Víctima de secuestro
Este fin de semana fui víctima de un secuestro cada vez más frecuente.
Mis secuestradores en primera instancia no pidieron rescate, aunque con el tiempo se revelarían sus verdaderas intenciones.
El secuestro propiamente tal solo duró un par de horas, aunque, como suele suceder en estos casos, las consecuencias se extenderían en el tiempo.
Durante dos horas estuve en el cine frente a una pantalla en la cual se desplegaba una sucesión de efectos especiales espectaculares, dando forma a una película con escaso argumento. No pasaban más de 10 segundos antes de que un personaje se transfigurase en algún animal mítico o un súper héroe se valiese de sus súper poderes sobrenaturales o un paisaje irreal se develara ante nuestros ojos extasiados de tanta maravilla. Cualquier tipo de sentimiento era desplazado por los imposibles hechos realidad gracias a la tecnología cinematográfica.
Mi mente estaba secuestrada por el espectáculo vacío de ideas. Me era imposible escapar al estallido de formas, colores y sonidos saliendo del enorme telón. Afortunadamente de vez en cuando, el sonido de las palomitas de maíz engullidas por el obeso a mi costado, me volvía momentáneamente a la realidad en blanco y negro que suele ser la vida de un habitante citadino.
Fui con mi hijo menor de 8 años a ver una película de su elección.
El nombre da lo mismo porque actualmente el mercado cinematográfico ha estandarizado la oferta y todo es la misma…
Al terminar la película tuve que sacudir mi cabeza para sacarme las moléculas de micro partículas espaciales en su tercera mutación interfiriendo el adecuado mecanismo de mis sinapsis neuronales y le pregunté a mi hijo si le había gustado. Le encantó. Acto seguido le pedí ilusamente que me contase de lo que se trataba porque la verdad, yo no había entendido mucho. No sabía.
De los nombres de los personajes, los buenos, pero por sobre todo de los malos, de las armas utilizadas capaces de destruir galaxias enteras, de los planetas comprometidos, de todo lo que después el mercadeo se encargaría de forzarme a comprarle para no traumarlo porque sus compañeros lo tenían y el no, esos nombres se los sabía todos, pero de la trama, nada.
Ahí estaba el rescate; la compra de cosas inútiles que después de un tiempo serian desplazadas por otras cosas inútiles producto de otra película vacía de argumento, pero repleta de mercadeo.
Así como la única forma de prevenir un secuestro real no queda más que invertir en seguridad, ya sean alarmas o guardaespaldas, para impedir que nuestros cerebros sean secuestrados por la estupidez, solo nos queda invertir en cultura.
Aunque no sean alternativas excluyentes, no me refiero al ir a un concierto de música clásica, o presenciar un ballet clásico, o al asistir a una exposición de un connotado pintor, simplemente me refiero al dejarnos permear por la realidad que existe en nuestro entorno.
Es cierto que una jugada de futbol se ve mucho mejor por la televisión ya que se mostrará el mejor ángulo, con un acercamiento perfecto y además repetida, pero la sensación de gritar un gol en las graderías del estadio con miles de fanáticos compartiendo una misma alegría, sin duda es insuperable.
La ficción auspiciada por la tecnología, aunque seductora, nunca podrá superar a la realidad.