Sud Aca Opina

Vacaciones virales

Después de más de un año de confinamiento obligado debido al bichito que sin duda alguna va a pasar a la historia de la humanidad como un asesino, no solo de seres humanos, sino que de micro economías y proyectos de vida, después de haber sacado los permisos de vacaciones correspondientes y los pasaportes sanitarios debidos, nos tomamos unas extensas vacaciones de larguísimos 5 días. Es que la alicaída economía familiar no podría financiar más de 5 días, ya que, al sexto día, el cupo de la tarjeta de crédito estaría sobrepasado, transformándose en un rectángulo de plástico inservible.

 

¿Destino elegido? Un balneario cerca de nuestra ciudad, donde nos prestaron un departamento.

Dada la cercanía entre la capital, Santiago de Chile y este balneario, Viña del Mar, a pesar de las restricciones y el temor imperante, pareciera que todo el mundo vino para acá. Las calles están llenas de autos, las playas llenas de gente, los supermercados llenos de compradores… Si no fuese por el sonido de las gaviotas que apenas se percibe entre tanto ruido urbano, cerrando los ojos se podría pensar que estamos en pleno centro de la capital.

¿Entonces para que cambiar de ciudad si la tónica es la misma?

En lo personal hubiese preferido irnos a uno de los extremos de esta larga y angosta franja de tierra de más de 5.000 kilómetros de extensión, pero, poderoso caballero es don dinero, y en esta ocasión fue un dictador despiadado restringiendo el desplazamiento solo a 115 kilómetros del origen.

Siempre me ha gustado el norte de extensos desiertos altiplánicos donde, por no tener una referencia de medida como un árbol, una casa o un automóvil, el paisaje siempre está lejos, muy lejos. Se puede caminar durante horas en línea recta sin llegar a ningún lado, sintiéndose ínfimo en relación al entorno. No existe mejor lugar para estar solo, para estar consigo mismo, acallando el ruido de la vida urbana y escucharse la respiración, los latidos del corazón, esa voz interna que es nuestra mejor consejera y que tantas veces nos negamos a escuchar.

Siempre me ha gustado el sur, de extensas superficies verdes donde, por estar inmerso en un bosque tupido, el paisaje siempre está en la punta de los dedos. No se puede caminar ni siquiera un minuto en línea recta, porque un árbol milenario, o un riachuelo con ínfulas de río, o una roca cubierta de musgo, nos obligarán a desviarnos. No existe mejor lugar para estar solo, para estar consigo mismo, acallando el ruido de la vida urbana y escuchar el tintinear de un riachuelo, a las aves sobre nuestras cabezas, al viento haciendo música con las hojas de los árboles, a la naturaleza queriendo comunicarse con nosotros, no con el lenguaje de los hombres, sino con el lenguaje del sentimiento.

Y podría seguir describiendo las características y sentimientos provocados por el desierto florido, el campo productivo, la zona de archipiélagos, la Patagonia, la cordillera de los Andes, el Océano Pacifico… cada cual tiene su lugar favorito en este planeta, en su continente, en su país, en su región, e incluso en su propia casa, para encontrar un momento de paz y encontrarse consigo mismo. No es el lugar, sino uno, quien debe propiciar la instancia para reflexionar.

Y no es indispensable tomarse unas vacaciones como para hacerlo.

Solo piénsenlo.


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