Vías de acceso
Esta semana pasada se supo por diferentes medios de comunicación los métodos utilizados por Leticia Sabater para intentar la contratación de sus espectáculos en ayuntamientos gobernados por el PP. Una frase resonaba de manera reconocible: «ya sabemos que colaboras con nosotros». La propia «artista» reconocía que los contactos se los habían dado directamente desde el propio partido, aunque después se enfocaba a una persona, José María Michavilla, ministro de infausta memoria en los días del 11-M, posteriormente exitoso empresario de contratación de espectáculos. Es decir que la conexión de Leticia era buena. No sabemos los resultados de sus gestiones, pero al menos ha ocupado durante unos días los medios de comunicación y las redes sociales.
En una de ellas ha tenido bastante repercusión, y personas que son, o han sido, gestores culturales, programadores, hablaban de «la puerta de atrás», para la contratación y citaban un caso todavía más complejo, reiterado en el tiempo y bicéfalo, ya que acudía a ayuntamientos del PSOE o del PP, con argumentos parecidos, Blanca Marsillach, que ha causado muchos estragos y se conoce un caso de mucha enjundia como fue que el director-gerente del Teatro Barakaldo, hizo pública su denuncia contra el alcalde, el cual había contratado a la mencionada, sin consentimiento del director cosa que llevó a una bronca política por ser ambos del PSOE, unas denuncias en los tribunales y el despido del gerente en diferido. Es decir, un tema de mucha enjundia.
Todos los profesionales, o muchos profesionales, cuando se menciona estos casos, añaden otros, quizás más localistas, o más coyunturales, pero que vienen a indicarnos que esa supuesta «puerta de atrás», es la puerta de delante en demasiadas ocasiones. Que el clientelismo funciona de manera corriente, que en todas las partes cuecen habas, y que si hablamos un poco en serio, es muy difícil lanzar la primera piedra porque todos, por unas razones u otras, hemos sido víctimas o beneficiarios de simpatías, cambios de equipos, cercanías y amistades. En todos los casos nos hemos callado, otorgando o convirtiéndonos en cómplices.
Por dejarlo en una cuestión menor, podemos asegurar que la libre competencia es un bonito enunciado que posteriormente se carga de circunstancias, reglamentos y arbitrariedades menores que la colocan en una duda razonable. Si se miran los resultados de las concesiones de ayuda del INAEM publicadas en su Web hace unas pocas semanas, se comprenderá lo que se intenta explicar. El oligopolio empresarial forma parte de la propia estructura de la acción de gobierno. Por lógica las programaciones básicas de los teatros de las redes están ya sentenciadas en una porcentaje grande debido al reparto de ayudas, que no ha variado, va para los de siempre, se llevan más que nadie, pero mucho más y entrar en la rueda para los «emprendedores» parece ya tarea imposible.
Esto no quiere decir nada más que es así, porque así sucede. Porque las comisiones informan, asesoran, pero las decisiones, el reparto cuantitativo del dinero se toma desde la planta noble con unos criterios previos, y allí es donde operan todas las presiones, todos los compromisos institucionales, los pagos de favores, las cuestiones partidarias que llegan de arriba, las cosas y circunstancias varias confesables e inconfesables.
Y en las programaciones sucede algo parecido. En el mejor de los casos existe una libertad del programador elevada, pero siempre existen grupos o compañías del «régimen», y este concepto se puede aplicar a cualquiera, de cualquier comunidad o cualquier ciudad que parecen son irremediables. No es exclusividad de unos u otros. Ese es el gran problema. La independencia no existe en estos momentos, ni económica, ni ideológica. Los condicionantes son mayores que nunca. Las posibilidades de utilizar puertas de atrás, laterales o subterráneas crecen. Demasiadas vías de acceso para estar todas bien guardadas de irregularidades. Por lo tanto estemos alerta, utilicemos seriamente la capacidad de denunciar con datos lo que se conozca y pidamos transparencia, que se hace todo con demasiada opacidad.