Wayne McGregor. AutoBIOgrafía y ADN en danza. GUIdance 18
Entendemos el “yo” y su autobiografía como una historia hilada cronológicamente que arranca con el nacimiento.
Sin embargo, los orígenes de la autobiografía del “yo” se remontan al momento en el que un óvulo y un espermatozoide engendran a la futura persona. En ese gozoso encuentro comienzan a cruzarse determinaciones genéticas. Así pues, la escena primera de nuestra autobiografía es la de las combinaciones genéticas. Se trata de una danza de genes, tan abstracta en su conformación como abstracto es el arte de la música o el de la danza.
El 8º GUIdance, Festival Internacional de Danza Contemporánea de Guimarães 2018, se ha inaugurado el 1 de febrero, en el Centro Cultural Vilaflor (CCVF), con Autobiography (2017), de Company Wayne McGregor.
La coreografía compuesta por W. McGregor, con dramaturgia de Uzma Hameed, es de una complejidad pletórica en sus trazos geométricos y en las combinaciones que se generan entre las bailarinas, los bailarines y todos los dispositivos escénicos, sobre todo la acción lumínica, obra de Lucy Carter, y la musical, obra de Jlin.
En esa complejidad pletórica se captan, superpuestas a la formalización estilística de la coreografía, otras capas íntimas y personales, aportadas por cada bailarina y bailarín durante el proceso de improvisaciones y de exploración que dio lugar a esta pieza, tal cual nos explica Daniela Neugebauer en la conversación que hubo después del espectáculo.
Sin embargo, esos aportes personales, de cada integrante del elenco, se diluyen en la abstracción estilística de la coreografía, aunque permanezca una singular y magnética presencia en la ejecución dancística.
De un modo paralelo, también se diluyen, en esa abstracción formal y cinética, los géneros hombre/mujer y sus determinaciones. No hay, en ningún movimiento, actitudes o conductas reconocibles de género. Los dúos, los portés, por ejemplo, funcionan, indistintamente, en combinaciones mujer/mujer, hombre/hombre, mujer/hombre, aunque, desde la recepción, puedan implicar lecturas diferentes, en la globalidad de la pieza no se captan determinaciones de género.
Autobiography es un trabajo eminentemente coral, sin primeras figuras. La precisión en cada movimiento y en las relaciones que se establecen entre el elenco denotan un virtuosismo inusual. Hay algunas secuencias que rozan lo extraordinario. Hay momentos en los que algo acontece ante nuestros ojos que parece imposible, sobrehumano. La danza, ahí, se aproxima a la ciencia ficción, en esa capacidad de generar imágenes dinámicas increíbles. Quizás la lectura del genoma humano sea algo parecido a este encadenamiento de movimientos, entre la máquina y la víscera.
Rebecca Bassett-Graham, Jordan James Bridge, Travis Klausen-Knight, Louis McMiller, Daniela Neugebauer, Jacob O’Connell, James Pett, Fukiko Takase, Po-Lin Tung y Jessica Wright son co-creadoras/es de Autobiography. Un elenco diverso en las fisonomías, en su procedencia de diferentes países, también en su formación artística. Un elenco portentoso que funciona, en equipo, con una simbiosis total, como si fuesen una sola persona y, a la vez, sin perder su singularidad.
Toda la danza acontece debajo. Existe un dispositivo escenográfico, compuesto por perfiles de pirámides metálicas invertidas que penden del techo, y cuya presencia resulta ostensible e impactante.
Esa trama de pirámides metálicas invertidas, como estalactitas, evoca un espacio abstracto de ciencia ficción, quizás el espacio geométrico y matemático de la bioquímica.
Entre esas pirámides superiores, luminarias led motorizadas producen un movimiento de la luz, que corre de un lado a otro, en diversas velocidades e intensidades.
Además, tanto las luminarias como las pirámides, no permanecen estáticas, sino que se desplazan hacia abajo o hacia arriba, modificando el espacio escénico de una manera dinámica.
