Sud Aca Opina

Uno en un millón

Es difícil imaginarse a los miles de millones de personas que pueblan nuestro planeta, porque con suerte nos ha tocado estar en un estadio atestado de espectadores para presenciar un partido importante con 80.000 almas compartiendo un mismo espacio o participar de una marcha multitudinaria con 1 o 2 millones de asistentes enardecidos, pero imaginarse 6 mil millones, 6.000.000.000, es algo que escapa a mis capacidades imaginativas.

 

Sin embargo, las veces que desde la altura he podido ver las luces de una gran ciudad, imagino al menos a una persona por cada uno de esos puntos brillantes, y eso me quita el aire. Sin ser capaz de contarlas una a una, las luces de la ciudad han encandilado mi espíritu al pensar en todas y cada una, como una entidad particular diferente a la del lado, con vidas singulares, personalidades y rasgos físicos únicos, problemas y soluciones de la más variada índole, una infinidad de combinatorias y posibilidades más allá de mi pobre entendimiento.

Muchas veces me he sentido el más desdichado de la tierra y unas pocas, el más feliz, sensación que creo hemos compartido muchos, pero después de darnos un tiempo para pensarlo, dentro de las otras 5.999.999.999 de personas, de seguro siempre habrá alguien en mejores condiciones y alguien en peor situación que nosotros.

Es de un egoísmo supremo el creernos el centro del universo, cuando en ese universo existen tantas posibilidades como la nuestra.

¿Es egoísmo acaso?

Pienso más bien que en situaciones límites, nuestro horizonte se acorta sin permitirnos mirar más allá de nuestra propia realidad.

No es ni bueno ni malo, simplemente es natural, por lo que después de haber salido de la situación extrema, podremos ver con una mirada en perspectiva, la cual nos dará una real dimensión de lo ocurrido.

Las penas hay que sufrirlas y las dichas compartirlas, porque después de que éstas hayan pasado, solo quedará el recuerdo, y no se puede vivir solo de recuerdos.

La vida está hecha por una sucesión de instantes.

Las luces de una ciudad no son de un brillo constante, titilan en la noche como el palpito de los corazones que representan para mí.

Mirar una ciudad desde las alturas de la noche, nos permite adquirir la conciencia de que no estamos solos en este planeta, sino que, como las millones de luces que podemos ver allá abajo, existen millones de otras ciudades con millones de otras luces, donde cada una de ellas puede representar una persona, persona que bien podría ser yo mismo o uno de mis afectos más cercanos.

A pesar de esta realidad casi matemática, todavía existen algunos que se sienten solos, incluso llegando a desarrollar depresiones o más extremo aún, tomando la drástica decisión del suicidio.

No estamos solos, no podemos sentirnos solos, pero más importante aún, no podemos dejar que otros se sientan solos.

He sufrido la amarga experiencia de suicidios entre mis más cercanos y la pregunta natural es: ¿Por qué? ¿Qué pude haber hecho yo como para evitarlo?

Quizás haber subido a un punto alto, como para mirar las luces de nuestra ciudad y darnos cuenta que cada uno de nosotros es uno en un millón.


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