¿Y ahora qué?
Miro las noticias del mundo y no soy capaz de articular una explicación convincente. Ni para quien me pregunta, ni para mis adentros. Bolivia, Chile, Ecuador, Brasil, Colombia, Perú, por señalar algunos de los focos actuales y con los que tengo relación directa, profesional, cultural y personalmente, están en ebullición. Puedo añadir Argentina, México, Uruguay. Algo está cambiando, Alguien está aplicando un plan. Algo sucede. Y si a ello añadimos los resultados electorales en España, donde parece que estamos en peor situación de gobernabilidad que ayer, con el crecimiento del neofascismo con más de cincuenta diputados, la verdad es que la pregunta de ¿y ahora qué? se convierte en una súplica.
Repito mis ritos: todo teatro es político, unos montajes buscan no alterar el estatus quo, otros montajes intentan mostrar una realidad cruda, otros intentan a partir de la reflexión plantear alternativas filosóficas y políticas, pero en su inmensa mayoría, el teatro que vemos en nuestros escenarios está demasiado basado en el entretenimiento, plantea problemas de egolatrías varias, la pareja vuelve a verse como “tema”, las estéticas se edulcoran, se universalizan para quitarle toda capacidad emancipadora y alternativa. Es decir, yo veo mucho teatro, insisto, más de trescientos espectáculos al año, como mínimo, y la inmensa mayoría de lo que veo, es un teatro no de autoficción, sino de autocomplacencia.
Pero en estos encuentros semanales yo intento acercarme a las políticas culturales, a los designios de la gestión política con respecto a la producción y exhibición de las artes escénicas. Y señalemos otra vez que todo influye. Influye mucho. Lo peor que sucede, al menos en España, es que existen diecisiete reinos de taifas políticas y culturales, que no hay una ley vertebradora que, en cada municipio, el cambio de partido en la gobernanza, o de la persona, aunque sea del mismo partido, inciden en lo mismo, en mantenerse en una rutina nefasta, aniquiladora de las posibilidades existentes de desarrollar proyectos, acciones realmente conectadas con las realidades sociales y políticas. Y si alguien quiere cambiar, es por cambiar, para hacer algo diferente, aunque sea peor. Y como no hay un cuerpo de funcionarios realmente solvente, independientes, capaces de marcar a sus señoritos en sus programaciones, y todo acaba en un círculo vicioso.
Quiero decir que, por desgracia, la Cultura, los festivales, las programaciones habituales no se rigen por leyes como cualquier otra actividad económica, sino que se parte de una posición de voluntariedad. Nadie, ni nada, obliga a nada, por lo tanto, todo es caridad. Si la alcaldesa es amante de las artes escénicas, un suponer, se potenciará la programación, pero claro, comprando en el oligopolio, es decir, el teatro mercantil, de encefalograma político plano, o de derechas muy camuflada. Bueno, hasta ahora. Puede que mañana veamos los artistas del neofascismo estrenando con más frecuencia y sin esconderse. Porque haberlos, haylos.
Por lo tanto, que los festivales importantes de España y de otros lugares de Iberoamérica estén pendientes siempre de una decisión no reglamentada, no crea otra cosa que incertidumbre y oportunismo. Y eso, aplicado a las ciencias sociales y políticas, lleva a que todo se resienta, a que se esté siempre más pendiente de los boletines oficiales que de los cursos de formación, que sea más rentable tener un amigo con influencia en un partido político que hacer un buen espectáculo. La respuesta más sencilla e inmediata es decir que ahora toca avanzar. Pero esto que yo escribo, no es compartido por casi nadie. Y quienes lo comparten, después te dicen que hay que comer, mantener una estructura, etcétera, etcétera, excusas para convertirse en unos estómagos agradecidos y por ello callan, siguen a los abanderados de lo inane y la corrupción. Por eso digo que ahora toca dar un paso adelante, atrás, al lado o quedarse a contar cuentos.
O desaparecer lentamente, dedicarse a lo importante: Hacer Teatro de Base, Comprometido con el propio Teatro, creando Focos de Agitación en cada esquina de nuestras ciudades, villas y pueblos. Y en este proyecto hablar en serio de ARTE y para ello empecemos por cuidar como principio fundamental su calidad estética. Y a partir de ahí recorrer un largo camino de impregnación social, de involucrar a la ciudadanía en el hecho teatral, para lograr estructuras sostenibles y públicas que coloquen a la Cultura y en este caso las Artes Escénicas, en un lugar preeminente.