Viajar
Más de alguna vez he escrito que me gusta mucho viajar. No tengo el dinero suficiente como para escoger destinos 5 estrellas pero el salir de mi zona de confort para conocer otras realidades, algunas mejores, otras peores, es extremadamente enriquecedor a la hora de evaluar mi propio devenir.
Sud América, mi continente, por la mochila histórica que sus habitantes estamos obligados a cargar, miramos a Europa como el hermano mayor a quien debemos imitar. Sea por el motivo que sea, no valoramos nuestra diferencia en relación a “los conquistadores”. No me refiero a calificativos que impliquen connotaciones de mejor o peor sino simplemente diferente.
Se me hace difícil pensar en competir con ciudades como Roma con sus ruinas por todos lados, Venecia con sus canales de ensueño, Francia con su trilogía de Libertad, Igualdad, Fraternidad, Alemania donde todo teóricamente funciona como debe ser o Londres con su consagrado Five O´clock tea.
Al sobrevolar el viejo continente, nunca, nunca se dejan de ver evidencias de la presencia humana; ciudades del más variado tamaño, pueblos o un simple techo siempre están a la vista, en cambio al sobrevolar América, pueden pasar largos minutos sin tener evidencia de la presencia humana, por lo tanto, a nivel de suelo no es difícil lograr estar solo.
Ese bien tan preciado hoy en día, la soledad, si lo buscamos, la podemos encontrar fácilmente. No me refiero al aislamiento obligado sino que al estar solo por opción.
Cuando uno está solo, sin compañía, en ese silencio inexistente en las ciudades, se está consigo mismo. Esa voz de la conciencia que solemos acallar con el rugido de motores, imágenes publicitarias encandilantes, falsas noticias transformadas en post verdades, ruido, ruido, ruido…simplemente puede resurgir para darnos la oportunidad de encontrarnos con esas preguntas que no nos hemos querido o no hemos tenido el tiempo para hacernos y que quizás podamos responder.
Aunque los viajes a otros parajes sean capaces de maravillarnos a través del descubrimiento de culturas radicalmente diferentes a la nuestra y paisajes insospechados, el viaje más importante de todos es ese que sin mediar otra cosa que no sea nuestra voluntad, podemos hacer hacia el fondo de nuestras verdades.
Un pasaje de avión es caro pero ahorrando, se puede. En cambio, si no tenemos la voluntad de hacerlo, un viaje hacia nuestro interior puede ser imposible.
Antiguamente el mediador entre nuestro consciente y nuestro inconsciente era un sacerdote a quien debíamos confesarle nuestros pecados para salir limpios de la iglesia y poder seguir pecando tranquilos después de haber cruzado el umbral, hoy pareciera ser que tal mediador es el terapeuta de turno. Se me ocurrió preguntar a un grupo de amigos quien iba a terapia y el resultado fue abrumador; casi todos.
No se trata de dejar cesante a quien ha pasado años estudiando el comportamiento humano pero si lo deseamos, podemos lograr encontrarnos con nosotros mismos sin ayuda.
Con voluntad propiciando el espacio adecuado para estar solos, se puede.
Viajar hacia nuestros pensamientos no sólo es posible sino necesario.
No necesitamos visitar el coliseo romano o la torre Eiffel para maravillarnos del hombre y sus obras. Basta con alejarnos de la distorsión contemporánea y encontraremos ese silencio interior para saber quiénes somos en realidad.