Una pregunta para responder más tarde
Muchas cosas alrededor nuestro, y otras, concernientes a lo personal cambian sin nuestro consentimiento, debido a la velocidad de los tiempos actuales, que parece diseñada para desestimular la acción del pensamiento, pues uno de los requisitos fundamentales de éste para ejercer su oficio, es la digestión, durante un tiempo mínimo, del estímulo exterior.
Ahora todo pasa de largo, y en tropel, y no hemos completado la percepción de un estímulo, cuando se cruzan en su camino otros, desviando el sentido de la atención, y haciéndola cada vez menos activa.
Nuestra atención se debilita y termina sin ánimo para atender los cambios fundamentales que se producen alrededor nuestro y dentro de nosotros mismos, conduciéndonos a un desarraigo gradual, del que se aprovecha la tecnología para cercarnos, intimidarnos y finalmente someternos a un esquema de consumo permanente, que tiene como visión el hallazgo de la comodidad suprema, pues no hemos aprendido aún el manejo total de un modelo cuando ya la publicidad nos está empujando a adquirir el siguiente, con el argumento de hacer más cómoda la vida, y que en lenguaje actual significa más o menos encontrar todo hecho.
De esa manera, la tecnología está jugando un importante papel en la disminución, o paulatina extinción de nuestra capacidad creativa, y recortando las alas al pensamiento para dificultar su vuelo.
Como somos educados para permitir el paso de las partes fundamentales de nuestra vida personal y social, sin hacerles preguntas, poco o nada nos ocupamos de averiguar cómo evolucionamos y es, en consecuencia, poco o nada cuanto percibimos de las modificaciones que el contacto con el medio y la tecnología genera en nosotros, pues debido al incremento de la rapidez en la forma con suceden las cosas, somos cada vez menos capaces de advertir los cambios estructurales, quizás, porque somos, al mismo tiempo, menos conscientes de la existencia del concepto de proceso en el desarrollo de nuestras actividades, y de lo cual se infiere la interpretación casi mágica que le damos a todo cuanto va sucediendo en nuestra vida, como si fuese algo predestinado.
El cada vez más apurado avance de la tecnología, ocasionado por su afán mercantilista, afecta, en primer lugar al mundo sensorial, y por extensión al racional, porque este último se alimenta en gran parte de la actividad del primero.
Muchas partes del cuerpo, que tradicionalmente han tenido una razón de ser en el desarrollo, empiezan a perder vigencia y por ende habilidad, y otras, cuyo papel en la generación de conocimiento aún es un misterio, comienzan a fortalecerse, no para profundizar en el proceso de humanización, como fácilmente se puede llegar a pensar que sea la misión de la tecnología, sino para mejorar los niveles de condicionamiento, pues no algo diferente puede esperarse de una tecnología cuyo objetivo fundamental es el mercado.
La pérdida de habilidad de algunas partes del cuerpo va acompañada de la pérdida de la posibilidad de generar conocimiento por la vía sensorial, de establecer diferencias entre unas cosas y otras, de expandir la experiencia, porque ésta es también consecuencia del mundo sensorial, y de hacer más universal el pensamiento, porque cada vez habrá menos preguntas.
¿Qué tan humano será el conocimiento, cuando cada parte del cuerpo vaya callando, como consecuencia de la «comodidad que alega brindarnos la tecnología», y sólo queden uno o dos dedos para operarla?
No estaremos cuando tal cosa ocurra, pero dejamos planteada la pregunta.