Y la poesía se refugió en el teatro…
No soy optimista en cuanto al futuro de la poesía. Sólo se percibe activa en algunas letras de canción, en ciertos concursos regionales o nacionales, en publicaciones mínimas, casi inexistentes, en premios y obituarios. Es poco, pero no está mal, porque la poesía como forma de conocimiento tiende al secreto, aunque esté abierta a todos. Se celebra a los poetas, pero no se leen sus obras y mucho menos se dicen en público. Ya no hay recitales, y declamar está tan pasado de moda que se observa con sarcasmo.
Sin embargo pienso que el último refugio de la poesía activa está en el teatro. Desde su nacimiento ha intervenido el canto y el verso para mostrar la dinámica del mundo y el cosmos. Lo observamos en los cantos de los coros en la tragedia griega. Shakespeare ha sido la brújula poética de la escena inglesa, mientras que en español nuestros clásicos son tan poetas como el que más, y sus obras un portento de la palabra activa. Al To be or not to be… se le responde con el magnífico ¡Ay mísero de mí! de La vida es sueño de Calderón. Esta obra, desde su título, encierra algunos de los mejores poemas en castellano. Y qué decir de Lope de Vega, el insigne poeta y dramaturgo, que transformó la escena madrileña, sugiero de sus cientos de piezas, Fuenteovejuna, con su perdurable monólogo de Laurencia. (Ya lo sé, avanzo sin pudor de lugar común en lugar común, pero quiero significar que el teatro le otorga valor y magia a la palabra, y un buen actor debe saber decir el verso, darle volumen sonoro a la palabra.)
Pero vamos acercándonos a nuestras épocas, pensemos en Zorrilla que supo versificar como ninguno y su Don Juan es un portento de diálogos en verso; pensemos aquí en Francia, en el Cyrano de Bergerac de Edmond Rostand que hace de su obra un recital, o vayamos a Valle Inclán y sus Divinas Palabras… Pero que la audacia nos traiga hasta el Siglo XX, para encontraremos con García Lorca y sus obras cargadas de poesía en cada acción y en cada palabra, o a Rafael Alberti y su El Adefesio, hasta llega a la poesía de los silencios de Samuel Becket. En el espacio escénico la poesía vive, la poesía es acción, palabra proferida que impacta la memoria. Las mejores obras son metáforas de la vida.
En México, a mediados del siglo pasado se creó el grupo Poesía en voz alta, que revolucionó la tradicional escena mexicana. Sus organizadores: Octavio Paz y Juan José Arreola lograron aglutinar a un grupo de jóvenes creadores que otorgaron un vigor especial al teatro como inspiración poética. Ellos se vincularon con el naciente teatro del absurdo, ya que entendieron que esta tendencia escénica nacida en Francia podía ser esencialmente poética. Esta aproximación al teatro como refugio de la poesía fue muy fructífera y fue la clave de una necesaria renovación para la escena mexicana.
Destaquemos asimismo, que ni los dramaturgos ni los actores avanzan por el mundo diciéndose poetas. La poesía en el teatro es acción, y aún en sus peores ejemplos conlleva un choque dramático. Por eso es más efectiva que en un recital: no tiene esa pretensión poética, es un objeto de acción y diversión, y su impacto suele ser duradero. Como espectadores aprendemos el don de la palabra y el gesto, bebemos poesía sin darnos cuenta. Las mejores producciones, los mejores textos están cargados de acciones plenas de significado. Eso no quiere decir que haya el sonsonete del verso cansón, ya se sabe que era el defecto de la vieja escuela, para nada propongo eso. Señalo que hay una fuerza especial de la palabra proferida a la mitad de la escena. Y ahí encontramos una parte de lo que queda de poesía activa en nuestro tiempo.
Les deseo ¡Felices fiestas! Nos leemos en 2023
París, diciembre de 2022.