Desde la faltriquera

Warlikowski transita nuevos caminos

Krzysztof Warlikowski se enfrentó en 2002 a un ímprobo trabajo del que no salió bien parado, la adaptación de En busca del tiempo perdido de Proust. Empeño magno que, acaso, acometió sin la suficiente madurez. Continuó con su trayectoria variada, hasta que en 2009 decidió transitar por nuevos caminos dramaturgísticos y de escenificación. Responden a esta nueva etapa espectáculos como (A)pollonia (2009) con textos de Eurípides y Esquilo, Andersen, Tagore, Andrzej Czajkowski, Hanna Krall, Jonatahn Littell, Marcin Swietlicki y J.M. Coetzee; El zapatero Grachus (2010) con textos de Stuff, Koltès, Grakchusa, Kafka y Coetzee; Cuentos africanos (2011) con escenas extraídas de las obras dramáticas de Shakespeare (El Rey Lear, Otelo y El mercader de Venecia) y JM Coetze; Kabaret Warszawski (2013), sustentado en la película I am a Camera de John van Druten, a su vez inspirada en Adios Berlin de Christopher Isherwood, en escenas de la película Shorthus (John Cameron Mitchell), Les Bienveillantes de Jonathan Littell, Tango de Justin Vivian Bond y escritos personales de este último. Ya en 2015, regresa a Proust y su obra de cabecera en la nueva creación Los franceses.

Caracteriza esta nueva etapa de Warlikowski, la elección de textos que utiliza para conformar el universo personal, que repite con mayor o menor énfasis en unos temas sobre otros y en los que se aprecia: en lo personal, una existencia atormentada, una visión contradictoria, angustiosa a ratos, preocupado por la existencia de Dios y recurrente en la alteridad; en lo social, la insatisfacción con el mundo contemporáneo, la reivindicación de las injusticias, la transgresión ante las convenciones o normas, especialmente las de su país, el señalamiento de las contradicciones de Europa y la perplejidad ante las atroces injusticias cometidas con los judíos. Este mundo cohesivamente ligado a su persona, lo presenta a través de situaciones liminares de un buen número de personajes; con escenificaciones de larga duración, no baja de las cuatro horas (y aquí como en otros conceptos de dramatúrgicos, escenográficos y de dirección de actores se reconoce el magisterio de Lupa); con una suerte de acciones que lleva al punto de la máxima tensión; con ritmo lento, detenido a veces por largas narraciones diegéticas que no monólogos; con una inventiva sorprendente en la creación de signos (para los actores y de producción) y la conjunción de hallazgos y trivialidades. La respuesta del público se divide entre la admiración y el desencanto, expresado por el abandono del teatro en los entreactos.

Los franceses responde a este patrón y no me detendré a pormenorizarlos. Solo quería señalar un par de ellos, la dramaturgia (la sobretitulación en francés e inglés con la que se presentó en el Théâtre de la Comédie de Ginebra constituye una ayuda) y la experimentación de la pluriperspectiva. Existe un hilo conductor, un tema recurrente la promiscuidad y la pregunta, que llega a atormentarle ¿por qué solo se reproducen los seres humanos en relaciones heterólogas, cuando la naturaleza permite la fecundación, los préstamos o la ósmosis entre seres de diferentes especies? Sobre este interrogante, que no ofrece respuesta a las relaciones homosexuales, construye la narración escénica, que se apoya sobre el desarrollo de una o dos escenas donde sintetiza alguna de aquellas cuestiones que más sorprenden a Warlikowski y Piotr Gruszczynski (el dramaturgista de referencia) en relación con cada uno de los libros de Proust. La concepción estructural está muy bien pensada y construida con acierto a base de diálogos que recogen el sentido, abundancia de signos e imágenes recogidas en una gran pantalla en el foro (pregrabadas y captadas en directo), y alternancia de mímesis y diégesis, que puede llegar a pesar. Otras cosa es el interés, la intensidad y la tensión de cada una de esas escenas, donde, en muchas ocasiones, se alargan en exceso y resultan reiterativas. Asimismo no enhebran bien los personajes (son los de Proust, por tanto identificables) con su traslación actancial (entendido como una unidad semántica sintáctica implicada en la formulación de un discurso narrativo). No hay ensamblaje.

La pluriperspectiva arroja momentos de alto interés para el análisis y la investigación donde se rompe la tradicional mirada del espectador. En varias escenas este ya no tiene un único foco para centrar los sentidos, sino tres: la representación actoral que rompe con un estilo realista, una coreografía ejecutada por bailarines y unas imágenes proyectadas sobre una pantalla situada al fondo. Los tres ámbitos de observación inciden sobre un mismo tema, pero la desjerarquización informativa del director obliga a fijar más la atención en aquella imagen que desea subrayar, con una información que se complementa o fundamenta en un claro ejemplo de hipotaxis.


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