Velocidad y futuro
En el ritmo de la vida actual un elemento cuya acción se destaca de entre los demás es la velocidad, y una de las misiones de ésta es ponernos a todos a correr en pos de metas, cada día más difusas, porque la velocidad le resta eficacia al pensamiento y a las decisiones que el ser humano debe tomar en procura de su bienestar.
La velocidad se ha incrementado en asuntos relacionados con la toma de decisiones y todo cuanto compromete a éstas, como el objetivo de vida, la expresión de los deseos, etc, porque está primando el concepto de competición, que es entendido como rapidez en la acción, y lleva a considerar al más veloz como al más propenso a conseguir el éxito.
Pero el más veloz no es más exitoso porque dicha agilidad sea una característica de su mente, sino porque para acoplarse a ciertas condiciones actuales, aceptadas como necesarias para llegar al éxito, se ha ido preparando para el automatismo, sustrayendo de su vida obstáculos de orden moral que constriñen su pensamiento con ideas como la cooperación, el sentido de la convivencia, el respeto al esfuerzo del otro, consideradas inconvenientes, porque quitan tiempo y atrasan la obra de desarrollo individual.
Aunque se habla de calidad en todos los procesos, la realidad que atosiga es la de la improvisación. El pensamiento tiende a ser preparado para la audacia, porque se ha perdido sentido de responsabilidad de acción, debido a que hay menos conciencia de futuro, y no es quien pueda demostrar la generación de un proceso el que se convierte en el feliz y exitoso individuo, sino aquél que esté en condiciones de llevarse todo por delante sin sentir reato de conciencia.
El más exitoso, lo es justamente porque se ha estado preparando para acatar una realidad, que acepta no poder cambiar, y con la cual termina asumiendo una relación de complicidad que se expresa en un acuerdo tácito de no agresión a través de crítica alguna.
A mayor velocidad, menos percepción de la realidad circundante, y menos actos reflexivos, porque la necesidad de pensamiento disminuye en procura de dar mayor campo a la de acción. Todo pasa ante nuestros ojos (por decirlo así), dejando un levísimo roce de percepción, que no alcanza para fraguar una idea y aparcarla en el pensamiento para convertirla después en un recuerdo.
Se ha consagrado la velocidad para apurar el ritmo de la vida, porque la velocidad es parte de la estrategia de la contemporaneidad para incrementar el vértigo y cortar las alas del pensamiento, las de la reflexión y la creatividad, y es esta la razón por la cual cada día hay menos preguntas, y en consecuencia menos respuestas, y por extensión menor preocupación histórica, es decir, de generación de futuro, valga la aclaración, porque expresión histórica es un término asociado a acontecimientos pasados.
En medio de una vida tan veloz como la actual, se impone una impresión de desarraigo y la idea de una paulatina pérdida de objetivos del ser humano, y por eso una pregunta fundamental sería: ¿Cuál es la prioridad actual del ser humano?
Ésta es quizás una de las preguntas más urgentes, para averiguar si la respuesta coincide con la preocupación ancestral de éste, conocida hasta hace algunas décadas con el poco esperanzador nombre de angustia existencial, una especie de acicate que lo empujaba a ejecutar la difícil tarea de ir con el pensamiento más allá de lo que obligaban las cargas académicas.
¿Cuál es la prioridad actual del ser humano? ¿Será la pregunta?