World Stages London (II)
¡»Babel» tenía que ser la hostia! Todo el mundo hablaba de esta producción del World Stages London. Un espectáculo que se publicitaba como el evento teatral más importante del año. «The people are gathering», se leía en los buses y opis publicitarios del metro. Tenía que ser algo épico, mágico. Más de 300 actores reunidos en Caledonian Park iban a construir una nueva ciudad en una noche muy especial. Pero la realidad ha sido otra. El espectáculo es muy flojo y demuestra un par de cosas: que los ingleses son grandísimos publicitarios y que, si este espectáculo es ejemplo de lo mejor en propuestas de calle, tienen que mejorar, y mucho.
Las expectativas eran muy altas y el inicio era prometedor. Citados en uno de los numerosos parques del barrio de Islington, una larguísima cola de espectadores (unas mil personas) esperábamos a que abrieran las puertas. Una vez dentro de Caledonian Park, comienza un recorrido por distintas escenas cotidianas. Se trata de escenificar tareas domésticas de la casa en el exterior. Planchar la ropa, lavarse las manos, preparar la cena, poner la mesa, rezar, leer, dibujar, pelar patatas, dormir, escribir poemas en una máquina de escribir, etc. Multitud de escenas esparcidas por los distintos rincones del parque. Las imágenes son poéticas y siempre es sorprendente ver escenas cotidianas fuera de contexto. Entre las distintas escenas, unas mujeres vestidas de blanco van repitiendo con un aire un tanto mesiánico: «we are building a new city», «today is the day». Poco a poco, el recorrido te lleva hasta el centro, a una gran esplanada donde hay diversas glorietas. Mientras la gente va llegando, en los diferentes escenarios se representan actuaciones de todo tipo: hip-hop, danzas tradicionales indias (kathak), un coro de gospel… En algunas carpas se puede adquirir una bebida y en otras se muestra el resultado de talleres de maquetas de plastilina, de ganchillo (lo mejor de todo), construcción de antorchas, etc. Popurrí. Es como si uno estuviera en Port Aventura. O peor, en la esplanada del Fòrum de las Culturas de Barcelona de 2004, qué malos recuerdos.
Y entonces empieza una historia, un cuento sobre el renacimiento de una ciudad. Un actor de avanzada edad, desde una tribuna, explica que este es el lugar elegido donde la comunidad ha decidido instalarse. Gracias a un despliegue técnico brutal, desde numerosos andamios se amplifica el sonido y se ilumina perfectamente a los actores. De repente, como si de una flash mob se tratara (pero en cutre), el personal de seguridad que había esparcido por el parque se junta alrededor de la torre que hay en medio, como si retuvieran el deseo de la comunidad de querer vivir allí y acosaran el símbolo de la convivencia entre culturas. Son actores y hacen de polis-malos, tratando de desalojar y esparcir al público. Uno de los actores que representa a la comunidad ha podido colarse y sube escalando por la torre, mientras las mujeres vestidas de blanco gritan consignas de tufo new age: «be brave», «go ahead», «feel free». Este tendría que haber sido uno de los momentos álgidos del espectáculo, pero ni el escalador es de «Deambulants» precisamente, ni los polis-malos son de la «Fura dels Baus». El actor escala mal, no sabe como hacerlo, y al final tienen que tirarle de la cuerda para que llegue hasta arriba. Los policías parecen de Disney, son pocos y no imponen para nada a la gente, que los mira con incredulidad. Todo es frío y descafeinado. Después de un tímido tira y afloja entre unos y otros, el deseo de la comunidad se impone y la policía acaba poniéndose del lado de la gente. Happy end.
Hacía tiempo que no veía una cosa tan naíf, tan infumable. Al igual que Marcos Ordóñez, yo también lo paso mal cuando veo que un espectáculo no funciona, que no remonta y que la gente se aburre. Y más aún cuando hay tanta gente involucrada, tantas horas de ensayo, dinero, energía… Pero cuando esto sucede hay que decirlo.