Uniformes
Aunque muchas veces nos resistamos a reconocerlo, siempre vestimos uniformes para realizar las diferentes actividades que nos definen como personas dentro de un grupo social determinado.
Así como un carpintero sin su martillo difícilmente podría realizar su trabajo, las vestiduras de cierta manera también son una herramienta, por lo que cualquiera de nosotros y en el ámbito que sea, sin el uniforme adecuado nos será prácticamente imposible llegar a un buen resultado.
Es así como nos vestimos de una serena prosperidad cuando vamos a pedir un crédito al banco o nos ponemos la máscara de inflexible cuando debemos llamarle la atención a alguno de nuestros hijos. De igual manera podemos llegar a vestirnos de la más absoluta humildad si un policía quiere pasarnos una infracción y cancheros pretendidamente irresistibles cuando estamos embarcados en alguna conquista del sexo opuesto.
El uniforme con las prendas adecuadas, por supuesto se complementa con la actitud para vestirlo.
Y no tan solo nos vestimos en función del personaje que queremos representar, sino que siempre es con el uniforme socialmente reconocido para el estereotipo en el cual queremos encajar. Lo hacemos de manera inconsciente pero lo hacemos.
Para mi solo existen dos tipos de personas que actúan de manera consciente y meditada al momento de elegir el uniforme a utilizar. No me refiero a escolares, militares, cocineros, médicos o enfermeras, para quienes el uniforme está completamente definido sino a la casta de quienes quieren parecer lo que no son porque el engaño se ha transformado en su forma de subsistencia; ladrones y actores.
Si bien es cierto la palabra engaño está comúnmente asociada a lo negativo, me parece que después de una segunda mirada nos daremos cuenta que constantemente nos dejamos engañar por las artes ya que entramos voluntariamente en el juego de creer que la fantasía representada puede ser realidad.
La gran diferencia es que en el engaño artístico entramos conscientemente en ese juego de apariencias permitiendo así que afloren sentimientos, las más de las veces sanadores, mientras que en un ámbito delictual no nos daremos cuenta y solo obtendremos frustración producto del engaño que provocará en nosotros profundas heridas recriminatorias.
El vestuarista de un montaje teatral busca el uniforme estereotipado en función del personaje a ser representado. Una novia tendrá un vestido vaporoso con una cola inmensa y por supuesto, blanco, mientras que un mendigo deberá tener la ropa sucia y a mal traer. El resto del uniforme radicará en la capacidad actoral de quien lo porte para lograr su objetivo de representación.
En la vida real, los ladrones conscientes de este fenómeno de las apariencias, se visten día a día de lo que no son; de la honradez necesaria para efectuar sus «trabajos» de manera eficiente.
¿Quién podría desconfiar de una persona bien peinada, con traje rigurosamente planchado, relucientes zapatos negros y por supuesto, una corbata. El mejor de los ladrones es aquel que no lo parece.
¿Cuantos de nosotros no hemos sido víctimas de ladrones con corbata y hablar seductor?
¿Cuantos países enteros no han visto mermados sus patrimonios por quienes han vestido el uniforme de la honradez?
Los ladrones pueden llegar a ser, y de hecho lo son, los mejores de los actores con la única diferencia negativa que su público se transformará en sus víctimas.
Hoy por hoy es difícil, si no imposible, no dejarse engañar en algún momento de nuestras vidas por esplendidos uniformes.
Solo podemos tratar de que el engaño sea consciente y en una sala de espectáculos.
Mientras más nos dejemos engañar por las artes con la esperanza de que la fantasía podría llegar a ser real, menos lo hará la vida.