Ver al que trabaja, cansa
A partir de la caracterización del trabajo surge éste como fiel y medida referencial, como sentido de toda acción política y de los proyectos de cambio social. La misma capacidad de generar civilidad queda establecida desde el concepto de trabajo, el que opera como sustentación ineludible de negociación y ejercicio de los derechos fundamentales dentro de la sociedad. Es desde allí que se han de activar las entidades específicas, dedicadas a la defensa de los derechos de los trabajadores de la cultura, para que se incluya en los reconocimientos, el acceso de tales sectores a las políticas de seguridad social que aún no lo hacen, quizá porque los propios hacedores no están demasiado seguros de quienes son en materia del derecho laboral. No se alude, por ahora, a un ‘derecho a la pereza’ según decía Lafargue, yerno de Marx, con exquisita ironía. Todo tiempo de crisis, hace pensable un tiempo de reactivación, por lo que es natural que el sector artístico-cultural quede incluído en las agendas de las soluciones. No hacen falta matemáticas aztecas para demostrar que los artistas también comen. Esta prevención a propósito de que no parecen acordados mínimamente los equipos técnicos imprescindibles, que como sector organizado, permitan el asesoramiento actualizado de toda la problemática social que les es inherente, habida cuenta de su a-tipicidad. Daría la impresión que se sigue apostando a un reconocimiento en cuanto ‘benefactores de la humanidad’ en un sentido emocional, haciendo con la cultura-donación el trabajo sucio a los Estados y sus gobiernos de turno. Estos, relevados de la urgencia de la programación cultural no estatal, la ven compensada por los grupos autogestionados que encima, se oponen a golpear sus puertas, y pretenden, hasta donde pueden, ir por su cuenta a los arrabales, a las fábricas, a entidades de minoridad, a hospitales, etc. Esta omnipotencia no es sino una visión políticamente ingenua, y resulta, por eso mismo, contraproducente porque releva de su responsabilidad a muchos decisores privados y estatales, de darlas. Los sectores culturales, en medio de la crisis, si han de valerse de una ley de reciprocidad o de trueque, alternativa, también merecen una organización económica incluyente, capaz de conmover el criterio de los capitanes que en medio de los peligros, eliminan el sobre-peso de las barcas, arrojando a los que consideran prescindibles a las aguas. ¿Por qué además, el capitalismo actual, en los producidos culturales tiene el máximo poder de reproducción y relegitimación formal de sus procedimientos, bajo la forma de industrias culturales, patentes, legislaciones, conocimiento ‘instrumentados’ (material o inmaterialmente), y aún así, entre los propios interesados se siguen preguntando si la cultura es importante o si el sector que nos ocupa, lo es. En todo caso, lo que se siente como no importante en esta actividad no es más que la expresión palmaria de la falta de proyecto, de la confusión, de no saber plantar los términos políticos, alternativos, resistentes, que pretenden ir ligados a la libertad y a la vida como valores innegociables. Cuando ‘el programa de Gotha’ definía «el trabajo como fuente de toda riqueza y de toda cultura», fue contestado por Marx con: «el hombre que no posee otra propiedad que su fuerza de trabajo no puede ser esclavo de otros hombres que se han convertido en propietarios». Con lo que, si la libertad es la materia prima del arte, antes lo es del hombre y es el arte quien lo recuerda, más allá de la cantidad de gente que escuche o deje de hacerlo. Esto último, es irrelevante a los efectos de esa libertad fundante. Lo que habría que demostrar y creo que no costaría demasiado, es que el trabajo que le demanda a su artista su ‘obra’ efectivamente materializada, consuma en sí una ‘fuerza de trabajo’. El trabajador cultural puede ser el concientizador en el marco de un sistema que no maneja el efecto que el producto del trabajo produce sobre los trabajadores que no pueden disponer de él.