XXIV Festival de Teatro de Clásico de Cáceres
Un Festival a la deriva
El Festival de Teatro Clásico de Cáceres bajó este fin de semana el telón de su XXIV edición y Juan Pedro González, director del Gran Teatro y del Festival, ha afirmado públicamente estar «muy contento» porque las cifras de asistencia de público –que no facilita- han mejorado con respecto a años anteriores. También, porque esta edición ha tenido varias novedades con respecto a otras, entre ellas por haberse estirado en el calendario y los espectáculos. Y porque ha incorporado al festival teatral un programa de conciertos de música de diferentes estilos, que ha tenido «un éxito tremendo», según dice. Novedades que quiere mantener el próximo año.
Sin embargo, para quienes conocemos el Festival desde sus orígenes podemos preguntar: ¿responden estas novedades de acumular un montón de espectáculos, de mayor o menor valor artístico, difuminados en la heterogeneidad de una programación, para considerarse un Festival teatral? Y más aún: ¿responden estas primicias tan insignificantes a la idea de mejorar cualitativamente la organización de un evento que había sido definido como Festival de Teatro Clásico? Rotundamente no.
Y es por ello que hay que poner en tela de juicio el desconocimiento organizativo del Festival. Un festival que resulta desorientado, que camina a la deriva. Y que desvela la visión grotesca de la actual realidad cultural y política de aquí, tolerando con alegría que determinados acontecimientos artísticos/culturales/sociales, obtusos y anodinos, puedan convertirse en modelos, en genialidades ante los que hay que descubrirse.
En primer lugar, quiero recordar que en 1992, el entonces presidente de la Junta, Rodríguez Ibarra -aconsejado por Jaime Naranjo (en mi opinión el consejero de cultura más lúcido que hemos tenido) y un grupo de profesionales de las Artes Escénicas de su equipo- decidió conformar un trípode de órganos encargados de proyectar una imagen cultural de Extremadura: Mérida la grecolatina, Cáceres la del renacimiento al siglo de oro y Badajoz la de las manifestaciones culturales contemporáneas. Esto repercutió en los tres Festivales teatrales -que con altibajos ya existían- al otorgarles una mayor trascendencia.
Desde entonces el evento cacereño había mantenido su definición de Festival de Teatro Clásico caracterizado por mostrar un repertorio profesional de actividades teatrales conformes a ese periodo del renacimiento al sigo de oro. Este año, sin embargo, confunden penosamente la orientación del consolidado Festival incorporando espectáculos grecolatinos que ya se habían visto en el Festival de Mérida (no sé como ambos patronatos lo consienten) y crean desconcierto con la mezcolanza de funciones montadas por aficionados junto a otras montadas por profesionales (que confunden al público), con reposiciones de obras que ya habían actuado otros años (como el espectáculo de El Brujo), con una clausura (el «broche de oro» lo pone «La religión de Sade» que nada tiene que ver con las épocas mencionadas) y con la indiscriminada participación de conciertos musicales (que menos tienen que ver con un Festival teatral).
En fin, nos espantan con una programación chapucera que sólo ha expresado el carácter dominante hoy día de muchos eventos sin personalidad, sin trascendencia, sin proyección, definidos sólo por la acumulación de un híbrido muestrario de producciones teatrales y musicales que, puntualmente, se pueden ver en otras fechas de temporada. Sepan que lo que ha explicado siempre el éxito de los mejores festivales ha sido su voluntad de revelar demandas -coherentes con la línea elegida del evento- que no eran atendidas en temporadas regulares.
Lo expresado no quiere decir que dentro de la programación de este año no haya habido algunos espectáculos profesionales interesantes que están en la línea del Festival: «La dama duende», dirigida por Miguel Narros (estrenada el pasado mes en el Festival Clásico de Alcalá de Henares), y «Coloquio de perros» producción en gira de Els Joglars, ahora bajo la dirección de Ramón Fonseré, son un par de ejemplos.
Pero esa valoración triunfalista del director del Festival, del que desconozco su trayectoria profesional en el teatro, exaltando lo cuantitativo (un público que tan fácilmente puede conseguir) e ignorando que quebranta lo cualitativo del Festival –tal vez por falta de asesoramiento profesionalizado- es algo que deja mucho que desear.
José Manuel Villafaina