras alternativas más placenteras de estímulo.
Quizás caminar descalzos no sea tan mala idea.