Volver a aprender una profesión. (I) Los antecedentes
Treinta y cinco años de profesión dan para mucho. La perspectiva es lo más relevante. Ayuda a ordenar, contextualizar y discernir entre lo coyuntural y lo estructural, entre lo efímero y lo duradero, entre lo consistente y lo inestable. Esa posición que hemos disfrutado nos ha permitido convertirnos en un testigo privilegiado de la evolución de la escena vasca. También la evolución del público, o de los públicos: el paso del tiempo, los cambios en el consumo cultural, los cambios en el sentido y en el concepto del humor, las variaciones paulatinas que se han producido en los gustos o en las preferencias del público, las evoluciones o involuciones a las que están sometidos los criterios del público, los vaivenes sobre el concepto del ocio, las influencias que ejerce en el público la “ideología dominante” del momento, la alteración que va sufriendo el binómio colectividad/individualidad, la desaparición de la manera tradicional de relacionarse colectiva y socialmente, la irrupción de la tecnología, la influencia de las redes sociales, la sustitución, o no, de los canales tradicionales de información, y un largo etcétera. Hemos vivido en unos años el nacimiento, crecimiento, desarrollo, y transformación radical de una sociedad, y como consecuencia, de una profesión. Y todo ello, sin parsimonia, a una velocidad casi de vértigo, rozando la imprudencia temeraria.
A partir del 78 se comienza a estructurar la nueva administración democrática. Todo estaba por hacer, los dineros públicos fluían desahogadamente. Se sentaron las bases en el ámbito cultural y artístico hasta entonces escondido en las catacumbas del régimen franquista. Las compañías independientes existentes y los autores y creadores de la época asumen la responsabilidad. Así en el teatro español fueron compañías como Los Goliardos, Tábano, La Fura del Baus, Sala Becket, Teatro Lliure, Teatro Corsario, Atalaya, La Cuadra de Sevilla, La Zaranda, Samarkanda, Suripanta, Teatro del Norte. En la dirección de escena destellan personas como Jose Carlos Plaza, Miguel Narros o William Layton impulsor de Teatro Estudio de Madrid. Autores como Alfonso Zurro (1953), Ernesto Caballero (1957), Chatono Contreras (1957), Miguel Murillo (1953), José Luis Gómez (1950), Paloma Pedrero (1957), Itziar Pascual (1967), o Guillermo Heras (1952), que nos abandonó recientemente.
Mientras, ¿qué ocurre en el País Vasco? ¿Qué hicieron y quiénes eran los jóvenes teatreros y teatristas de la época? ¿Quiénes tiraron del carro? ¿Quiénes asumieron el reto de crear una dramaturgia vasca? ¿Quienes comenzaron a escribir la historia del teatro vasco contemporáneo? En Vizcaya Ignacio Amestoy, David Barbero o compañías como Cómicos de Legua (1968) impulsada por Ramón Barea, Karraka (1980), Maskarada, Akelarre bajo la dirección de Luis Iturri, o Teatro Geroa que levantó en 1981 “Muerte accidental de un anarquista” de Dario Fo, dirección de Antonio Malonda. Curiosamente un joven Jesús Cimarro ya operaba en aquella época en labores de productor ejecutivo.
En Gipúzcoa Alfonso Sastre, Gabriel Celaya, Xabi Puerta, Javier Gil Díez, Rafael Mendizabal, en una línea más comercial, Roberto Herrero, Premio Euskadi de Teatro, con tantos años dedicado a la crítica teatral o compañías como Anexa, Orain, Teatro Estudio de San Sebastián, dirigido por Manolo Gómez, UR Teatro de Renteria y su “Sueño de una noche de verano” dirigido por Helena Pimenta. Otro joven, Enrique Salaberria, comenzaba a hacer sus pinitos en el teatro independiente de Pasaia. Jaime Azpilicueta, de San Sebastián a Madrid, pasando por París, destacaba por su visión de trascendencia, dirige la obra del autor francés Jean Giraudoux, “Ondina”. Bederen 1 produjo “El relevo” de Gabriel Celaya y, Tanttaka Teatro, dirigido por Fernando Bernués, puso en pie “Agur Eire, agur”, dirección de Pere Planella sobre la identidad nacional. Maite Agirre, luchadora por una dramaturgia independiente y revolucionaria, funda Agerre Teatroa. Como olvidar al queridísimo Juan Jose Arteche (San Sebastián, 1927-2020) adaptador, versionador y creador de más de 300 textos teatrales.
En Alava colectivos como la Cooperativa Denok (1977), fundamental en la estructuración del sector o Teatro Gasteiz y su emblemática “Pasionaria ¡No pasarán!” de Ignacio Amestoy bajo la dirección de Salvador Távora con Ana Lucía Villate en escena. Carlos Gil era el ideólogo de Teatro Gasteiz, participaba en todos los movimientos teatrales alaveses de la época, después de llegar desde Barcelona, dedicado después al periodismos cultural y a la crítica. En calle Bekereke, bajo el liderazgo de Elena Armengod, crea una importante dinámica teatral en el ámbito de las artes de calle. Féliz González-Petite funda La Farándula. Félix es otro de los agitadores de la creación alavesa.
No nos podemos olvidar el Festival 0 en San Sebastián en 1970, organizado por el teatro independiente, que supuso la primera ventana hacia la libertad de expresión en las artes escénicas en España.
Y en lo referente al teatro en euskara destacaríamos gentes como Patxi Zabaleta, Yolanda Arrieta, Elías Amezaga, Xabier Mendiguren, Daniel Landart o personas como Patri Urkizu, catedrático, que escribió y documento sobre la historia del teatro vasco.
El artículo continuará en próximas semanas analizando brevemente la evolución de esta profesión como tal, no tan antigua y su evolución paralela, o no tanto, al sentir del público, o de los públicos en unos tiempos en los que todo pasa demasiado rápido.