Una teatrera dicharachera
La farándula ya no es lo que era. La verdad es que la fauna y flora farandulera es cada día más normalita, más formal, menos estridente. Esa fama que la precedía está en sus horas más bajas. Menos mal que aún quedan personajes fantásticos que la llenan de color. La farándula necesita dosis de alegría y buen rollo. Uno de esos personajes maravillosos es una teatrera dicharachera, con un corazón enorme, con don de gentes y, sobre todo, con una manera de ver la vida distinta, de entenderla de forma diferente, de sentirla con otra piel y de disfrutarla con los demás en su máxima expresión. Con una pasión, el teatro, y con una vocación particular, la gente, nuestra protagonista estira las horas del día y de la noche todo lo que puede. Incluso cuenta con una calle en su honor, en su ciudad, muy cerca del Paseo Zorrilla de Valladolid; se trata de la calle Recoletas, santo y seña.
Ella es capaz de juntar a personas de las más diversas procedencias. Además es capaz de hacerlo en tiempos de récord. En poco más que lo que cuesta tomarse un café nos podemos encontrar rodeados de gentes y seres variopintos que ha ido captando para la causa. Casi siempre con pinta de que acabará en fiestita o, por lo menos, en liada improvisada.
El índice de anecdotario de nuestra teatrera es impresionante. Muy marcado porque es un tanto despistada. Recuerdo con felicidad grandes momentos vividos con ella y lo bien que lo hemos pasado. Una vez, en Gijón, en un FETEN (feria de teatro para niñ@s), una noche perdió la cartera con todo el dinero, la documentación y las tarjetas. Lógicamente preocupada se acercó a la primera comisaria de policía a denunciar la pérdida. El agente entra en el ordenador y estupefacto le dice: «Pero Sra., ¡si es la quinta vez que ha perdido la cartera! ¿Qué le pasa?» Y ella responde: «No sé, no sé, si yo la vigilo todo el rato».
Superado este primer escollo y la consabida reprimenda llega la noche y en «La bodeguita del medio», lugar nocturno de encuentro, nuestra amiga cuenta lo sucedido y confiesa que no tenía ni un duro para regresar a casa, ni para gastos, ni para nada. Que lo había perdido todo con la cartera. Todo el mundo se puso a aportar una pequeña cantidad de dinero a modo de colaboración. Nuestra teatrera juntó tanto dinero que no daba crédito. «¡Nunca he tenido tanto dinero en la cartera!», decía. Claro que parte de lo recaudado se invirtió en la fiestita que surgió al estilo «Bar Coyote» en aquella noche mágica, y otra parte fue para llegar a su querida calle Recoletas.
Acudió al Festival de Manizales en Colombia, referencia latinoamericana como uno de los festivales históricos y con más autenticidad y sabor del continente. Disfrutó de ocho días de estancia vividos con la intensidad que exige Colombia. Rodeándose de gentes autóctonas y procedentes de otros países. Disfrutando los días, exprimiendo las noches, viendo teatro, escuchando al público, subiendo montañas, visitando cafetales, tomando baños termales… El problema fue el regreso. No quería volver. La noche manizaleña de despedida fue demasiado larga, excesivamente larga. Tenía que tomar un avión muy prontito por la mañana hacia Bogotá. Ese primer paso fue perfecto, sin novedad. En Bogotá debía tomar el avión definitivo hacia París, en escala para llegar definitivamente a Madrid. Viajaba junto a un compañero entrañable, alto, con poco pelo y con una gorrita con visera que le tapaba un poco la cara. Realizan la exención de impuestos y facturación con normalidad. Se dirigen con prisa a pasar el primer control policial, que en aquella época era arduo. No disponían de excesivo tiempo. Ella seguía a su compañero sin pestañear. Y le seguía y le seguía y le siguió. Para cuando pudo percatarse, ya no estaba en la cola del control policial sino en la cola del autobús a las afueras del aeropuerto internacional. Se había confundido y había seguido a otro chico, quiero creer que también con gorrita. Apurada, perdía el avión. Su encanto y su estado de preocupación consiguieron implicar a un policía que le pasó todos los controles habidos y por haber de manera vertiginosa. La dejó en la mismísima puerta de embarque donde, ahí sí, se volvió a encontrar con su compañero de viaje. En quince minutos embarcaron. Con lo que no contaba fue con que el director artístico del Festival de Belo Horizonte, que fue testigo de todo, diera nota de lo sucedido. De no ser así esta anécdota nunca hubiera llegado a estas páginas.
Va por ti, un beso y no cambies.