Y no es coña

¿Y tú qué harías?

Vamos arreglando la situación actual desde  la postura afectada y el gesto cómico. Cuando alguien comienza su argumentación con un retórico «lo que habría que hacer…», se puede uno despedir de un debate productivo. Las circunstancias generales de recortes y retrocesos en los derechos fundamentales, cuando se van acercando a los asuntos culturales y más enfocados a los referidos a las artes escénicas se parte casi siempre de dos polos, el de la rendición previa, es decir la de aceptar lo que se nos informa como la «realidad», como algo incuestionable, o el de quienes aceptando los desajustes económicos, piensan que la redistribución de los presupuestos se debe contar con los asuntos culturales como un bien necesario y no ornamental, y que por lo tanto se pueden tomar decisiones diferentes a las que se están tomando.

Todo es empeorable. Las decisiones que se van tomando, hasta la fecha, van en un único sentido: recortar, disminuir, pero no se ha entrado en la fase resolutiva, la de ir haciendo desaparecer programas enteros, cosa que a lo mejor se debe tomar como muy posible en los próximos meses. Porque no se puede seguir con la consigna general de «que no se note», porque se debe notar y mucho la disminución presupuestaria en todos los rangos del sistema productivo, tanto desde el institucional como desde el privado o el mixto. Y como se acumulan porcentajes de recortes, debe llegar el momento en el que no haya nada más que recortar porque habrá desaparecido el sujeto recortable.

En las unidades de producción del INAEM, se nombraron directores aduciendo a una leyenda sobre las «bunas prácticas», que visto el resultado se trataba de una manera de propaganda sobre la supuesta limpieza administrativa en el proceso y resolución. Una vez que han pasado los meses, que ya se puede colocar la responsabilidad de lo que sucede a los nombrados, ¿ha cambiado algo? ¿Se nota alguna práctica diferente que podamos considerar más buena que en la anterior etapa? Yo juraría que no mucho. Las grietas son las mismas, con una salvedad, es más insoportable la discriminación, la ruptura del juego, la desaparición de igualdad de oportunidades. Tienen unos presupuestos menguantes, con un porcentaje del mismo cada vez más ínfimo para la producción de espectáculos, y en comparación con el resto de la producción no institucional es un desequilibrio muy poco gratificante. Sí, alguno se puede preguntar ¿para qué sirve el CDN, la CNTC o la CND? Quién quiera que conteste.

La pregunta es que en muchas charlas, debates, mesas, alguien te espeta, ¿y tú qué harías? Y ahí empieza el tembleque. Porque las soluciones son todas ideológicas, pero deben acoplarse a la cambiante realidad que transforma el que tiene el poder y otra ideología. Sobre estas unidades de producción estatales, sobre los teatros nacionales y centros dramáticos de otras comunidades, me gustaría que se abriera un debate de largo alcance, y mi postura es, a fecha de hoy, que se mantengan, pero con otros objetivos mucho más democráticos y que se correspondan con la realidad socio-cultural y con las necesidades de la comunidad teatral, en la que entran de manera necesaria e ineludible los públicos.

Pero lo preocupante es el tejido de creadores, productores, pequeñas compañías, grupos, actores, directores, técnicos que se han quedado sin circuitos, sin lugares donde actuar, es decir donde trabajar, pero que son los lugares donde comulgan, precisamente, con la sociedad.. Ese es, a mi entender, el asunto a arreglar de manera prioritaria. Y soluciones hay muchas, pero la más urgente es que se pueda mantener la actividad, que los edificios no se queden cerrados, que los públicos tengan opciones de seguir acudiendo al teatro con opciones diversas de formatos, géneros y calidades. Y esto es un problema que su solución requiere algo más que una columna. Decisiones políticas y culturales. Justo lo que falta, todo son imposiciones economicistas.


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