¿Y el rol del público qué?
Me confronta en este momento, y no soy la única, ese mal hábito de restarle importancia al público como núcleo del fenómeno teatral. En realidad esta inquietud no es nueva para mí, hace años había cuestionado lo que se oculta tras una frase que se utiliza en exceso entre los creadores cuando manifiestan que para ellos “lo más importante es el proceso”. Y, seguramente, en algún momento de mi vida, yo la habré mencionado, porque esa frase también me la enseñaron en la escuela. Pero ya no, porque he pensado mucho en su significado. Y no porque Grotowski haya optado por excluir a los espectadores, en uno de sus periodos de trabajo, yo voy a hacer lo mismo. ¿O es que hay teatro sin espectadores?
Como creadora, me impulsa profundamente establecer una relación con el público. Y ojalá que ese vínculo construido a partir de la complicidad, le permita ser incluido en el fenómeno teatral, hasta comprometerse. Desde hace meses tengo la incómoda idea de que en mi contexto inmediato, no es así. Durante toda la pandemia no he escuchado decir a nadie que esté por fuera del mundo del teatro, que extraña al teatro. Y la verdad, me parece un síntoma, un signo que no debería ignorarse.
Es necesario que el teatro se dedique a las personas que no hacen parte del gremio. Que las capture, que las involucre. Ese es el reto, la responsabilidad. En un mundo fragmentado y líquido, caracterizado por el triunfo de la individualidad y de la lógica del mercado, donde todo es desechable (incluido el amor o si no pregúntenle a Bauman), y en un país notablemente indiferente, construir puentes que nos acerquen, que nos permitan comunicarnos, reconocernos y hacernos parte, es lo sustancial.
No tengo dudas de que el proceso de invención, de montaje, en definitiva, los ensayos, le permiten a las actrices y a los actores crecer en la profesión. Pero no comprendo por qué si el público no entiende el espectáculo, o no conecta es desestimada su experiencia. Como si no tuviera la capacidad de comprender lo que está en juego, o estuvo en juego, en el largo proceso de búsqueda, en aquel ámbito que antecede al encuentro de actores y espectadores. ¿Y por qué tendría que hacerlo si lo que le compete es el instante efímero en el que se desarrolla el espectáculo teatral ante sus ojos?
Mejor aún, si el teatro es para ser visto, y esto es algo que estamos discutiendo en uno de los grupos de investigación de los que hago parte, ¿por qué las instituciones de formación teatral se concentran tanto en enseñar a actuar y menos en enseñar a ver? Si dos son los roles imprescindibles del teatro, el que actúa y el que ve, ¿por qué en las escuelas todo viene girando en torno al rol del actor?
Con varias personas he conversado sobre la percepción de que la formación teatral está en crisis ahora que entramos en el nuevo siglo, de tal manera que no es descabellado suponer que si nuestra realidad, si nuestras coordenadas históricas cambiaron, a lo mejor algunos de los planteamientos de la tradición teatral deberían ponerse en cuestión. Al fin y al cabo, lo bueno de las crisis es que es una invitación a replantearse lo que parece natural.
Domingo 25 de julio de 2021