A ese dispositivo escénico superior hay que sumarle varios focos de luz led laterales y también unos aparatos, situados en el fondo del escenario, que producen haces de luz como láminas, horizontales o verticales, que se mueven cortando los cuerpos danzantes y generando una segmentación surreal y fantástica.
La danza, en algunas secuencias, se vuelve electrizante, tanto como la música invasiva de Jlin.
Las frases físicas de movimientos arrancan como fogonazos y, de repente, se apagan.
La niebla cubre la escena casi durante toda la pieza, dando un contexto denso y fantástico en el que los cuerpos se encadenan en posiciones, giros, saltos, cogidas, desplazamientos… que se escapan de cualquier referencia reconocible. En Autobiography no hay lugares comunes, la danza no ofrece un espejo que nos refleje sino un paisaje hermoso y fulgurante que nos atrapa. Se trata de un universo polimorfo auto-coherente, que nos envuelve, que nos invade, y que se expande hacia el futuro.
En todo ese elástico contexto, del que forman parte las bailarinas, los bailarines y los dispositivos escénicos lumínicos, escenográficos (la red de pirámides superiores, así como las luminarias en su presencialidad física) y la música, todo, en ese elástico contexto, es móvil. La belleza de la forma se teje de manera incesante. Y en todo el ímpetu, desbordante e invasivo, de la música electrónica aparecen algunas secuencias que contrastan fuertemente con el contexto global. Una de ellas utiliza el Concerto Grosso Op. 6 nº 1 in D mayor de Arcangelo Corelli y en otra escuchamos los trinos de pájaros y los borbotones de agua de un arroyo. En está secuencia, además, es la única vez que las bailarinas y los bailarines sacan unas sillas al escenario y las colocan en diversas zonas, para actuar en duetos que, en algunos momentos, semejan diálogos dancísticos, con la aparición de algún gesto reconocible puntuando la abstracción coreográfica.
Aparte de estas excepciones contrastantes, el global funciona por yuxtaposición y simultaneidad de solos, dúos, y composiciones corales de elevadísima exigencia técnica y depuradísima perfección.
Los dispositivos lumínicos generan, en algunas secuencias, espacios contiguos, que parecen aislados, y en los que se desarrollan escenas coreográficas divergentes que, no obstante, podemos ligar a través de las asociaciones que cada espectador/a desee hacer.
Sobre el escenario se proyecta el número y el título de la secuencia, sin seguir un orden cronológico. Después, en la conversación post-espectáculo, nos enteramos que el elenco no sabe, hasta el propio día de la función, cuál va a ser la combinación de secuencias que van a bailar, ya que Autobiography se compone de un total de 23, de manera similar a la secuencia de ADN que conforma el genoma humano, que está compuesta por 23 pares de cromosomas en el núcleo de cada célula humana.
En cada función de Autobiography cambia el orden, de manera aleatoria, de esas secuencias coreográficas, lo cual exige una mayor concentración del elenco para ejecutarlas y, además, da, como resultado, una pieza diferente.
El Centro Cultural Vilaflor de Guimarães acoge, por segunda vez, el trabajo del reputado coreógrafo británico Wayne McGregor, y lo vuelve a hacer recurriendo a sus creaciones más relacionadas con las perspectivas y las búsquedas científicas y biológicas. En el 2016 pudimos disfrutar de Átomos, sobre la cual puede leerse, en esta misma sección, el artículo titulado “Los números y Akram Khan. Los átomos y Wayne McGregor”, publicado el 20 de mayo de 2016 en Artezblai.
Esta tendencia, dentro de la heterogénea carrera de W. McGregor, nos acerca a un concepto de danza contemporánea alejado de manierismos reconocibles y disparado hacia una belleza rutilante y fantástica que se inspira en lo invisible, en aquello que compone el mundo visible: células, átomos, estructuras y movimientos internos.